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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Un pingüino en el hotel.


Al volver al hotel, después de estar fuera realizando gestiones, vi que uno de los conserjes iba dando escobazos a un pequeño animal que se había colado dentro.

El animal, al verse perseguido por una escoba que le azuzaba copiosamente por un ser poco amigo de animales, corría desesperado por pasillos y habitaciones.
Al abrir la puerta de mi habitación vi colarse velozmente bajo mis pies a una especie de pájaro de grandes dimensiones, acto seguido sin saber exactamente la clase de animal que se había colado en la habitación, vi entrar corriendo con la escoba al conserje.  

Esquivaba de manera veloz ser preso y azuzado por escoba. Al principio no pude precisar exactamente al tipo de animal, hasta que vi que de debajo de la cama subía rápido a esconderse bajo las sábanas a un pequeño pingüino.

El conserje de manera airada y violenta destapó las sábanas…y allí estaba él, desamparado y pillado a la espera del escobazo.  Levanté mis manos para evitarlo y cogiendo al vuelo la escoba, que devolví al conserje, di orden que el pingüino se quedaba en la  habitación.


No me pregunté de donde había salido, ni porqué estaba allí, solo me pregunté cómo podía una cría de  pingüino ser tan veloz y correr de esta manera.

Palomillas de muro.





Me vi paseando por la colina de una enorme montaña.

En la cumbre, el gélido aire de la mañana que cubre sus suelos de blancas alfombras, semeja  maná, claro y limpio. Su húmeda brisa alimenta diminutas plantas que heladas del frío de la noche, desnudan a la mañana su manto de hielo, aflorando su delicado ser.

Aferradas, protegidas de la afilada humedad de la noche, entre fisuras de roca, dejan caer sus brotes de pequeñitas hojas, mostrando cada  amanecer en cielo claro, abierto y álgido sus brotes de hermosa flor guarnecidos, de nombre palomillas de muro.

Supe que el mínimo roce pudiera ser quebranto de belleza, así que me limité a observar su delicada melena, sentada a sus pies de espaldas a  la roca.

Bajo gran mutismo, en compañía del canto de  aves y coro de insectos, el tiempo pasó callado, en silencio, bajo gran paz y ronroneo envueltos que hicieron perder el pasar del tiempo.


Creí que era el placer que da sentir el golpe de aire helado en lo más alto…, fue entonces cuando me di cuenta de estar envuelta de frágil tacto… mis brazos se hallaban vestidos de tules hojas dando fresco placer delicado. Quedé perpleja, no sentí miedo ni daño, sólo la fragilidad de su tacto. 
Entonces comprendí mi efímera esencia. Cuando vuelva a ser volátil y de nuevo sea tierra, agua, aire y viento, regresaré, me aferraré sedienta a una roca para sentir vidrioso y emotivo abrazo.