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sábado, 31 de diciembre de 2011

El color del agua.


En algún sueño me ha pasado lo que sucedió anoche. Soy atraída por un túnel del que no puede uno escapar, solo puedes dejarte, ir a donde te lleve. El túnel aspira a una velocidad muy alta y parece estar hecho justo para las medidas del cuerpo. La atracción sometida es muy fuerte, tanto que sería imposible salir, he de dejarme pues que ocurra y esperar que sea breve.

La primera  vez me pasó esta experiencia apenas estaba durmiendo.  Fui llevada de la misma manera que esta anoche pero con mucho miedo, desconocía lo que pasaba. Anoche me alegré de verme de nuevo envuelta en estas cosas raras que ocurren mientras duermes y no resultó como anteriores veces donde el pánico bloquea el presente.

Hoy deseé llegar al final del viaje, no tuve miedo a esta aventura tan extraña. Llegué al centro de una especie de enorme burbuja o platillo blando y elástico situado en el aire. Allí a oscuras sentí ser observada detenidamente por seres que no dejaron mostrarme su rostro o, si estaban mis ojos no vieron más que esferas del tamaño de un balón cuya envoltura de color suave era maleable e hidratada. Las esferas diagnosticaban dolencias a través osmosis con mi parte aguada recorriendo cada trocito de mi cuerpo en la que ambas aguas comunicaban.
  
Empezaron su estudio por el cuerpo y cuando llegaron a la mente podían leer mis pensamientos y sentir mis sentimientos.   Entonces, en ese momento  recordé la imagen de mi marido y su imagen quedó fuera, analizándolo virtualmente. Volvieron de nuevo a insistir y a leer otra vez mi cerebro y la imagen de él volvió a surgir de mis pensamientos. Sentí hablar  que debían dejarme y me veo otra vez  en el túnel veloz, de vuelta al mundo de los sueños. 

Al desayuno le hablo de mi sueño. Le digo, si no hubieras estado dentro de mis pensamientos ¿qué habría pasado? ¿Me hubieran llevado con ellos? 

lunes, 19 de diciembre de 2011

Las golondrinas también hablan.




Consigo no caer en sueño profundo, deseo verte temprano, de madrugada.

Quiero sentir el reposo soluto y firme de la montaña, 
sentir los frágiles movimientos de aquellos seres que vigilan su morada.
Quiero sentir el frío hielo del que está rodeada, sentir sus sensaciones, 
fijar sólo en ella mi mirada.

Todo está en silencio...
le acompaña algún murmullo de aves que vigilan su posada.
Abro la ventana ¡qué bosque tan helado!
 Así están de firmes los robles, pinos y álamos.
Se respira aire limpio y un fuerte frescor perfumado.
Observo el firmamento, que azul tan intenso,
lo cruzan estrellas fugaces dejando lazos blancos en su techo.
Siento cerca el jaleo de un nido. Oigo conversar igual que oyera despertar  voces de niños que vieron roto su silencio.
Preguntan ¿Qué pasa mama?  Y su madre responde… No pasa nada, tranquilos.
Alguien abrió la ventana para observar el paraíso y ver la nada, todo está bien,
volver a dormir, soñar en calma.

viernes, 16 de diciembre de 2011

El salón iluminado.



Sola,  me hallo en la cima de un nítido coloso de cristal. Desde su altiva azotea se divisan con claridad rápidos paseos de infinitos puntitos negros. Son miles de hormigas  corriendo en asfalto oscuro, azul y húmedo. Iluminadas por el color nocturno de las grandes urbes,  su volátil cuerpo toma luz en sus breves tropiezos y rápidos andares.

Una segunda mirada, observo con detenimiento… y quedo absorta al ver que no son hormigas, que son humanos. Desde  la cima del coloso, rodeada de tinieblas en la noche, veo claramente el abrazo simultáneo de miles de seres que en avenidas, paseos y cruces de calles paran brevemente para abrazarse.

En la oscuridad, mi luz, es la luna reflejada en el diamante helado. Vestida de seda azul claro,  jugué a destellos con lazos de cristal y estrellas color índigo.  Esperando, mi ser vitrificado fue capaz de percibir tímidos ensayos de un violín sepultado. Me dije: ¡no estoy sola!

La azotea descubre poco a poco su cristalino manto y emerge un salón iluminado cubierto de albores. En su interior hay una orquesta que espera la llegada de un desconocido ser.

Intento pasar al salón pero mi deseo es bloqueado. He de permanecer fuera, esperar y recibir su presencia.

Empiezo a oír hélices de un helicóptero, me acerco a recibir al único viajante. Baja un caballero, se despide del piloto y se acerca a mí con intención de abrazarme pero no puede. En un brazo lleva un pequeño maletín, en el otro un gran abrigo que debe dejar dentro del salón iluminado para sentirse libre y poder darme abrazos, pero una vez entra, su imagen se desvanece y quedo de nuevo sola esperando.

Mas tarde oigo que se acerca otro helicóptero y de él, baja un apuesto caballero.  Trae consigo un  maletín y también un paño de abrigo. Al verlo acercarse a mi, pasa lo mismo, dice: solo un momento, voy a dejar lo que llevo en mis brazos, y al entrar al edificio para dejar lo que llevaba entre manos su imagen también se disipa.

