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domingo, 4 de septiembre de 2016

Relato: Alarma en la noche.



Desde que alquilamos la casita del pueblo habíamos visto por casualidad dos objetos no identificados. 


Un abrasador domingo de agosto, vagando por la montaña fotografié el cielo. Eran las doce, la bóveda celeste despejada, sin apenas nubes. Nada había de extraño, simplemente quise conservar por instantes un pedacito de universo. Fue revisando las fotografías cuando pude observar que bajo la tímida luna oculta por la claridad y rayos de sol había un objeto metálico no reconocido, también se hallaba otro triangular con focos de luz infiltrado entre las nubes.

Una noche de septiembre, descansando  en la terraza del ático rodeados de estrellas vimos  una luminaria inmensa, como si la luna “no visible ese día” hubiera sido encendida con fuerza durante segundos y  tras ella, en la misma área se encendió otra luz que se dirigía hacia abajo como enorme linterna explorando el área, sierra y montes del pueblo.

Tras ese avance tan raro nada ocurrió hasta pasados  10 o 15 minutos y las luces brotaron de nuevo pero no exactamente iguales.

Surgieron una, seguidamente otra y otra, así hasta cuatro que se movían y desfilaban veloces por la sierra uniéndose y fundiéndose finalmente en sólo una. Fue un espectáculo curioso y agradable, nada común y desde luego no realizado por el hombre. Deseosa de seguir viendo la misma escena, me quedé sola en la terraza y de nuevo volvieron a surgir. Silenciosas jugaban y deslizaban por el cielo sus fugaces y grandes luces para finalmente fundirse de nuevo en una y desaparecer igual que habían venido…sin el menor ruido.

Esa noche desperté sobre las cuatro y recordé que era la misma hora, “aquella de aquel raro encuentro de verano años atrás”. Recuerdo la firme noche de aquel día y la suerte de no haber sufrido daño alguno.  Más tarde despierto por intenso ruido metálico. Estoy siendo analizada por anónimo aparato que emite un insólito chirrido a la vez que sufro una extraña descarga que hace tiritar cada trazo de mi ser y eriza cada vello de mi cuerpo.  Cuando todo termina, temblorosa llamo varias veces a mi marido y tras hacerle despertar le pido que me abrace.


A la mañana siguiente le pregunto si oyó o vio algo que pudiera explicar la experiencia. Comenta que al dormir plácidamente no advirtió nada.  Sí recordó que al yo despertarlo le llamó la atención que bramaran múltiples perros al unísono con feroces aullidos (como si perros y lobos se avisaran ante peligro inminente). Tras unos minutos abrazados regresaron quietud y calma, cesaron los aullidos salvajes y todo quedó en silencio, inerte e integrado formando parte de las sombras.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Sueño de una tarde. Lluvia de meteoritos.

Un atardecer de invierno pace tranquilo como sustraído de cálida primavera en una pequeña aldea de alta montaña al norte de España.

Súbitamente el pueblo quedó en quebranto. Tras mirar al cielo siguieron silentes avisos y afónicos llantos. Roncos gritos, ahogos de condenados que en segundos atónitos sienten venir el derrumbe inmediato de sus vidas.  Mientras la cálida tarde caía para dejar paso al juego de sombras de la luna, surgieron en el cielo  lanzas untadas de fuego quemando  tierra y energía.

Son un grupo de meteoros que al atravesar la atmosfera golpeados y encendidos en llamas dividen rocas en pequeños pedazos.

Pero no solo esto está ocurriendo en Europa. Simultáneamente este hecho está ocurriendo en Centro América, solo que la caída de meteoros es mucho mayor.

Ante el griterío de gente por el impotente pánico que se avecina, miedo, huídas y gritos, no giran de nuevo para ver caer las brechas del firmamento… mientras que escoltado  por  iluminados escombros cruza el cielo un  gran objeto,  una roca cuyas particularidades de dureza mineral no pudo desintegrar  la atmosfera terrestre.

Es curioso, la gran roca baja desprovista de fuego y mientras va acercándose sustrae de la tierra silbidos y ecos temblorosos que nacen en la naturaleza.

Mientras va descendiendo se perfila su oscura  imagen hasta distinguir con asombro el cuerpo de inmensa ave, y mientras va cayendo se distingue, rostro y manos de constitución humana, dirigirse hacia un lugar determinado como si hubiera sido lanzado en jabalina.

Ante la gran expandida y huídas de gentes, una mujer se ha escondido en una antigua caja de reloj vertical de madera artesana “lo primero que encontró para protegerse” cuyo frontal de cristal se haya intacto y cuya llave le sirvió para encerrarse por dentro.


Tras el vidrio ve dirigirse el ave hacia el reloj como un rayo; lo rompe suavemente, la coge despacio entre hercúleas alas izándola hacia el infinito.