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sábado, 11 de mayo de 2013

CUENTO: Nina (VI) El destino de Sor Bibila.



Maratón fin de curso.

Yuna y Meroé fueron pillados en el  gimnasio en el mismo momento en que Yuna le prometía su ayuda. Entre ellos distaba un gran muro que los separaba, física y emocionalmente. Habían faltado a las estrictas normas de la institución cruzando el umbral que separaba ambos grupos de alumnos, y fueran pillados hablando escondidos en una de las aulas del salón de deportes.

Yuna había cumplido los doce años y Mero “así lo llamaban” tenía nueve. La primera vez que Yuna tropezó con sus ojos, fue una tarde de domingo en la sala de visitas, estancia donde alumnos de ambos sexos coincidían en las visitas familiares. Lo vio llorar al comprobar que no eran sus padres quienes venían a verlo, sino el párroco del pueblo que en un acto de generosidad, ante la pobreza y enfermedad de ambos, aprovechando asuntos que atender, se acercó a ver al niño además de llevar un pequeño paquete de dulces bizcochos hechos por mamá que tanto añoraba. La visita duró escasos minutos porque el cura aprovechando su corta estancia preguntó a la monjita de guardia el parte de notas del trimestre, su actitud religiosa y comportamiento de Mero en el seminario.

Sintiéndose reina por un día, Yuna era feliz al pasar la tarde del día festivo con sus padres. Además de recibir dinero, llegaba "el esperado paquete" cargado de muchas cosas, de esas que a todos los niños les gustan. En un movimiento de Yuna, su mirada  chocó con la tristeza de Mero y algo mágico impregnó el  aire para el resto de sus días. Sus padres vieron el breve encuentro y el silencio que ambos hilaban mientras se miraban, así como el radical cambio provocado en el carácter alegre y feliz de Yuna.
Desde aquél día, en cada breve encuentro, en misa, celebraciones o salidas, harían lo posible para estar cerca, mirarse, hablar o permanecer juntos callados.

Sor Bibila los vio entrar aquella tarde al gimnasio y se acercó sigilosamente para ver que tramaban. Escondida, oyó como Yuna prometía ayudar a Mero si conseguía ganar el maratón que se celebraba todos los años y al que acudían alumnos y profesores de todos los colegios de la provincia. Yuna acariciaba el corazón de Mero, prometiéndole que si ganaba el premio se lo daría para ayudar a sus padres.

Al escuchar dos niños de corta edad dándose afecto y consuelo no tuvo valor para imponer la normativa y castigo del colegio, y al girar para salir con el mismo sigilo con el que había entrado, tropezó con el blanco uniforme y rígida mirada de Sor Ceferina que había presenciado la misma escena. Hubo cruce de miradas acusatorias y en silencio Sor Bibila salió sin dejarse ver ni oír por los niños.

Sor Ceferina pese a conocer la promesa de ayuda que Yuna había prometido a Mero, hizo gala de honestidad cumpliendo las estrictas normas castigándolos. Ninguno participaría en el maratón, quedando encerrados esa mañana, además de quedarse sin tele ni salida al patio la tarde del domingo.

Tres años seguidos habían alcanzado las largas piernas de Yuna la meta, tres años llevándose el premio mayor con duro entrenamiento ayudada por el profesor de educación física, y por un acto de estricta normativa mal aplicada, quedaba el colegio descartado.

Todos, alumnos y alumnas podían participar, pero quien prometía alcanzar la meta por sus condiciones físicas, su constancia y largas piernas era Yuna. 

Sor Bibila se enteró del castigo la misma mañana del domingo. No podía perdonar ni evitar el castigo impuesto por otra religiosa. Dolorida por el rígido corazón de Sor Ceferina recordaba la promesa que hiciera Yuna a Mero.

A las once de la mañana debían estar en el inicio de la carrera alumnas, alumnos y profesores que participaran, por lo que debían salir de los colegios a las diez.

A las diez menos cinco se suma al grupo del colegio una alumna grandota. Viste camiseta amarilla de chuches y pantalones blancos por encima de las rodillas, altos calcetines de colores y sandalias de cuero. Lleva el cabello recogido con gorra de visera y va excesivamente maquillada.  Su brutal atuendo provoca chismorreos y burlas siendo el hazme reír del resto de concursantes, pero no la identifican ni reconocen quien pueda ser.

Consciente de sus actos no habla con nadie, se escabulle cuando le preguntan. Lleva el número 121, el último número de los participantes del colegio y está inscrita como Bibi.

Ya están todos los participantes al inicio…hay cientos, el 121 mezclada entre ellos es objeto de carcajadas…se oye el disparo y empiezan a correr.
Bibi comienza airosa, como si estuviera entrenada. Con tanto afán y falta de entreno al cabo de tres kilómetros está a punto de caerse, le falta un ápice para rendirse, no puede más. Teme caer desplomada por  agotamiento y falta de fuerzas, además del dolor de piernas y pies.

De tanto calor a los cuatro kilómetros el sudor chorrea el maquillaje ensuciándole el rostro. El cabello hace acto de presencia al perder ganchos y gorra. Las medias como acordeones le estorban y, mientras corre se libera de ambos dejando al aire blancas pantorrillas sin depilar; "mejor descalza que sentir rozaduras y sangren los pies"

Le falta un kilómetro por correr de los seis para alcanzar la meta. Grandota, de colorida vestimenta, sudorosa y toda emborronada, descalza, frena el impulso y fuerza de competidores que al no poder contener la risa van mermando fuerzas, reduciendo pasos y aflojando tendones.

El público del maratón al verla pasar la animan con piropos y risas "da igual, que se rían todos, cuantos más se rían mejor, que se queden atrás" No escucharé quejarse a mi cuerpo, desconectaré el dolor y aunque caiga mi cuerpo por agotamiento, seguiré.

En la meta, el público está al acecho y es rodeada. Termina de salir del calvario y, una vez hidratada la acosan.  Están interesados en saber que ha motivado esa fortaleza.

Sudorosa y embadurnada, sus pies sangrando y sin recordar nada, ni quien es, bebe agua como mujer labriega, empapa toalla para aliviar calores y sudores de rostro y después, piernas y malogrados pies los riega con chorros de agua fría…mientras que su natural descanso es gravado por cámaras que esperan diga unas palabras al público que la animó a alcanzar la cima.

En las cámaras de TV reconocen el rostro de Sor Bibila.  Toda la provincia, obispado y religiosos ven un lado de realidad que no esperan ni desean. Sor Bibila manifiesta que debía cumplir la promesa de una niña que no ha participado por estar castigada. Cuando habla a las cámaras manifiesta que el premio no es suyo ni pertenece a la Orden religiosa. Los cámaras preguntan ¿No acaba de decir que la promesa era por una niña? Y  agotada sin miras al decoro y reputación a su colegio confiesa que pudo haber evitado que los niños fueran castigados si ella hubiera sido precavida al verlos hablar faltando a las normas, pues en ese momento no creyó que hubiera alguien más que observara la declaración de afecto y ayuda de ambos niños.

Sor Bibila ha dejado en evidencia a la orden religiosa, además de dejar en entredicho sus estrictas normas y castigos y sintiéndose responsable, ha intentado cubrir no solo una promesa, sino  ayudar a Mero que realmente lo necesitaba.


Sor Bibila da el cheque a Yuna y una fuerte emoción cubre a Mero cuando lo recibe. Está seguro que si ella hubiera participado también hubiera alcanzado la meta y habría cumplido lo prometido.