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viernes, 28 de marzo de 2014

CUENTO: Nina (XII) El coro.


Nina  vive en un mundo paralelo que la  separa de la realidad. Percibe que algo raro la pasa, algo que no ve en las demás, que no conoce ni puede controlar y que las monjitas no saben darle solución.

El coro
Al poco tiempo la profesora de música reúne a las niñas y las hace cantar una a una. Formarán el coro compañeras y amigas. Estudiarán solfeo y aprenderán a tocar un instrumento. Nina se une de nuevo a ellas que no la discriminan por estar en clase de peques.

Nina no entiende el significado de las partituras.  Percibe que el problema que ella tiene sigue presente y no ve otra solución que aprender de memoria cada una de las clases, engañando a profesores de solfeo e instrumento. Memoriza la entonación según pentagrama, también las posiciones de los dedos en la guitarra según partitura de música que no sabe leer. Como las demás, las lleva a clase, al igual que carga el pesado talego con temibles libros de texto que forzosamente debe memorizar.

Las bofetadas
La monjita profesora tiene ochenta años. Las partituras le bailan de las manos “parecen querer volar”, además padece sordera. A su desatinada voz provocada por falta de audición la acompaña un oxidado y desafinado piano. Las niñas al oírla cantar y tocar el órgano rompen en risas difíciles de contener y en vez de seguirla en sus cantos hay brote de carcajadas en plena eucaristía.

Un domingo, la religiosa llamó la atención muy enojada “es falta grave de respeto reírse en la casa del Señor”. Tiene buen talante, no acostumbra a golpear con el metro – madera – tabla. Aunque el origen del metro de madera fuera otro bien distinto, pues fue creada como instrumento de medida para clases de matemáticas y geometría. La primera vez que Nina sintiera al metro – madera - tabla en sus piernas sintió fuerte quemazón y claro, al segundo escapó a los golpes y aprendió que si va a recibir, es mejor dejarse hacer porque si escapa recibe el doble o el triple, dependiendo del grado fuerza que aplique en sus brazos.

Así que después de acabada la misa y antes que de manera precipitada salieran corriendo al desayuno como rebaño al monte después de noche diluviosa, la Sor cierra con llave la puerta de salida y da orden que el coro al completo forme fila frente a los retablos de María. Todas, una a una van recibiendo PLAS, jaja PLAS, ja PLAS, jaja PLAS, jaja PLAS, jaja PLAS, ja PLAS, jaPLAS, ja PLASja… ríen al ver temblar la mano que abofetea sus mejillas.

Le llega el turno a la mimada, hay brote de carcajadas, todas menos Aba cuya cara escarlata no reía. Al recibir su semblante renegado su ración provocó arranque de risas en coro armonía. Se oye un resbalar, un suave zas, casi sin rozar un tul deslizar..."plas" en los rojos mofletes de la enchufadita.

El castigo
Cada bofetón en temblorosas manos enrojecen como carmín las mejillas y mano derecha de la religiosa.

Viendo que no fuera suficiente castigo para remendar el daño causado, al salir una a una en orden hacia la salida con el pecho cargado de risas contenidas a la espera de soltar risa en expandida, tropiezan al ver la puerta cerrada y quedan a la espera de que abra la puerta. Llega toda roja, roja y enojada por levantar las manos a las niñas y ver la respuesta a su medida. Al instante Nina respira el intenso aroma que desprende el chocolate con leche a la taza. Salen corriendo y tropiezan por ser primeras en ir a desayunar...debiendo retroceder al ser castigadas. El grupo sale al patio con el estómago vacío, sin nada que frene los estimulados jugos gástricos responsables del apetitoso aroma del chocolate caliente. Recibir la bofetada carecía de importancia, sin embargo quedarse sin chocolate "REDIÓS" dice Nina, eso sí que duele, eso sí es castigo.

Para Aba era mucho peor. Era la primera vez que la pegaba una monjita. En especial se sentía humillada al ser tratada igual que el resto y en especial fuera en presencia de compañeras a las que asediaba dominaba y mortificaba frecuentemente. Ese día no comería las magdalenas de una inocente y se quedaría como el resto sin tomar su chocolate caliente.

La primera vez que Nina vio a Aba quitar las magdalenas a las compañeras de mesa, Nina no entendió que callaran y no dieran parte a las monjitas. Cuando un Domingo tuvo que compartir mesa de desayuno con Aba, Nina supo por certeza que no sería creída por las monjitas, así que estudió la forma de evitar quedarse sin sus esperadas magdalenas. Al siguiente día festivo que le tocó compartir mesa con ella, Nina, como hambriento a palo seco se lanza como bala de disparo al verlas caer a la mesa, adelantándose al ataque de la lánguida virtuosa mosquita muerta.

Nina va creciendo y siente gran interés por colores y formas. Tiene una gran fantasía, es protagonista de mundos e historias que nadie parece ver.

Los aromas y el tacto
En varias ocasiones llamó la atención de las religiosas al ver que sus predicciones eran ciertas. Nina tenía una salud delicada, siempre estaba enferma. Recordaba que cuando estaba en la cama y era cuidada la hacían sentirse bien los cuidados que la daban. Por alguna razón provocada por el dolor o por necesidad física, Nina tenía aumentado la percepción de los sentidos. Percibía lo que los demás no olían, ni sentían al tacto y mucha intuición. Cualidad con ventaja en su círculo de amigas, requiriendo su presencia para curar o ser protectora de todo animal encontrado estuviera herido o sano.

En varias ocasiones cuando acudía a revisión a la enfermería por vacunas u otro tipo de tratamiento, le decía a la monjita: Ha estado aquí la enfermita mayor alta rubia: ha estado de visita la religiosa mayor. También vino a revisarse el jardinero y la monjita se quedaba atónita ante el desfile de personajes de decía Nina que habían acudido a la consulta entes que ella. Nina sabía quien había estado antes en la consulta del doctor por el rastro de olores que dejaban. Más tarde comprendió que ciertos aromas corporales se debían a la presencia de la enfermedad que padecían.

Nina jugaba con la monjita que traía las cartas, una vez al mes. La ponía un largo pañuelo cubriéndole los ojos con fuerza para que no viera nada y Nina arrimaba la nariz y olfateaba como un perro de caza el fondo del saco donde habitaban cientos de cartas. Al gran saco de estera le daba varias vueltas con las manos y sacaba por su aroma y sutil tacto la carta de mama.
La monjita tocaba y olía una y otra vez la carta para intentar dar con esa diferencia apreciada sólo por ella. Después de manosearla y olfatearla varias veces le decía: No comprendo cómo puedes acertar, esta carta no tiene nada…ni olor diferente, ni textura diferente a las demás.

Muchas veces la engañaba y decía “hay carta para ti, las he revisado, búscala sin mirar”, pero Nina, con los ojos tapados, sólo con su olfato y tacto supo siempre si entre tantas cartas había o no carta para ella y nunca se equivocó.


Nina siempre se preguntó cómo era posible que las monjitas no apreciaran el aroma y suave textura de sus cartas, veía claramente esas cualidades en la oscuridad.