En noche de invierno, en la cumbre de un coloso de cristal, el hielo da forma a cualquier figura. Al igual que en alta montaña las cubre de fisuras, de escarcha cubre la piel y  la voz es vapor de niebla quebrada.  

Pensaba que  pasaría otra vez, sentí miedo por anteriores experiencias, volví a refugiarme y quise una vez más esperar hacia el calor del salón iluminado. La orquesta no atendió súplicas, fueron palabras heladas. Rodeada de inmenso manto de estrellas me senté de nuevo a la espera de su llegada.

Me pregunté ¿cómo sabe la orquesta que ha de llegar alguien? y ¿quín es ese alguien? ¿Qué esperan si aquí no hay nadie?

Más tarde, de nuevo volví a oír las astas del helicóptero.

Quedé sorprendida al ver quien bajaba. El caballero vestía elegante traje, sus manos vacías, no llevaban nada. En su primer paso me miró y puso sus brazos en alza. Enseguida se abrieron las  puertas del salón iluminado y la orquesta inició su melodía pausada. 

Recuerdo sentir el calor de sus abrazos, rodeados de luces de cristal que brotaban del salón iluminado.



miércoles, 28 de septiembre de 2011

Un pingüino en el hotel.


Al volver al hotel, después de estar fuera realizando gestiones, vi que uno de los conserjes iba dando escobazos a un pequeño animal que se había colado dentro.

El animal, al verse perseguido por una escoba que le azuzaba copiosamente por un ser poco amigo de animales, corría desesperado por pasillos y habitaciones.
Al abrir la puerta de mi habitación vi colarse velozmente bajo mis pies a una especie de pájaro de grandes dimensiones, acto seguido sin saber exactamente la clase de animal que se había colado en la habitación, vi entrar corriendo con la escoba al conserje.  

Esquivaba de manera veloz ser preso y azuzado por escoba. Al principio no pude precisar exactamente al tipo de animal, hasta que vi que de debajo de la cama subía rápido a esconderse bajo las sábanas a un pequeño pingüino.

El conserje de manera airada y violenta destapó las sábanas…y allí estaba él, desamparado y pillado a la espera del escobazo.  Levanté mis manos para evitarlo y cogiendo al vuelo la escoba, que devolví al conserje, di orden que el pingüino se quedaba en la  habitación.


No me pregunté de donde había salido, ni porqué estaba allí, solo me pregunté cómo podía una cría de  pingüino ser tan veloz y correr de esta manera.

Palomillas de muro.





Me vi paseando por la colina de una enorme montaña.

En la cumbre, el gélido aire de la mañana que cubre sus suelos de blancas alfombras, semeja  maná, claro y limpio. Su húmeda brisa alimenta diminutas plantas que heladas del frío de la noche, desnudan a la mañana su manto de hielo, aflorando su delicado ser.

Aferradas, protegidas de la afilada humedad de la noche, entre fisuras de roca, dejan caer sus brotes de pequeñitas hojas, mostrando cada  amanecer en cielo claro, abierto y álgido sus brotes de hermosa flor guarnecidos, de nombre palomillas de muro.

Supe que el mínimo roce pudiera ser quebranto de belleza, así que me limité a observar su delicada melena, sentada a sus pies de espaldas a  la roca.

Bajo gran mutismo, en compañía del canto de  aves y coro de insectos, el tiempo pasó callado, en silencio, bajo gran paz y ronroneo envueltos que hicieron perder el pasar del tiempo.


Creí que era el placer que da sentir el golpe de aire helado en lo más alto…, fue entonces cuando me di cuenta de estar envuelta de frágil tacto… mis brazos se hallaban vestidos de tules hojas dando fresco placer delicado. Quedé perpleja, no sentí miedo ni daño, sólo la fragilidad de su tacto. 
Entonces comprendí mi efímera esencia. Cuando vuelva a ser volátil y de nuevo sea tierra, agua, aire y viento, regresaré, me aferraré sedienta a una roca para sentir vidrioso y emotivo abrazo.

viernes, 15 de abril de 2011

Brotes de libertad.

       
Al permitirme ser árbol y sentir de manera onírica la magnitud de tu osamenta, sentí envidia por el sutil sentimiento que tu tronco ostenta. 

Percibí la jactancia de tu orgullo al placer de advertirnos. Creímos no ser observados, que nuestros rápidos andares, eran al igual que el polvo que arrastra el viento… pasajero.

Por instantes sentí pena al ver que las ramas ignoran que  no pueden migrar, no saben que son brotes de ti mismo, brotes de lucha, brotes de libertad.
Crecen tiernamente de manera silenciosa con bostezos matinales, que esperas como padre cada amanecer. Aprovechan tu debilidad y con fingido baile provocador cabalgan al unísono del aire, trotando, subiendo, soñando escapar de ti.

Al percibir gran tumulto y arranque de tantos brotes tiernos en tu tronco,  embobado las permites subir al firmamento.  En su evasión se dan cuenta que no pueden ir más allá del largo de tus raíces.


Su huida en alcanzar el cielo, proporciona grata sombra que refresca la tierra que cubre tu interior y entonces recibes de ellas abrazos de multitud de pequeñitas hojas rojas, de brote tierno y un sinfín de flores que dan vestidura hermosa  a vuestra imagen perfumada.

domingo, 27 de marzo de 2011

La limpia mirada de una niña. (Experiencia vivida).


