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lunes, 28 de octubre de 2013

CUENTO: Nina (XI) Patave.



 
La naturaleza juega con nosotros mostrando su capacidad y fortaleza. Moviliza la genética de su más simple estructura para enseñarnos formas curiosas: perfiles humanos en montañas, verduras que semejan rostros, formas de cuerpos que se desarrollan en otros elementos. Curiosidades donde nuestra imaginación y su juego recrean extraños seres fuera de su medio.

Nina se ha acercado para ver la calamidad provocada por joko y jake. Hay tanto desastre que ahora es una huertecita  sucia y abandonada. Sentada observando la alborotada tierra fija la atención, observa y dice; qué raro, se han comido todo, no han dejado nada excepto una pequeña patata.

La coge y se da cuenta que la patatita tiene forma de ave ¡ah, ya sé porqué no la comieron, porque en la oscuridad de la noche creyeron que era un pajarito!

Junto a ella se sienta Noemí que observando las formas de la diminuta patata, simpatiza al ver su frágil volumen.  ¡Cómo se divierte la naturaleza! Es exactamente igual que un pajarito y Nina responde; esa fue su suerte, pues creyéndola ave no rumiaron ni aplastaron lindo esbozo.

Nina da pequeños soplos, la limpia de impurezas y al volatilizar la arena y reducir su peso, afloran tiernas plumitas del reducido tubérculo. Después bostezan dos agujitas con delgaditos deditos, un diminuto pico y vivaces ojillos. Nina y Noemí presencian  violento cambio, veloz y acelerada muda, tránsito instantáneo guiado por varita y mago invisible.

La pequeña ave despierta de su letargo, se encuentra amparada y segura en sus brazos. Nina va a meterlo en el bolsillo, pero al ver que se mueve, piensa en jaulita, comida y cuidados.

Desde muy temprana edad, Nina tuvo certeza que los animales y en especial las aves, tenían la facultad de leer el pensamiento de otros seres, incluyendo a humanos, y, la pequeña ave al verse encerrada en jaulita, alza el vuelo escapando de sus brazos. Nina regocijada de su ternura tarda en comprender el motivo de su vuelo, hasta que más tarde, antes de entrada la noche, desde las ventanas del comedor lo ve en el patio dando saltitos.



Nina guarda comida a escondidas y tras terminar, sale a alimentarlo. Mientras Patave come de su mano, ella le habla de sus sueños.  

domingo, 27 de octubre de 2013

Consternación.



Ambas, mi hija y yo, nos hallábamos dentro del edificio de un aeropuerto. No recuerdo si viajábamos las dos o si ella se adentró para facilitarme la carga de la única maleta que portaba.

Nos encontrábamos en las proximidades del terminal donde debía coger el avión cuando de pronto, en el extremo donde nos disponíamos a esperar surgieron gritos de terror y corridas de personas que intentando salir del edificio, tropezaban, empujaban y se golpeaban entre ellos luchando por salir del edificio los primeros.

No sabíamos que pasaba, pero enseguida los altavoces dejaron caer la voz contundente: DESALOGEN LAS SALAS, POR FAVOR, RÁPIDO, CON ORDEN DIRÍJANSE HACIA LAS PUERTAS DE SALIDA. POR FAVOR, ABANDONEN EL EQUIPAJE, SALGAN LO ANTES POSIBLE DEL EDIFICIO.

Dejamos abandonada la maleta a la vez que nuestras mentes comunicadas se decían que no tenía sentido llevarla. El caos generado impidió la aproximación a las escaleras para bajar a las puertas de salida, así que mientras los altavoces seguían avisando de un inminente atentado de bomba nos refugiamos las dos solas abrazadas en el descansillo de unas escaleras de mármol.

Debido a la ansiedad provocada por la situación, no prestábamos atención a los mensajes que transmitían los altavoces. En mi mente quedó gravado el cuatro. No sé si este número correspondía a la terminal cuatro, a cuatro horas para revisar concienzudamente el edificio por las fuerzas de seguridad, o si correspondían a salas, aviones o seres humanos afectados.

Sintiendo de forma inminente gran detonación y desastre esperamos lo peor en el descansillo de la escala. Pensé que no estábamos en buen sitio, que el mármol podría ser causa de daño físico si se viera afectado, pero ante la duda del momento exacto que iba a surgir la detonación nos quedamos esperando la deriva de nuestra existencia.

