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domingo, 24 de junio de 2012

CUENTO: Nina (I) Los Reyes Magos.



Los cuentos se guardan en rinconcitos profundos dentro de nosotros. Los recuerdos, son guías de viaje hacia un mundo mágico, nuestro, donde es posible vivir aventuras y alcanzar deseos.

Antes…hace mucho tiempo Los Reyes Magos llegaban de noche. Venían tan cargados de juguetes que se transportaban en enormes camiones, y en aquellos lugares donde no había, las alforjas de burritos se cargaban de paquetes, repartiendo casa por casa en una sola y larga noche a cada niño un solo juguete. Por aquel entonces daba igual que los Reyes Magos vinieran cargados con cientos de regalos, siempre tocaba a uno y cada paquete llevaba escrito el nombre del niño a quien iba destinado.


Nina, Navidad en el cole
Nina recordaba recibir su primer regalo de Reyes Magos de Navidad en el colegio. Cada año, un mes antes de que se acercara la fecha, daban aviso a los niños para que fueran pensando que deseaban. No podían pedir más que uno, por tanto debían someterse a profundo análisis, no podían equivocarse, debían tener muy claro su deseo, de lo contrario debían esperar la llegada de su regalo en la próxima Navidad.

Los paquetes venían envueltos en bellos papeles de múltiples colores, dibujos y formas. Nina sentía dolor abdominal al verlos rotos y arrugados, recordaba las infinitas veces que tuvo que contenerse de ir corriendo a salvarlos de la papelera. Al no ir a por ellos, los memorizaba. Más tarde proyectaba su mente y dándoles vida creaba su escenario de luces, dibujos y colores como si fueran marionetas.


Nina y los Reyes Magos
Nina recordaría siempre el día que recibiría por primera vez a los Reyes Magos. En el gran salón se agruparon cientos de niños y uno a uno al llamarlos por su nombre, se iban acercando a recoger su paquete y dar las gracias… también un beso en la mejilla al Rey Mago.

El que llevaba el regalo de Nina era un gigante de pelo blanco y gran barba rizada. Llevaba una corona dorada y vestía brillante tela. Su potente voz dijo en alto su nombre.

Que un ser mágico le hablara y regalara lo anhelado, convertía ese instante en celestial. Temblorosa ante la voz masculina se acercaba despacio a recoger su regalo. Entonces una fuerte emoción la cubría haciéndole temblar las piernas con riesgo a caer en el corto paseo a la tarima. Más que recogerlo, la afligía oír y ver escrito en el papel de su regalo, para Nina.

Nina se quedaba hasta el reparto final, ¿Qué haces aquí?, le preguntaba la monjita ¿es que no deseas ir a jugar con tu muñeca? a todo decía sí, pero seguía sentada, no se levantaba de la silla.

Cada año su objetivo era ver si los juguetes y repartos cuadraban. Todos los niños salían rápidos del gran salón al momento de recibir su regalo, pero Nina, una vez lo recogía, se quedaba sentaba hasta el reparto final, por si acaso quedaba algún juguete por repartir, alguno olvidado o dejaran parte de algún juguete (caballito, indio, un neceser de muñecas), algo más que llevarse, pero nunca tuvo suerte, ni halló juguete suelto ni juguete roto.

Nina cada año cuando se acercaba Navidad y la monjita decía ir pensando lo que queréis pedirle a los Reyes…Nina no tenía que pensar lo que deseaba porque siempre lo supo, siempre deseó lo mismo. Los primeros años las monjitas no se atrevieron a contradecirla al verla tan segura, por tanto trasmitían su petición a los Reyes Magos y año tras año, hasta tres veces trajeron su demandada caperucita roja de trapo.

Esponjosa…confeccionada en tela. Su cabecita y cuerpecito tupidos, vestida de algodones blancos y suaves lanas rojas. Sus delgaditas piernecitas las abrigaban medias de punto con aros de colores. Sus lindas zapatillas de paño grueso color granate, tipo duende, cubrían sus frágiles talones y pequeñitos pies. Llevaba una pequeñita gorra de oscuro paño cobrizo que cubría el frontal de su linda cabecita. Su suave cabello rizado castaño oscuro lo recogían dos largas trenzas que le llegaban a la cintura atadas por rubios lacitos de raso. También llevaba un pequeño delantal color calabaza con dos bolsillos a los lados y de su bracito derecho colgaba una pequeña cestita  marrón color tierra. Era perfecta, lo tenía todo.

Al ser toda de tela era maleable, no pesaba nada, se podía lavar, doblar, llevar a cualquier parte, esconderla en cualquier rincón, llevarla contigo bajo la ropa interior y sobre todo meterla contigo a la cama. Daba igual que durante noches sufriera apretujones y contorsiones, a la mañana siguiente estaba nueva y no dejaba moretones.

Nina añoraba a su amiga fugaz…los Reyes venían por unos días y se los llevaban rápido. No entendía cómo desaparecía su muñeca sin dejar rastro a los pocos días de tenerla en su regazo. Al no poder disfrutarla, año tras año veía la necesidad de volverla a pedir hasta que la cuarta vez que las monjitas le oyeron mencionar de nuevo la muñeca roja se plantaron y le dijeron que NO. Puedes pedir cualquier juguete, cualquier otra cosa, otra muñeca diferente, otra, pero no a caperucita roja.