Hace años, realizaba de manera frecuente viajes en tren de corto recorrido. Viajaba desde Barcelona hacia la comarca de Osona. En uno de los viajes, coincidí en el frontal del asiento con una familia de latinos. Dos niños de corta edad acompañaban  a sus padres.

El viaje hacia su  trayecto bordeando sus helados y bellos bosques. Acompañada del un libro, cuya lectura interrumpía  para absorber la fragancia  y contemplar el paisaje.

Sentada frente a mi, una niña pequeña, morena de ojos oscuros, “no tendría más de cuatro, quizás cinco años”, no dejaba de mirarme. Me vi  cautivada por esta criatura. No sé qué pasó, jamás tuve una experiencia así. Casi dos horas de viaje, aferradas, sin poder apartar  ambas nuestra mirada.

No  respondió a los abrazos y caricias de su madre, ni respondió a lo intentos del padre. Tampoco prestó atención alguna al  hermano que de vez en cuando la zarandeaba para romper su hechizo.

La madre la sentó en sus rodillas, su padre la hablaba,   pero ella como si estuviera sola, siguió fija a mi mirada. 

Cuando la recuerdo, me pregunto qué es lo que la niña pudiera haber visto para estar en su corta edad quieta, callada, aferrada.


Recuerdo que me sentí presa de algo que no puedo explicar. Es como si la niña tuviera la capacidad de transportarme al infinito.

viernes, 25 de marzo de 2011

Sin ti, todo sería abismo.


Ah! Qué sería este mundo sin ti.

Sin ti, desde fuera no sería vista nuestra esfera.

Sin ti, sería muda permanente nuestra tierra, no se oiría nunca cantar al agua.

Faltaría el imán atractivo de enamorados.


Sin ti en la sangre seríamos…quizás sólo mineral y agua.

jueves, 24 de marzo de 2011

La casa del caracol.

La noche hace un breve suspiro al llanto de nubes enamoradas.
Salgo a caminar por el sendero del bosque rodeado de chicharras y denso olor a fresco y evito que a cada uno de mis pasos bajo mis pies quede el mapa de vuestro  lecho.

Soy un titán para tu cuerpo, pero permaneces atento, con tus diminutas lentes, combatiendo. Valiente eres por salir a mi encuentro. Tus cortas agujas que enfrentas batiendo, son tus únicas armas que afloras desde dentro.

Cuando bajo a tu instinto oigo que tienes obras bellas que cubren tus adentros. Entonces yo te pregunto ¿qué es lo que tienes dentro? y tú me respondes… para poder verlas, antes he de dejar salir mi cuerpo y que tú puedas ser capaz de reducirte al límite de mi pequeña y maleable magnitud para que puedas acceder a verlo.

Me siento entrar al interior de tu universo. Tus paredes cubiertas de nácar, aceite y óleo guardan  pinceladas de Miguel Ángel, Velázquez, El Greco, Murillo y un sinfín de obras talladas en tu fino y curvado cuerpo. Dices que tus  pinturas se deben a tus mucosas, a ellas debes el óleo nacarado, la viveza y humedad de tus frescos.

Me hablas, desde fuera también puedes apreciar mis lienzos, solo que debes ser capaz de reducir tu tamaño al minúsculo espacio de mi interior para reparar en ellos.


miércoles, 23 de marzo de 2011

Las llamadas de la muerte.



Junto a un escaso grupo de personas, bordeamos paseando las delgadas arterias de un menguado pueblo, al anochecer. El vacío de sus callejas, la humedad del ambiente y la bajada de la niebla reflejaban como azabache sus gastados habitáculos y sus muros.

Me hallo dentro de un pequeño castillo, rodeado de viejos torreones, larga muralla de piedra gastada, porosa, calada por el zumbido permanente de agua, aire y frío. En sus muros brillantes y escurridizos se ven lazos de colores que forma la luna al tropezar como espejo reflejado en sus tabiques. En ellas florece musgo de un tierno color verde que al igual que el plancton, brota por el golpeteo y nutrientes  que arrastra el agua.

Allí, rodeada por tres personas, me hallaba acompañada. Nos dirigimos hacia el interior de los aposentos en busca de refugio para el descanso. En sus pasillos cuelgan viejos candelabros de tenue luz, frágil y etérea como la niebla.

Pasamos a una pequeña habitación, fría y húmeda carente de luz y calor. En el centro, una pequeña cama daba las coordenadas de monje en penitencia, carente de muebles y escaso abrigo. En ese momento, me di cuenta que de las cuatro personas, habíamos entrado a la habitación dos. Arreglamos el camastro y acondicionamos un poco el aposento.

Al poco tiempo, se oyó un ligero toque en la puerta, acto seguido  se oyeron dos golpecitos seguidos de sonido metálico diferente al primer golpe. Creímos que eran quejidos de tempestad, de agotamiento que provocan los golpes reiterados a grietas y fisuras en la roca; del viento cuando cobra voz entre los muros. Me acerqué a la puerta y abrí una mirilla enrejada que me permitía ver escasamente  el espacio que enfrentaba a la puerta. Un caballero alto, delgado, vestido de luto con fajín color rojo y camisa blanca se encontraba apoyado en la pared con limpios zapatos negro metálico.  Mirada hacia abajo, parte de su rostro cubierto por sombrero negro que a modo de respeto tenía ligeramente inclinado hacia el suelo. Enseguida supe que había llamado a la puerta. Un suave tok…sonido de madera, dos toques metálicos respondían al choque de sus limpios  zapatos de charol.


