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lunes, 13 de abril de 2015

Llanto de muñeca.

Antiguos edificios de bella  estructura y estancias  solemnes, pese a poseer ciertas condiciones fantasmagóricas, se conservan y rehabilitan. Guardan diseño y estilo y pese al  paso del tiempo, conservan nobleza y belleza. Lo que fue Mansión, Palacete, Noble Residencia, etc. termina siendo  Biblioteca, Teatro, Hotel u Hostal según espacio, lugar o diseño.

Algunos de ellos guardan  memoria, el sufrimiento de lo que antaño sucediera se infiltra y agarra fuerte como pulpo a las arenosas rocas marinas.  Hay muros impregnados de desgracias y se manifiestan por raras voces o sonidos, muebles que se mueven solos, ventanas y puertas que se cierran y abren solas, caída de objetos, imágenes fantasmas vagando perdidas por salones y aposentos durante siglos.

Es como si el dolor  tuviera la capacidad de infiltrarse, como si los materiales o minerales que levantan algunos edificios tuvieran la propiedad de captar el sufrimiento. Como si la estructura de la casa quedara impregnada por sentimiento de los que la habitan y haciéndose partícipe queda vagando, perdido y sediento como en un desierto sin hallar salida.

En unas cortas vacaciones nos alojamos en un bello Hotel de un pueblecito del interior. Pagamos una suite de una gran estancia y menos mal que solo fue una noche. Su cama era de un tamaño enorme…No comprendo como un hotel que presume de calidad se les ocurre ofrecer suite sin la ropa adecuada a las medidas. Recuerdo analizar el cómo era posible que un lugar que presume de estrellas, no viera la necesidad de adecuar la ropa a la gran cama.

Era evidente que las medidas más grandes que están  a la venta no llegan a cubrirla. ¿Qué nadie lo ve?  Así que después de pensar largo rato, llegué a la conclusión de que el confort y bienestar del cliente no eran para ellos importantes, primaba la apariencia y el afán de lucro.

Me preguntaba, ¿cómo pueden atreverse a colocar tal camastro y no encargar que realicen sábanas y cubres a medida?  Total…bien pegadita al calorcito de mi marido consigo dormir a ratitos mientras estiro sábanas y dejo al pobrecito dormir al raso.

Hay hoteleros que invierten más en diseño que en comodidad. Una cama vestida con ropa muy justita, sin caer por los lados, impide moverse y abrigarse mientras se duerme. Tampoco su bello armario contenía ni una manta para cubrirse ante fríos eventos.

Amén de pagar una suite y no dormir,  su exagerado ahorro de agua redujo tanto el volumen y la fuerza de salida que era imposible lavarte y mucho menos aclararte. Mala experiencia en un lugar encantador.

En fin, sobre las tres de la madrugada consigo conciliar ratitos de sueño hasta que a las cuatro nítidamente frente a la cama oigo caer una muñeca que llora al golpear el suelo.  Era exactamente el llanto de una muñeca antigua de las que al moverla emitía llanto.

Después de desayunar pregunté a una de las camareras si el lugar había correspondido anteriormente a  alguna tienda de muñecas o regalos. Me preguntó extrañada el porqué le hacía tal pregunta, así que simplemente le dije, a las cuatro de la madrugada una muñeca de porcelana lloró al caer al suelo y la habitación estaba sin muñecos, solo estábamos nosotros y en la cama. Frente a nosotros alguien dejó caer o tiró una muñeca de porcelana al suelo y supe que era una muñeca antigua por su llanto.

La camarera puso cara de querer contarme algo, hizo ademán de hablar, pero se cruzó con personal del hotel y esquivó la conversación. ¿Conocía acaso algo que pudiera tener relación con los llantos de la muñeca de porcelana a media noche?

Tras ver su callada respuesta pregunté a gentes del lugar el origen de la familia que vivió sus años de matrimonio en el noble edificio. Tenía pues que preguntar a quienes trabajaban en el hotel o a personas mayores que hubieran vivido durante sus años mozos en el pueblo, y algo sí recordaban.

Allí llegó un matrimonio encelado de bellos parajes con el encanto añadido de estar cerca de la playa. Muy enamorados construyeron una mansión ya que ambos pertenecían a familias adineradas. Para sus necesidades, atender la granja y el mantenimiento de las  grandes estancias tenían varios sirvientes que vivían próximos a su palacete.

Pasaron los años y pese a buscar y desear la llegada de niños, no lograron tener familia. La señora, cada vez que se quedaba en cinta preparaba con amor su nido aposento,  pero ninguno de sus embarazos logró ver la luz.

Se comentaba que tras años esperando concebir, tras muchas discusiones unidas a la frustración de ser madre y la posterior depresión, el matrimonio se fue aislando llegando a no hablarse y durmiendo separados. El olvido mutuo fue total, pero los sirvientes al tanto de todo cuanto sucedía hablaban que ella pasaba días sin querer salir de la habitación de muñecas.

Tras años de deseos incumplidos, mitigaba su depresión lavando y vistiendo sus cuerpos cuidadosamente por las mañanas. En ella pasaba días y noches cuidándolas al igual que una niña juega a las muñecas.