Nina enmudece, clama su regalo
Nina se sintió perdida. Al oír que no obtendría su deseo, dejó de hablar (y eso que Nina hablaba muy poco). Quedó muda, no emitía palabra ni pedía nada. Iban pasando los días y Nina callada, así que las monjitas insistían varias veces pues se acercaba la fecha. Al final, al sentirse asediada pues las monjitas no querían que se quedara sin regalo, aprovechó la insistencia y después de varios días sin hablar soltó con firmeza “quiero una caperucita roja de trapo”, y otra vez de nuevo las monjas se la denegaron.

La monjita encargada de recoger dinero para apadrinar niños en África, se acercó a hablar con ella, convencerla para que eligiera otro juguete. Ese año Nina había apadrinado una niña a la que había puesto su nombre. Enojada, sin desear nada más que su muñeca de trapo, en un arrebato, sin saber porqué pidió una muñeca negrita como las estampitas del Dómund.

Cuando llegó el día y el grandullón Rey Mago vestido de raso largo y corona de joyas dijo en alto su nombre, Nina, al ir hacia la tarima para recogerlo cae al suelo y le fallan las piernas al ver en sus manos una caja grandota. Recordaba muy bien el tamaño y forma de la cajita de caperucita y guardaba la esperanza de volverla a ver. El paquete que llevaba el Rey Mago superaba en cinco veces el tamaño esperado.

Las monjitas optaron por encargar la muñeca grande al no encontrar una negrita. 
Cuando Nina abrió la caja se sintió en total desamparo. La muñeca tenía el tamaño de bebé de varios meses, regordeta y cabellos rizados. Si al menos hubiera sido blanda toda ella…pero no, además de ser tan grande como Nina, su cuerpo frío y duro le impedía llevarla todo el día con ella y sobre todo, meterla en la cama, aunque la podía sentar y movilizar los brazos.

Nina salió llorando del salón donde daban los regalos, dejando la pepona sentada en su silla. Las monjitas fueron detrás para hacerla ver que era bonita, pero su tamaño, rigidez y frialdad de la piel la hacía ver más decorativa que amiga…El tacto que ella necesitaba no la hacía idónea para llevarla con ella, sentirla, besarla y estrujarla, detalles carentes de valor para las monjitas que nunca se percataron de nada. Muchos juguetes desaparecían a los pocos días, antes que los niños los marcaran en sus juegos.

Otras niñas se encontrarían en la misma circunstancia que Nina, y posiblemente pidieran alegremente otro juguete, pero ella a falta de poder disfrutar de su muñeca de trapo durante tres años, la añoraba cada día más, especialmente por las noches.


Nina regala su pepona
La nueva muñeca de Nina llamaba la atención por su tamaño, además, no sabía cómo actuar ante una muñeca rígida y pronto las monjitas se dieron cuenta que no la hacía caso.

Un día se acercó una monjita a hablar con ella y Nina aprovechando su dolor se la regaló. No es que fuera generosa a su corta edad. Los niños que apenas tienen regalos no regalan lo poco que poseen, más bien se aferran a lo único que tienen pero Nina herida y en respuesta a la actuación de las monjas, se la ofreció. Ésta le decía ¿qué quieres que haga yo con ella? Yo soy mayor y ella necesita a alguien más pequeño… como tú que juegue con ella, dime ¿qué puedo hacer yo con ella? y la pequeña que era muy práctica para su corta edad dijo: en el rincón del pasillo al comedor quedará bien.

Nina no sabía entonces que su acto le llevaría a largo y penoso dolor que le llevaría años superar. "falta de psicología de las monjitas que no rebatieron su decisión" sentándola en el rincón que dijo Nina y allí, la pepona fue testigo muda de cientos de paseos de riguroso orden de dos filas y absoluto silencio hacía el comedor de las niñas.

Nina, entonces se dio cuenta a su corta edad que si regalaba a alguien algo no podía retroceder o revertir su acto. El hecho de que algo que fuera suyo, estuviera fuera de su alcance día tras día, fuera objeto de miradas y ser tocada por otras niñas provocó en ella una profunda herida. El paseo al comedor era paso obligado por ser el único y éste debía recorrerlo tres veces al día, seis veces en total contando las vueltas.

Viéndola más que si la hubiera tenido con ella, ser objeto de otros ojos, la muñeca siempre sola, sentada en una tarima, sin cambio de ropa, sin lavarla y sin peinarla la mortificaban. Sus sentimientos hacia ella fueron cambiando, sintió pena de su pepona, ver su vida apagada, sin dueña, sin haber tenido siquiera ama que la abrazara.


Nina retrocede a parvulitos
Nina a falta de estímulos que le abrigaran y dieran calor, sin avanzar en la escuela, repitiendo año tras año fue bajando de nivel hasta volver a estar en parvulitos.


Tanta añoranza la llevó a los años del chupete. Nina, a los nueve años tenía el pulgarcito de la mano derecha deformado. Su consuelo a escondidas durante el día y aferrada en las noches era chuparse el dedito gordo de la mano.