Sin palabras, supe que había venido a llevarse a mi compañera. Esperó respetuosamente a que saliera de la habitación para entrar en ella. Sin mediar palabra, se quedó esperando, mirando fijamente el frío y húmedo suelo. Pensé que no podía estar de manera permanente en la habitación para evitar que mi compañera estuviera sola, así que permanecí un tiempo dentro, también me mantuve  allí por miedo a ver de cerca el rostro de la muerte. Recuerdo al salir de frente, que él  de manera respetuosa no levantó la vista para verme, ni hizo el menor movimiento.

También recuerdo que fuimos a buscar alojamiento fuera del castillo. En la habitación ayudaba a otra compañera en arreglarla, cuando volvimos de nuevo a oír los tres golpes que percibiéramos en el palacete. No creímos que pudiera pasar igual, pero al abrir la puerta, vi de nuevo la misma imagen del caballero. Supe que había venido a llevársela. Salí, lo tuve muy cerca de mí.  Igualmente respetuoso; quieto, callado, sin prisas. A la espera para entrar se encontraba el caballero vestido de luto con sus zapatos limpios,  negros color metal, cabeza baja con sombrero inclinado hacia el suelo a modo de respeto.

De nuevo, las dos viajamos en búsqueda de alojamiento muy lejos de aquel lugar para evitar tropezarnos con el caballero. En una habitación de hotel,  alejadas de su  acecho nos disponíamos a descansar. Hablábamos como si nada hubiera pasado, nos habíamos olvidado de lo ocurrido y cuando creíamos que estábamos seguras, oímos de nuevo los tres golpes, uno en la madera y dos metálicos. No creíamos que fuera verdad pero él estaba de nuevo allí. Recuerdo quedarme un tiempo junto a ella. Entendí que cuando viene a llevarnos, no hay lugar ni distancias seguras que eviten su trabajo.


Respetuosamente esperó a que abandonara la habitación. Supe intuitivamente que no había llegado mi hora. Me llamó la atención su porte elegante de traje y sombrero negro. El gran grado de respeto, su silencio y  su espera, cabizbajo.

martes, 22 de marzo de 2011

Oyente vegetal de mis anhelos.


Oyente vegetal  de mis anhelos, con mis primeras sensaciones al  amanecer, hoy, te conté de nuevo mi sueño.

Anoche pude ver y sentir el arranque de la tierra, el avance y la búsqueda de la luz que colorea vuestras hojas y da fortaleza a vuestro ser.

Enseguida comprendí que nuestra percepción está carente de sentidos  a vuestras alegrías y llantos. Somos incapaces de oír vuestro lagrimeo en cada riego, vuestra sonrisa en cada tacto. Incapaces de permanecer tan sólo un segundo para apreciar ese leve aleteo de vuestras hojas a nuestro tacto.

El sueño me hizo ver la sencillez y levedad en vuestro despertar hacia la nada. Vi el crecimiento rápido del laurel como en película acelerada. Arrancabais  de la tierra un largo tallo cargado de hojas entrelazadas que formaban un gran aro que me rodeaba.

Enseguida se pusieron a crecer las demás plantas de casa y pude sentir el gran jaleo y aleteo de vuestros avanzares. Me llamó la atención el gran crujido que arranca de la tierra para dejar salir sediento de aire y luz al nuevo brote. Tierno, al igual que humano, responde con leve lagrimeo y mueve sutilmente sus hojas  en un primer contacto hacia la luz y humedad que lo envuelve.

Más tarde comienzo a redactar mi sueño. Paso página del taco calendario. Viernes 18 de marzo dice:

Cuando no tengas otra cosa que hacer, puedes plantar un árbol; irá creciendo mientras tú duermes.

viernes, 4 de marzo de 2011

Conversando con un árbol.

 Me he sentido en el sueño aprisionada, incapaz de moverme. Supe casi al instante que formaba parte de ti, me hallaba dentro de ti. Enseguida pude  entender tu lenguaje, el motivo de tu tristeza, la frustración de tus impulsos y deseos.  

Te diste cuenta que estabas sujeto a la tierra, como lo están los minerales al agua. Atado  a la esfera que te alimenta como una roca, firme y sujeto a la tierra que te levanta.  Sentí que desde que te dieras cuenta de tu condición, no habías dejado de luchar, de batir a muerte con tus raíces para poder moverte.

Sentí que tu vida no está exenta de deseo. Deseo de conocer otras tierras, respirar sus aires, nutrirte de otros suelos, hidratarte de otras aguas, sentir el reposo de otros seres y despertar con su cántico matinal en tus ramas.

viernes, 25 de febrero de 2011

CUENTO: La despedida.


Me vi caminando por la orilla de una hermosa playa al atardecer.

