Sueño de una tarde. Lluvia de meteoritos.
Un atardecer de invierno pace tranquilo como sustraído de
cálida primavera en una pequeña aldea de alta montaña al norte de España.
Súbitamente el pueblo quedó en quebranto. Tras mirar al
cielo siguieron silentes avisos y afónicos llantos. Roncos gritos, ahogos de
condenados que en segundos atónitos sienten venir el derrumbe inmediato de sus
vidas. Mientras la cálida tarde caía para dejar paso al juego de sombras
de la luna, surgieron en el cielo lanzas untadas de fuego quemando tierra y
energía.
Son un grupo de meteoros que al atravesar la atmosfera
golpeados y encendidos en llamas dividen rocas en pequeños pedazos.
Pero no solo esto está ocurriendo en Europa. Simultáneamente
este hecho está ocurriendo en Centro América, solo que la caída de meteoros es
mucho mayor.
Ante el griterío de gente por el impotente pánico que se
avecina, miedo, huidas y gritos, no giran de nuevo para ver caer las brechas
del firmamento… mientras que escoltado por iluminados escombros cruza el cielo un
gran objeto, una roca cuyas particularidades de dureza mineral no pudo desintegrar
la atmosfera terrestre.
Es curioso, la gran roca baja desprovista de fuego y
mientras va acercándose sustrae de la tierra silbidos y ecos temblorosos que
nacen en la naturaleza.
Mientras va descendiendo se perfila su oscura imagen hasta
distinguir con asombro el cuerpo de inmensa ave, y mientras va cayendo se
distingue, rostro y manos de constitución humana, dirigirse hacia un lugar
determinado como si hubiera sido lanzado en jabalina.
Ante la gran expandida y huidas de gentes, una mujer se ha
escondido en una antigua caja de reloj vertical de madera artesana “lo primero
que encontró para protegerse” cuyo frontal de cristal se haya intacto y cuya
llave le sirvió para encerrarse por dentro.
Tras el vidrio ve dirigirse el ave hacia el reloj como un
rayo; lo rompe suavemente, la coge despacio entre hercúleas alas izándola hacia
el infinito.