www.relatosdepatricia.blogspot.com

lunes, 20 de mayo de 2013

CUENTO: Nina (VII) El jardinero.


En la comunidad de religiosas habitan dos varones de diferente edad. El capellán confiesa monjitas, jovencitas y niñas que preparan su primera comunión, además de dar la Sagrada Eucaristía todos los días. El jardinero se encarga de todo lo demás. Pese a realizar infinitas tareas, nunca cae enfermo, hace cualquier cosa que le pidan las novicias.  Los domingos por la mañana acude a Misa, entra discretamente sin hacer ruido, llega justito… a puntito de terminar la Sagrada Eucaristía.

Al principio el cultivador  se limitaba a  cumplir las funciones propias para las que había sido contratado, pero poco a poco las monjitas fueron ampliando sus labores; Por favor haga usted esto, por favor haga usted aquello, repare la máquina de coser, plántenos estas verduritas, limpie la piscina, recoja el pedido de la farmacia, avise al médico, recoja el correo, envíe este telegrama. Así hasta tenerlo bien ocupado desde las seis de la mañana hasta la noche.

Lo hace todo: Planta, poda y riega los árboles, cuida el césped del colegio y los jardines privados de las monjitas. Arregla la valla y los sistemas de riego.  Trabaja la huerta ubicada detrás de la piscina. Planta pimientos, tomates, berenjenas, calabazas, patatas para uso personal y de las monjitas. En la pequeña granja hay gallinitas ocas y patos, además de seis vacas que debe ordeñar todos los días, también su rica leche es para uso personal y de las monjitas.

Junto al patio de recreo tiene su taller de carpintería. Hace cualquier trabajo de ebanistería que le pidan; muletas para las niñas si las necesitan, reparar cerraduras y puertas, también arregla tuberías cuando se rompen grifos o estallan cañerías. No se enfada al ver jugar a las menudas en su taller de ebanistería, ni al ver en cajones acomodados pajaritos, gatos y perros que Nina protege del frío y la lluvia.

Dentro del parque se encuentra su caseta, alojada discretamente en un ladito de la valla, cerquita de la piscina; ¡cómo la mima! toda rodeada, bien tupida de hierba buena. En primavera perfuma al aire de esencias frescas y en verano el aroma que emana la hierba aplastada por diminutos pies, hacen del baño el placer de pequeñas sirenas. Sirven de freno, evitan que resbalen al salir del agua y además son alfombras tullidas donde descansan y toman el sol las pequeñas.

Qué listas son las monjitas, seleccionan  un hombre abnegado, solo, sin familia. De carácter entrañable, paciente, hace bien cualquier cosa que le pidan. ¡Mira sin son listas!, además de atractivo es alto y fuerte, de rizos rubios y ojos claros.

Los ojos del jardinero emiten destellos. Ni todos los santos juntos del convento, tendrían la luz ni el habla de sus ojos. Siempre alegres, brillan  como espejos rotos, y, si les da el sol, parecen cuencos con lágrimas preciosas pulidas. Unos ojos que hablan tanto, no precisan voz ni palabra.

Joko y jake son los borricos que le ayudan en la huerta, además de llevar  la diligencia. El jardinero cuando sale a recados, luce decana tartana y diestras mulas. Los lava y cepilla con tanto afán, que parecen untados de gomina y, para liberar el arranque de toscas patas, grita: ¡HALE! JOOOOOOO! hacia caminos de arcilla arenosa y ruta de nobles losas enmudecidas.

A pasito lento, cabalga su hidalga hechura el soberano jardinero, luciendo mulos radiantes como luceros, izados por titánicas ruedas y polifonía de sonajeros. Su gentil talante provoca sonrisas miradas de envidia sana en bellas jovencitas de explícita sed lozana, mientras que maduras y sazonadas, silencian pasiones furtivas tras suaves visillos de vainica blanca.