Me dirigía a trabajar a una residencia de ancianos que se encontraba enclavada a unos cien metros de la orilla del mar. Cuando entré, tuve que tener cuidado en el acceso al interior, no me percaté de cómo era el lugar. Una vez dentro observé que paredes, puertas y ventanas las formaban cientos de conchas marinas de todo tipo, ajustándose a las formas.

Más tarde, entrada la noche, cuando me dirigía a casa caminando descalza por la orilla del mar, pude observar destellos de luz circulares que brotaban de sus ventanas y fue entonces cuando vi que la residencia era una colosal caracola. ¡Qué edificio tan hermoso!, que original.

Trabajaba como enfermera, atendía sus cuidados, curaba sus heridas. De entre todos los ancianos, había una abuelita de cabello blanco. Apenas andaba, tenía movimientos muy lentos y precisaba la ayuda de una monjita de blanco uniforme para desplazarla. Día tras día la abuelita iba apagándose. Su pálida piel reflejaba cercana su despedida.

La abuelita se fue llenando de heridas que yo curaba. Días después pude observar a un caballero mayor, vestido de traje y aspecto elegante, que con ternura la cogía de la mano. Hice mención a las monjitas, preguntando quien era el caballero que no se separaba de la ancianita. La monjita me miró sorprendida y observé que no entendía mi pregunta. Ella veía a la ancianita sentada en su sillita de ruedas, sola y apagadita.
Al insistir en que veía a un caballero que respondía con cálida sonrisa, la sor, puso al corriente al resto de monjitas y ninguna de ellas veía al caballero que acompañaba a la ancianita.

Días posteriores observé un sinfín de preparativos en los que participaban trabajadores y ancianos de la residencia. Ensayos, idas y venidas y un permanente cuchicheo entre residentes.

Monjitas, médicos, enfermeras, ayudantes, todo el personal estaba tramando una fiesta. Lo presenciaba sin preguntar, observando cada paso, cada movimiento con mutismo absoluto de cuanto se preparaba.

La abuelita se iba, se apagaba día tras día. Supe a través de la mirada de su compañero que se iría pronto, que había venido a acompañarle en el trayecto, cruzar hacia la otra orilla. Los ojos del caballero decían que su partida no debiera de ser triste, que debiera de ser alegre y acompañado de aquello que más apreciaba en la vida.
La abuelita había sido profesora de música, tenía especial sensibilidad por  Mozart.

Una mañana cuando llegué, me encontré a la ancianita sentada en su silla, junto a su inseparable caballero, cogidos de la mano en los últimos días. Ella no podía levantar su cabecita para mirarme, pero supo que había llegado la enfermera que curaba sus heridas. El caballero levantó su cabecita, ella me miró con una sonrisa. Su mirada me cautivó, sentí ver en sus ojos con certeza que sería su último día.

Centré toda mi atención en ellos y me percaté que se iniciaba la fiesta de su despedida. Junto a la pareja rodeada de ancianos y trabajadores, en el salón vestido de  teatro, las luces se apagaron y puertas y ventanas se cerraron. Sentados a oscuras, sin ruidos ni movimientos, durante minutos, todos callaron y suavemente comenzaron a oírse las primeras notas. Segundos después suavemente fueron entrando luces de diferentes colores. Primero rincones, después, poco a poco la luz dejó ver las vestiduras y siluetas del teatro ¡La sorpresa fue grande!

Toda la orquesta iba vestida de fiesta, vestidos con trajes de payaso. El director como si fuera un títere dirigía la banda de músicos. Fue tal mi sorpresa que empecé a reír, qué magnífica despedida. Las obras de música que te apasionaron en vida, oírlas y verlas representadas en un  concierto de payasos, regalándote en tu última hora de existencia alegría.

Recuerdo al terminar la jornada salir de esta hermosa experiencia  regresando descalza por la playa, sandalias en mano, sonriendo de haber participado en una bella experiencia.


Pensaba, quizás que pudiera encontrar alguna perla que hubiera sido olvidada cuando se construyera la carabela y comencé con los pies airear las  micro-esferas que dan cuerpo a la arena…fue entonces cuando sentí caricias bajo los pies, el suave roce de minúsculas perlas.

martes, 22 de febrero de 2011

Conocer otros mundos.


En el sueño he sido guiada intuitivamente con seguridad. He escalado montes hasta poder visualizar lo que presentía, una nave espacial.

Me he dado cuenta de que no estaba sola, que próximos a mí habían otros humanos que veían y presenciaban lo que yo. Han salido varias naves más pequeñas de la grande y después he visto abrirse una gran puerta. De ella salían dos hileras de personas mayores y envejecidas. Llevaban  puesta una túnica con gorro fino de color azul claro.
Me he dado cuenta de que al pasar por su lado, ninguno de ellos ha parado a mirarme. Su mirada era fija, hacia el frente y en sus ojos y gestos alegres había  felicidad.