Por segundos vi deshacerse mis entrañas. Mi muerte no me importaba, lo que provocaba dolor era la presencia de ella que me abrazada sin palabras. Siempre deseosa de tenerla junto a mí y ahora cuánto dolor siento que esté a mi lado. Desearía que ignorara este momento y se hallara muy lejos. Quise entonces decirle las cosas que el corazón guarda, y, abrazada, sintiendo en tensión su frágil cuerpo me dijo, “tranquila mamá estamos juntas”.


En mi mente vi a mi marido que estaba fuera del edificio. Pensé que en este lapso de incertidumbre y miedo se habrá enterado de lo que ocurre, y lo peor, presenciará el desastre.  Sentí su sufrimiento interior como si mi piel fuera su piel y deseé que este momento no hubiera existido.

sábado, 26 de octubre de 2013

CUENTO: Nina (X) La partida del jardinero.

Nina apoltronada en el pupitre se abstrae admirando el crecimiento de árboles y ve salir tras las rejas del patio al jardinero. Lleva una maleta, camina con paso erguido mirando al frente sin girar el rostro hacia el solemne césped, velado y mimado por fuertes brazos durante su larga estancia en el templo. Nina siente que si sale llevando maleta en horario escolar, es que se va, y, en mitad de clase sin pedir permiso a la profesora, sale disparada corriendo hacia la verja.
  
El ímpetu de su pequeño espíritu y el valor de su proceder al verle partir desolado e injuriado, empujan la frecuencia de su pequeño corazón con latidos de inocencia.

La profesora paraliza el estudio para mirar incrédula su actitud y comportamiento. Nina desconoce que el alcance de su acto es objeto de quietas miradas, no solo de su aula, también del resto de hemiciclos que dan al patio, que, incrédulas al verla salir corriendo paralizaron dejando en silencio las aulas.

Expulsado por quienes consideró durante años su familia, su verdadera casa, camina con el cerebro embotado al liberar en la soledad de la noche, brotes de enmudecido llanto.

Él ve acercarse corriendo a Nina y frena sus pasos. Ella que de manera perpetua tuvo su mente ocupada de pensamientos, ideas y sueños, al verle partir, despierta bruscamente de diurno sueño, quiere hablar pero no sabe qué decir. Desea expresar algo que no puede, así que callada tras los hierros, observa angustia en sus ojos radiantes y efigie morena.

Nina que al principio recibió el apodo de Nina-mu por hablar tan poco tan poco  que la creyeron muda, es la única que acude a despedirse.
Nina-mu “el apodo del silencio, ahora quiere hablar” ¡Claro, una mente siempre ocupada de fantasía, resta espacio a las palabras!  El percibe que ella sabe de su inocencia y lee en su pequeña carita rasgos de tristeza, y como confirmando saber lo que sus ojitos quieren decir, acaricia su mejilla levantando su mirada al frente, viendo que ambos son el centro de atención de las aulas.

Le dice ¡Anda, no pasa nada, vuelve a clase! Nina, sintiéndose indispuesta como si hubiera perdido la mejor muñeca, corre llorando, y en vez de volver a clase, busca el consuelo de Jake y Joko, apacigua su dolor en compañía de las bestias.

Las monjitas la dejan tranquila, no acuden a por ella para que vaya a clase, pues de todas formas nunca atiende, así que la dejan en paz hasta que llega la hora de comer y como no acude al comedor, van a buscarla. Al darse cuenta del dolor que una niña siente, la dejan tranquila, no es sancionada por salida del aula ni  por despedirse del  jardinero.

El que no fuera castigada por despedirse de un hombre que ha sido sancionado y expulsado por dañar el honor de dos compañeras, no es bien asimilado, especialmente por las demandantes y como según ellas no era justo el trato de favor que estaba recibiendo Nina, deciden hacer algo que asegure severo castigo por parte de las monjas.

La noche siguiente de la partida del jardinero, alguien desató y dejó en libre albedrío a Joko y Jake,  y los pobres, buscando a su dueño toda la noche, paseando por zonas libres y alrededores, dejaron sembrado de boñigas  patio, jardines y entrada al convento, sin contar la escabechina en la huertecita al comer todo lo que brotara de la tierra. Solo se libró el invernadero al estar cerrado.

Nina, aun con el dolor del disgusto del día anterior, desayuna pensativa y tranquila mientras oye gritos de varias religiosas que con mal genio andan por los pasillos hacia el comedor de las niñas. Inocente de lo que pasa, es sorprendida mientras desayuna por un fuerte estirón de orejas que la levantan con fuerza de su asiento “Ayer no te dimos lección por tu insolencia” pero lo que has hecho esta noche no tiene perdón de Dios.

