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sábado, 23 de marzo de 2013

CUENTO: Nina (V) Inteligencia Vegetal.






El colegio de religiosas está repleto de antiguas reliquias. La Sagrada Eucaristía y el Santo Rosario  suceden todos los días. Además de estudiar, hay forzosas lecturas: La Santa Biblia y el Catecismo… con rapapolvos, para él “por si acaso” cayeran en pecado pequeñas almas nítidas.

Cristo se antepone aunque nunca esté visible. Tiene la facultad de conocer y saberlo todo, es ejemplo de abnegación, bondad, entrega y sacrificio.  Bueno…es  visible en retablos y esculturas, la más bonita, el Cristo crucificado colgado en la capilla. Los rostros de Cristo son moldes de dolor, súplica y perdón, sin una sonrisa que abrigue los tiernos corazones de las niñas.

Nina ha suspendido todas las áreas por falta de interés y atención. El curso sigue…sin ella, bueno, Nina está presente pero como si no estuviera, duerme, sueña o colorea. En vez de atender en clase, ve más atractivo el bostezo matinal de ramas y árboles y contemplar cómo escampan los primeros brotes.

Una mañana desde la ventana de clase Nina mira con mucha atención cómo planta pequeños árboles el jardinero. Piensa en la magia de compartir ambos reinos, animal y vegetal los mismos elementos para la vida; agua, aire, tierra y fuego. Ambos se nutren de los mismos ingredientes, solo que la estructura del reino vegetal requiere proporciones de esos elementos en cantidad diferente.

Millones de años antes de que aparecieran especies animales que progresaran y evolucionaran más tarde hacia la raza humana, surgió el reino de los vegetales. Su larga evolución como especie inteligente avanzó por aspectos no comunes al entendimiento y desarrollo humano. Su capacidad de contactar, de comunicar con otros seres nunca fue comprendida ni estudiada, más bien lo contrario, como si careciera de percepciones y sensaciones fue devaluada.

Es otra opción, otra forma inteligente de vivir. Para alargar su estancia en el planeta, supeditó estructuras y formas de vida, sumiso como esclavo a total dependencia de la tierra. Milenios contemplando los cambios que se producían en el agua, aire, tierra y fuego, dieron tiempo suficiente para pensar cómo sentir desde un mismo lugar orillas y costas de otras áreas del planeta. Jugó con bellos pigmentos, creó mágicas estructuras y sembró el suelo de abalorios, cautivadora geometría.

Es una fuente inagotable de sabiduría moldear un mundo de infinitos tonos verdes, aromatizar su aire, cubrirlo de multicolor y motear la espesura con bellas siluetas de frutas. La opción para perdurar es la simplicidad en las formas de vida, así logran ser ente principal, inteligencia vegetal, supervivientes que aman y cuidan la naturaleza.

Una simiente se aferra al suelo, se protege, profundiza, lo atraviesa como acero para anclar raíces. Cuando siente apresada la tierra empuja al exterior su cilindrado cuerpo y, con ansia de sentir luz y calor, la fragilidad del tallo cobra fuerza de puñal, capaz de atravesar estratos, mientras que sus estilizados cuellos se aferran estoicos a las hebras desnudas de sus nervios. El jardinero a los débiles y pequeños les une fuertes tacos de madera sujetos con anchas gomas negras, les auxilia a soportar los violentos vaivenes del viento.

Nina, cuando llega la primavera les ve alzarse y expandir sus brazos. Más tarde les ve aflorar sarpullido, un suave Cupido de tierno algodón seguidas de miles de hojas chicas, de aspecto lozano, de oscuros granates expuestos al sol… amontonadas unas sobre otras como en maratón. El aire se vuelve serpentín, forma pelotillas huecas de algodón y cubre de blanca nube tablados paseos, calzadas y bosques.  Es hilo de suave hebra, etérea espuma vegetal que cubrirá la parte más tierna de  los nidos.

Una mañana en plena clase Nina descubre un pequeño amasijo entre ramas. Ante la sorpresa se le escapa… ¡HAY! e interrumpe la clase de la profesora. La hace levantar para que explique qué le provoca sorpresa. Las compañeras observan tras cristales la arboleda pero no aprecian nada diferente. Nina dice que en el árbol de enfrente, tres ramas sujetan un pequeño nido.

Al terminar la clase las niñas salen corriendo  para verlo. Nina siente una punzada de dolor al sentirse responsable de exponerlo al peligro.

Una madrugada de marzo, el colegio entero dormía, menos Nina que desvelada, no podía por el frío intenso que rodeaba al nido.

Sin despertar a nadie en camisón y zapatillas sale al jardín. Rodeada de frío glacial Nina ve escampado hilos, hojas y ramitas del nido. Con gran desasosiego busca largo rato hasta encontrar cascarillas de huevo y el cuerpecito peladito de una cría de pajarito, a varios metros de su árbol cobijo.  Nina protegiéndolo, lo guarda en su mano derecha. Obsesionada con la búsqueda del resto de aves del nido, no atiende a los azotes de llanto del gélido frío.

Nina oye voces. Siente que la mueven y lavan, oye pisadas y mucho ajetreo, pero no es consciente de lo que pasa. Oye voces femeninas decir que al intentar abrirle la mano derecha para lavarla convulsiona. La mano cerrada, con puño firme guarda algo. En otra ocasión le pareció oír la voz del médico decir “si no remiten las fiebres este fin de semana, el lunes por la mañana a primera hora, deberá ser llevada al hospital”.


Nina despierta el domingo después de haber permanecido inconsciente tres días por alta fiebre a causa de una neumonía. Despierta con hambre y al ver en la mesita la bandeja con tazón de leche y magdalenas, abre el puño y deja en su lugar lo que guarda.  La Sor al recoger el desayuno, pega un grito y le cae la bandeja al suelo al ver en el papel de las magdalenas una cría de pajarito.