Cuando ellos salieron, enseguida me colé en la nave. A los demás seres humanos que entraban los estaban esperando, pero a mí no me hacían caso. Corrí por varios pasadizos para ver donde ubicarme y ser acogida como los demás, pero no, me vi dentro de la gran nave perdida y preocupada porque nadie reparaba en mi presencia. Recuerdo verme sentada en un banco de jardín y balanceando las piernas como una niña en el centro de la nave. Al poco tiempo vi sentarse a mi lado un ser muy alto vestido con túnica y capucha. Recuerdo que estuvimos bastante tiempo ambos sentados y callados y pasado un tiempo me preguntó que quería.
Le dije que tenía ansias de ver el espacio, de conocer otros seres, otras vidas, otros planetas. El se paró otra vez y estuvo callado largo tiempo hasta que al final me dijo que yo no había sido llamada para esta ocasión. Le dije que lo sabía pero mi intuición y deseos me hicieron llegar hasta ellos.

El extraño ser siguió de nuevo pensando mientras yo balanceaba mis piernas a modo de columpio en el banco, a la espera de ser aceptada y finalmente me preguntó de nuevo ¿Tú eres feliz en la tierra? Yo que no esperaba la pregunta contesté de golpe "sí".  Si la respuesta hubiera sido meditada y no espontánea posiblemente hubiera sido otra. Deseaba con fuerza salir fuera de la tierra, conocer  las maravillas del cosmos e infinidad de seres inteligentes habitando universos diferentes donde lo mágico e increible pueda ser frecuente en la vida de otros mundos.


Entonces desde la nave puede ver y sentir el dolor que estaba provocando a mi marido,  me afligió una gran ternura. Estaba desesperado movilizando a  todo un ejército para encontrarme. Recuerdo salir de la nave volviendo de nuevo a sus brazos.

El cantar de la rana.


Me he sentido en el sueño como un árbol  de  grandes ramas y tronco liso, de color claro y textura suave. Las ramas que encabezaban el tronco estaban desprovistas de hojas y cargadas de flores.

Me percaté que de mis ramas brotaban flores de diferentes formas y me di cuenta que el polen que cada flor emanaba, saturaba más allá de mis raíces, que todo a mi alrededor embriagaba.
Un gran manto de minúsculos seres cubrían el árbol de insectos que desorientados por la mezcla de sus néctares servían de alimento a las  aves.

Deleitándome del descanso de las aves en mis ramas para poder nutrirse y embobada al ver brotar en ellas flores de diferentes formas y colores, me llamó la atención el cantar de una rana. Cuando pude alcanzar a visualizarla “alojada bajo mi tronco”, me percaté que cada vez que croaba su aspecto cambiaba.
Maravillada observé que  cada vez que zampaba un insecto croaba, y ese croar la  transformaba en gema preciosa. Otro croar hizo de su cuerpo blando y pastoso una pequeña isla rodeada de playas limpias y finas arenas que arrastraban a perderse en ellas.


Me he sentido vegetal, como un árbol y he podido experimentar el delicado  brote de las flores en mis ramas. He sentido el placer al ver que mis brazos sirven de protección y descanso.  He oído al amanecer los movimientos del despertar de los árboles y he oído el canto de una rana que a modo de agradecimiento por el  manjar de insectos  cambiaba su cuerpo en belleza y encanto.

lunes, 21 de febrero de 2011

Humanos diferentes.


Me he encontrado rodeada de personas muy diferentes a nosotros, pero a su vez con grandes similitudes a la raza humana.

He visto parejas. Las madres sujetaban y abrazaban a sus hijos. Me resultaron graciosas las diferencias físicas que veía en ellos, en especial las diferencias de sus retoños.  De pronto tuve un fuerte impulso de risas espontáneas.

Desde lo alto, en los brazos de su madre, un niño de entre uno o dos años me miraba y respondía a mis risas. Supuse entonces que él se reiría de verme reír…quizás se riera al contemplar al igual que yo las diferencias que nos separaban.

Era diferente a los humanos conocidos,  pero me pareció guapo.

Constitucionalmente era como nosotros: cabeza, tronco y extremidades. Lo que provocó en mí el ataque de risa fueron aspectos  como el color de su piel, el color de su pelo y sus ojos.

Su piel era grisácea, tenía el cabello de color verde manzana y los ojos amarillos. La combinación de los diferentes tonos me resultó agradable a la vista.

Supuse que también le resultaría curiosa mi imagen porque el niño no paraba de mirarme y reír desde los brazos de su madre.  Al rato deseó venir a mis brazos y yo alargué los míos para abrazarlo. 

Cuando lo tuve en mis brazos, el se dejó besar. Sentí su piel totalmente fría. Fue al besarlo cuando el niño percibió las diferencias físicas entre ambos. El calor de mi tacto le resultaría extraño al igual que yo sintiera la frialdad de su tacto como si tuviera en mis brazos a una especie de sangre fría. Quiso enseguida acudir de nuevo al amparo de su madre.


Pensé que no eran tantas las diferencias entre nosotros, al menos físicas y supuse que los cambios de  piel gris, cabello verde y ojos amarillos se debían a vivir en un medio diferente al nuestro.

domingo, 20 de febrero de 2011

Sueñocuento: Donde los árboles hablan.





Salíamos de viaje en un gran autobús repleto de personas adultas. Íbamos a visitar un pueblo rodeado de bellos bosques alojado en profundo valle. Para descender había que dar cuantiosos volteos.