Nina no entiende por qué es atacada por la religiosa de esta manera cuando el día anterior no guardaron represalias. Sujeta de la oreja, sin acabar el desayuno va oyendo - ¡da igual que no vayas a clase, para lo que te sirve! - hoy vas a limpiar el estropicio que has provocado por dejar libre a tus queridas mulas.

A tan corta edad limpia las inmundicias de Joko y Jake mientras el resto de alumnas permanecen en clase. Nina supo enseguida quién había dejado libre a los mulos toda la noche y sabían, que las monjitas la creerían culpable, dándole esta vez un fuerte castigo. 

Limpiando los excrementos por las zonas comunes, llegó lo peor y no esperado cuando limpiaba la entrada del recinto. Se acercó la Hermana Directora para decirle suavemente al oído”Hemos sido tolerante contigo después del acto deshonroso al despedirte del jardinero dejando en evidencia al convento, pero lo que hiciste en venganza, ha estado muy  feo, así que sábados y domingos durante un mes irás a las cocinas a limpiar de cucos las  legumbres y hacer aquello que se te ordene”.

Nina sabe que de nada sirve decir que no es responsable del destrozo. Sabe que nada  de lo que diga será oído y mucho menos creído, así que su mente clama enfadada: No jugaré con mis  amigas ni veré “la casa de la pradera”.


Ya más tranquila, asimilando el castigo, cae en la cuenta que al menos podrá ver antes de irse a la cama el programa televisivo “Reina por un día”.  

lunes, 14 de octubre de 2013

CUENTO: Nina (IX) El silencioso llanto del jardinero.

FIN DE CURSO

Entrega de notas. Fiesta grande con la familia y gente importante que trae coches caros, visten trajes brillantes con bolso y zapatos muy tiesos y tienen mucho poder y dinero.

Desayuno chocolate caliente y madalenas con música del Maestro Rodrigo. Después obras de teatro. Más tarde comida especial, y entrada la tarde, antes que se vayan todos, Misa doble al coincidir la despedida  de curso con la Misa de despedida de la monjita mayor que ha fallecido.

Picoteo…burla, soberbia, envidias, críticas y chismorreo por traje y notas finales de algunas alumnas.


El llanto

La enchufadita, acompañada de colega y camarada lucen melena y cuerpo de mujercitas e inician su adolescencia aturdiendo al jardinero en su loción de parcelita.

Además de pequeña granja y pedacito de huerta, cuida su invernadero como buen sereno. Lleno de flores perfuma altos vientos mientras que hierbas aromáticas esencian suelos añejos que guardan recuerdos de infantas pisadas, risas y juegos. Es su Jardín de  Edén. El lugar donde habla a narcisos, margaritas, violetas que sintiendo piropos de dulce voz, danzan alborotadas entre lavanda y hierbabuena.

Allí fue sorprendido el jardinero  por dos jovencitas, que -como si fueran protagonistas de una película- actuaron como vulgares mujeres adultas.

El, que las ha visto crecer, siente por ellas calor fraternal. No entiende cómo pueden a tan corta edad intentar seducir a un hombre que puede ser su padre por edad. Le conocen muchos años, años de ver estirar cada mañana, centímetro a centímetro sus cuerpecitos, limpiando moquitos, calmando lloros de altura en enérgicos brazos, reparando juguetes para de nuevo, oír alegres grititos rodando y desfilando en bicicleta, pedal y patinetes.

Él que lleva una vida virtuosa, desconcertado, no espera pase nada semejante, lidia con entereza por primera vez en sus veinte años de trabajo un caprichoso juego de jovencitas.

Dirigiéndose como siempre lo hizo, como si fueran sus niñas, sugiere salgan de su parcela privada y ante risitas y caso omiso, el buen hombre se lo toma a guasa para no llevar el tema a situación más crítica. Recoge la ropa del suelo y se las da para que se vistan con educación y cariño como si no hubiera ocurrido nada, conduciéndolas fuera del recinto.

Las mujercitas, al no ser objeto de valoración ni ser miradas se sienten humilladas y conociendo la gravedad de sus actos, temerosas y con miedo que pueda dar parte de lo ocurrido, deciden adelantarse a posibles acontecimientos dándole una lección inolvidable, denunciando “su versión de lo ocurrido” a  las monjitas.

