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viernes, 16 de diciembre de 2011

El salón iluminado.



Sola,  me hallo en la cima de un nítido coloso de cristal. Desde su altiva azotea se divisan con claridad rápidos paseos de infinitos puntitos negros. Son miles de hormigas  corriendo en asfalto oscuro, azul y húmedo. Iluminadas por el color nocturno de las grandes urbes,  su volátil cuerpo toma luz en sus breves tropiezos y rápidos andares.

Una segunda mirada, observo con detenimiento… y quedo absorta al ver que no son hormigas, que son humanos. Desde  la cima del coloso, rodeada de tinieblas en la noche, veo claramente el abrazo simultáneo de miles de seres que en avenidas, paseos y cruces de calles paran brevemente para abrazarse.

En la oscuridad, mi luz, es la luna reflejada en el diamante helado. Vestida de seda azul claro,  jugué a destellos con lazos de cristal y estrellas color índigo.  Esperando, mi ser vitrificado fue capaz de percibir tímidos ensayos de un violín sepultado. Me dije: ¡no estoy sola!

La azotea descubre poco a poco su cristalino manto y emerge un salón iluminado cubierto de albores. En su interior hay una orquesta que espera la llegada de un desconocido ser.

Intento pasar al salón pero mi deseo es bloqueado. He de permanecer fuera, esperar y recibir su presencia.

Empiezo a oír hélices de un helicóptero, me acerco a recibir al único viajante. Baja un caballero, se despide del piloto y se acerca a mí con intención de abrazarme pero no puede. En un brazo lleva un pequeño maletín, en el otro un gran abrigo que debe dejar dentro del salón iluminado para sentirse libre y poder darme abrazos, pero una vez entra, su imagen se desvanece y quedo de nuevo sola esperando.

Mas tarde oigo que se acerca otro helicóptero y de él, baja un apuesto caballero.  Trae consigo un  maletín y también un paño de abrigo. Al verlo acercarse a mi, pasa lo mismo, dice: solo un momento, voy a dejar lo que llevo en mis brazos, y al entrar al edificio para dejar lo que llevaba entre manos su imagen también se disipa.

En noche de invierno, en la cumbre de un coloso de cristal, el hielo da forma a cualquier figura. Al igual que en alta montaña las cubre de fisuras, de escarcha cubre la piel y  la voz es vapor de niebla quebrada.  

Pensaba que  pasaría otra vez, sentí miedo por anteriores experiencias, volví a refugiarme y quise una vez más esperar hacia el calor del salón iluminado. La orquesta no atendió súplicas, fueron palabras heladas. Rodeada de inmenso manto de estrellas me senté de nuevo a la espera de su llegada.

Me pregunté ¿cómo sabe la orquesta que ha de llegar alguien? y ¿quín es ese alguien? ¿Qué esperan si aquí no hay nadie?

Más tarde, de nuevo volví a oír las astas del helicóptero.

Quedé sorprendida al ver quien bajaba. El caballero vestía elegante traje, sus manos vacías, no llevaban nada. En su primer paso me miró y puso sus brazos en alza. Enseguida se abrieron las  puertas del salón iluminado y la orquesta inició su melodía pausada. 

Recuerdo sentir el calor de sus abrazos, rodeados de luces de cristal que brotaban del salón iluminado.