 

Se decía que debido a su ubicación, sus pobladores tenían poco contacto con otras villas del valle. Se habían adaptado a sus recursos y sobrevivían con armonía. Decían del pequeño lugar, que el aislamiento de sus aldeanos hizo que cuidaran con esmero la naturaleza que les rodeaba y llegaron  a tal cuidado y mimo con su medio que los jóvenes se hicieron grandes artesanos de la madera. Como sus leyes no les permitían herir árboles y sacar leños de ellos, llegaron al acuerdo de talar un lado de sus troncos, dándoles formas de situaciones humanas y de esta manera, no sentirse tan aislados del mundo... se dice que por las noches y especialmente cuando baja la niebla los árboles del pueblo hablan con sus vecinos.

 

Cuando bajamos al pueblo me llamó la atención que pese a la profundidad del valle hubiera intensa claridad. De madrugada tibios soplos de calor sacudían múltiples mariposas  artesanas de diferentes cristales que, alojadas sobre bóvedas, torres y tejados respondían estrepitosas a cada albor mostrando filtros galanes de variados matices, irradiando de luz al pequeño poblado. Quedé sin entender cómo podían atraer los rayos del sol desviándolos hacia la profundidad del valle.

 

Perdí el rastro de mis compañeros y me vi paseando sola por sus calles. En una acera habían dejado un carro lleno de juguetes. Me acerqué y aprecié que estaban en muy buen uso. Allí no había nadie y los juguetes estaban nuevos, así que… decidí  llevármelos. Eran muy curiosos, no los había visto nunca y además eran preciosos. Había un sonajero redondo, donde las protuberancias eran del cabello y rostro de una niña. Al cogerlo se empezaron a mover las bolas de su interior y comenzó a sonreír. Me di cuenta más tarde que su aspecto y color cambiaba según el paso del día. Sus tres rostros de diferentes colores reflejaban la mañana, la tarde y la noche. Entendí que los sonajeros acompañaban  a los bebés indicándoles el paso del tiempo. Me dije ¡que buen invento!, así los bebés pueden entender en qué momento están y sabrán cuando les llega el sueño de la noche.

 

Arrastrando el carrito cargado de mágicos peleles me vi preguntando a los vecinos del lugar la parada del vehículo para unirme al grupo, pero no se qué pasó que volví a perderme de nuevo y me vi atraída hacia una gran avenida donde sus árboles eran de un tamaño gigantesco. Calculé por la formación de sus troncos que debían tener varios siglos. Sus ramas estaban tan estrechamente entrelazadas unas con otras que me pregunté cómo harían sus jóvenes artesanos para armonizar el entrelazado sin cortarlas.

 

Al acercarme a la arboleda vi que cada árbol tenía frente a su tronco una silla, además de artículos de artesano, como si fueran pintores. Me pregunté que estarían haciendo ¡no son pintores porque los asientos están colocados cerquita del tronco! Me acerqué a un hermoso soto y enseguida vino un chaval dispuesto a responder a  mis preguntas.  Se presentó como su artesano. Me explicó que los troncos del parque tenían tallado en miniatura situaciones humanas de diferente índole. El había construido las de un grupo familiar del pueblo representando al padre, madre, hijos y abuelos cada uno en sus quehaceres diarios. Decía que desde hacían varios siglos, los arbustos habían llegaron a un acuerdo con sus gentes. A cambio de no podarlos para vivir de sus maderas, ellos cubrirían sus necesidades dando vida a las figuras talladas durante la noche  advirtiendo el peligro o daño próximo, además de protegerlos del frío durante la noche porque sus troncos emanarían calor a falta de leños. El calor y la humedad nocturna les proporcionarían un aumento de sus frutos. Así lo hicieron durante siglos cuidando ambas partes su compromiso. 

 

Le pregunté ¿Cómo os avisan las tallas humanas unidas a su tronco? Muy fácil, verás, dijo cuando algo va a ocurrir y afecta al pueblo en general, todas las tallas artesanas de los troncos se encienden como antorchas y no dejan de movilizar sus ramas, es una señal de aviso que  advierte de peligro para el pueblo. Ante algún accidente de uno de los vecinos, al estar representadas las familias en sus troncos, el árbol avisa de la familia que va a correr este riesgo, y así llevamos siglos de paz y armonía. Nosotros cuidamos celosamente de ellos porque nos protegen y ayudan y además nos aportan muchos beneficios.

 

Cuando quise darme cuenta era de noche, el vehículo se había marchado. Me refugié y encontré durmiendo en medio del paseo, al abrigo del calor que los árboles emanaban, aferrada al sonajero de las tres caras, en el centro del paseo donde los árboles hablan. 

sábado, 19 de febrero de 2011

Otros Humanos.



Este no es un sueño normal, ¡bueno!, normales no son ninguno, pero éste es atípico, es la primera vez que sueño con algo así.

Mi veía a mi misma escondida detrás de una gran puerta abierta junto a la pared. Estaba allí quieta oyendo una conversación de la habitación contigua. Mi quietud era absoluta, no deseaba que el menor ruido pudiera delatarme. No recuerdo donde me hallaba ni quienes eran los que dialogaban. Si recuerdo que lo que oía  despertó enormemente mi interés. El tema era muy interesante.

Dos caballeros, uno frente al otro sentados en una gran mesa de un magnífico despacho dialogaban. Uno le decía al otro que el planeta tierra se había visto varias veces a través de su formación como planeta a su exterminio. Las generaciones de seres que evolucionaban “los humanos”, su fin fue siempre el mismo: el saber, la investigación y poseer las claves del conocimiento.