Antes de acudir a la  denuncia, fuerzan la caja fuerte y sacan el dinero obtenido de las ventas de chuches y artículos de la vitrina.

Mientras el jardinero, ajeno a estas maniobras, trabaja, ambas meten el dinero sustraído en una bolsa y lo esconden en un rincón del armario de su pequeña casita. Acto seguido  acuden a la Madre Superiora para dar falso testimonio, hechos no ocurridos.

Jamás en los años que el jardinero trabajara dentro de santos muros había mirado con otros ojos a las menudas que no fueran de entrañable afecto. Siempre sonriente, ayudando en todo, haciendo más allá de sus funciones sin ninguna queja, soportando con buen talante en su carpintería la jauría de animales que Nina  guarda protegiéndolos del frío y miseria. Nunca miro a ninguna de las niñas con otros ojos que no manaran especial ternura.

Se comenta que quedó solo por fallecer su familia y que para poder subsistir, vendía flores y  plantas medicinales. El párroco que conoció antaño a sus difuntos padres se apiadó de ver al chico andar solo y como el curita siempre almorzaba en exquisitos comedores de diferentes órdenes religiosas, se enteraba de los pormenores de las hermanas, supo que hacía falta alguien que reuniera cualidades para el puesto de jardinero, así que le ofreció el puesto. Trabajo que no pudo rechazar pues además de gastos de alojamiento, comida, vestido y atención sanitaria tendría salario. El avispado párroco con su ayuda cubrió  más allá de sus necesidades, introduciéndolo  a perpetuidad en el seno de una gran familia, para que jamás volviera a estar solo.

Desde que entrara a trabajar como jardinero a la edad de  quince años, para él, todo ser que residiera dentro del recinto religioso formaba parte de su vida, eran su familia y siempre se sintió responsable de la protección y cuidados de niños rodeados de privaciones y fraternales ausencias.

El jardinero es llamado urgentemente por  la Directora del colegio. Cuando acude es rodeado de monjitas, abrazando a ambas delatoras, ayudándolas a soportar semejante bajeza. El, falto de palabras, herido como  inocente ciervo atravesado por envenenadas flechas, calla, no le sale la voz, es incapaz de defenderse ante tanta crueldad y mentira. Permanece en pié sin poder respirar por el dolor que siente, mientras las ve llorar y como víctimas de acoso son mimadas y apaciguadas; avisan con urgencia al Doctor para que inspeccione el daño  que pudieron sufrir en manos del jardinero.

El nudo que brota en su garganta se aferra por todo su cuerpo y apenas puede  mantenerse en pié. Es  una pesadilla cruel. Herido por pequeñas que vio jugar y crecer, incrédulo de estar viviendo algo semejante, le faltan palabras, con lágrimas enmudece, siente rasgada su alma al ser atacada por pequeñas serpientes.

El convento al completo toma como única verdad las palabras de las jovencitas y ante el silencio que el hombre guarda, dan por cierta la versión de las niñas.

Desorientado, soporta la calumnia y anda ajusticiado como espíritu brotado de su cripta. Miradas acusatorias de quien quiere, los que creyó durante años ser su familia, ahora escupen insultos; sinvergüenza, malnacido, desagradecido, malvado, criminal… Abatido calla, su imagen coagulada vaga sin aliento.  

Lo culpan y entregan al sacrificio sin misericordia, defensa ni juicio. Culpable por omitir palabras, verdades silenciadas, voces mudas, incapaces de hablar y comprender el malvado acto realizado por jóvenes mocitas.

Nina percibe con seguridad que el jardinero es víctima de un acto de venganza y no tiene la menor duda de su inocencia.

Cada vez que se cruza con el par de rapiñas, Nina siente un doblón de tripas. Las acorrala y ve en sus ojos culpabilidad y malicia. Al cruzarse arrastra de sus órbitas lo que guardan y ocultan, y, cara a cara, sin que puedan negarse al enfrentamiento de miradas, deja hablar a sus ojos acusándolas del grave delito. Ambas intuyen que sabe la verdad de lo ocurrido, pues durante los años de colegio  jamás se comportó igual con nadie ni tuvo enfrentamientos. Ahora se enfrenta, las espeta sin miedo a represalias.

Tras el suceso, nadie habla abiertamente del tema, pero hay continuos siseos, miradas acusatorias hacia la imagen de su persona.  El jardinero pálido, como si padeciera grave enfermad,  anda con un dolor tan intenso que parece Cristo izando la lápida de su tumba hacia el sepulcro del cementerio.