Su avance fue siempre paralelo al uso y maltrato del medio en el que vivían. Al final, sólo los que podían socialmente “unos pocos” bajo grandes inversiones tendrían el privilegio de subsistir ante un gran desastre en el cual la superficie del planeta, la más vulnerable sería la más destruida.

Explicaba que en las diferentes destrucciones de la tierra, bien provocada por ataques de armas terroristas, bombas atómicas, virus, etc. o bien provocada a consecuencia de choques o impactos con meteoritos, la tierra tuvo varias generaciones cuyo fin siempre eran los mismos.

Algunas civilizaciones hallaron gran poder de conocimiento, muy superiores al nuestro. Una de las civilizaciones de humanos con gran avance y desarrollo tecnológico a través del temor a extinguirse frente a un evento de grandes proporciones comenzaron a construir refugios subterráneos adaptados y acondicionados para poder subsistir en ellos. A la vez que la investigación avanzaba abarcaron refugios en zonas oceánicas, comunicando ambas esferas, tierra y océanos. Finalmente edificaron bases o plataformas en planetas cercanos donde la tecnología era aplicable para poder desarrollarse.

Había pues tres lugares donde el hombre podría protegerse ante la destrucción del planeta. Ese día llegó y lo hizo en el momento en que los humanos de la tierra estaban sumidos en conflictos bélicos ocasionados por las diferencias sociales, el uso de los recursos hídricos y alimenticios.

Solo una parte social de personas sanas y especializadas en las diferentes ramas fueron seleccionadas y preparadas bajo el silencio absoluto del resto de humanos para salir a las bases fuera del planeta tierra. De igual modo otro colectivo igualmente sano y con los conocimientos y tecnologías necesarias irían en el momento oportuno a las bases creadas bajo tierra e de igual modo se seleccionó a los que irían a la población destinada a vivir bajo océanos.

Así que cada población de afortunados seleccionados para salvar la especie humana fue duramente adaptada a un medio totalmente inhóspito para la raza humana. Durante siglos hubo comunicación entre ambas esferas, bajo tierra y las profundidades marinas.

La conversación terminaba diciendo que la mayoría  de los seres que poblaban la tierra murieron y que sólo los tres grupos generosos altamente preparados sobrevivieron al desastre en la tierra con todos sus inconvenientes pese a las ventajas.

Mientras la tierra ha necesitado siglos para generar de nuevo un ser inteligente  hemos convivido sin saberlo junto a estos tres grupos.

Durante siglos los que salieron e instalaron en planetas y lunas cercanos al planeta tierra nos visitan con sus avanzadas naves.  Otros colectivos submarinos  han tenido experiencias con naves que se  alojaron o salieron de mares u océanos a velocidades increibles y el que menos  contacto ha tenido con el hombre ha sido el grupo que fuera destinado bajo tierra.

Cada uno de estos tres grupos de origen humano tienen una imagen física diferente a causa de la adaptación  a un medio que les tocó sufrir, pero a diferentes niveles los tres grupos nos superan en conocimiento.


Mientras el hombre renacía de nuevo, ellos observaban nuestro avance en ésta frágil superficie, cercanos siempre a nosotros.

viernes, 18 de febrero de 2011

La torre de Babel.


Me desperté diciendo !que sueño tan lindo!

Me encontraba en una de las viviendas en las que he vivido. Siempre que he soñado con esta casa que vendí después de realizar una gran reforma tras los desastres provocados por un fuerte diluvio, me han causado malestar y desasosiego.

Hoy, que de nuevo soñé con la casa, la sensación ha sido muy  diferente a los anteriores sueños.

La casa estaba repleta, vestida de muebles y cosas personales y además estaba llena de animales domésticos. En la casa de 90 metros cuadrados había: un burrito, gatos, perros, tortugas y especialmente pajaritos con sus crías.
Me encontraba en el centro del salón y allí en el centro de la habitación había una torre de Babel dorada que atravesaba el techo de la casa hacia el infinito cielo.

En las ventanitas de sus laterales había nidos de muchas aves. De repente me vi dentro de la torre de Babel. Por sus laterales entraba una potente luz a través de miles de ventanillas repletas de nidos cuyas crías y padres volaban a mí alrededor.

He sentido un gran gozo de verme dentro y apreciar tanta belleza, me sentí afortunada por estar dentro de ese espectáculo maravilloso. Pasaron unos minutos en el que todos los sentidos se centraron en ver cuanto me rodeaba. Me vi inmersa en otro mundo, no prestaba atención  a sus múltiples cantos y tonos diferentes. De pronto sentí en mi interior el lenguaje de sus cantos, podía entender lo que hablaban.  Se acercaban a mi cuando los llamaba, se sentaban en mis hombros, en mis  manos se dejaban acariciar. He disfrutado de los primeros vuelos de sus crías que a modo de juego me rodeaban. Quedé absorta por la experiencia que estaba viviendo, sentir el significado, los mensajes de sus cantos.

A la vez ellos entendían mis palabras y leían mis pensamientos. Entonces abandoné mis sentidos, les dejé empañarse del juego de sus vuelos y del mensaje de sus cantos.