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viernes, 7 de marzo de 2014

CUENTO: La Granja de Pedrolo. (III)



Pedrolo, ha levantado de nuevo su choza. Tras la rehabilitación de Kity y la pérdida de Yana acude a su ritmo normal acercándose de nuevo al mercadito del jueves.

Le cuesta dormitar al sentir helados los pies ¡Cuanto añora su mullida tripita! Pesadillas y fantasmas se une al canto incansable del modesto riachuelo que absorto, transforma polvo de losas en cristales prietos mientras siente clamar al eco imploro y lamentos…Yana, Yana, Yana, y, a la aurora, amanecida el alba, le cuesta dar sus primeros pasos sin su ración de rica leche templada.

Sus lánguidos pasos elevan gravilla arenosa por la única entrada y salida al pueblo. Su hidalga imagen y fósiles ropas, que más que cubrir remolcan esqueleto, atestan añoro e intensos recuerdos.

Kity pocas plumas, sin brillo que lucir, abatida y apagada, cacarea su ronquera exhibiendo solo astillas. Delgadita como una varilla, aguanta recta, firme y varada como estrella y única superviviente de gran batalla. Sobre el hombro, sin poder saltar al lomito de Yana, resbala una y otra vez, aferrando su espolón a la quebrada levita, mientras que el amo cabizbajo evita preguntas, y entre miedos, su mente itera una y otra vez la misma duda ¿será oro lo que Kity expulsara estando malita?

Pedrolo recuerda que la pequeña Basílica muestra dos veces al año capas, túnicas y mantos de terciopelo con oro, plata y hermosas piedras trabadas cubriendo cuerpos Santos de camino a la ermita.
“Qué grato paseo, silencio rodeado de incienso, oyendo piedrecitas rechinar tras sotana negra y el Padrenuestro”.

Tras dar un paso y traspasar la puerta de la Catedral, ambas miradas quedan enrocadas y en silencio.  El párroco pensaría…que causa grave o motivo tuviera que por primera vez desde que lo conociera fuera para pedir sagrada confesión, ayuda o consejo…y Pedrolo acostumbrado a ver su azabache imagen florear por el mercado escarbando mejores precios…de pronto siente caer sus ojos como cúpula atravesada por rayos y truenos, viendo en segundos votos y sacramentos.

Tras decir que su morada es la montaña y su nombre es Pedrolo, el párroco le pregunta: dígame buen hombre, ¿qué desea? y acto seguido suelta en su mesa veinte pepitas de oro.
Sabe que es un indigente sin familia y ante el miedo a haber sido sustraídos u encontrados y pudieran tener otro dueño le aconseja que el mejor para indicarle precio sea el alcalde del pueblo.

Acompañado por el sacerdote, una vez presentado suelta las pepitas de oro sobre su mesa. Entonces súbitamente Pedrolo sintió la certeza de hallarse en lugar equivocado al ver en su mirada avaricia y engaño.

Para cuando pudo tener un breve resumen del tipo de persona que tenía delante, el alcalde se había adelantado y sin someterlo a  pruebas o contrastar el grado de aleación, quiso pagar ridículo precio creyendo a Pedrolo que al ser vagabundo también sería tonto. Pedrolo reaccionó cogiendo las piedrecitas con la intención de largarse, pero el avistado señor, tuvo un contraataque radical acariciando a Kity al paso que lo rodeaba con su brazo.

Acariciando las pelusas de Kity con la intención de evitar que se marchara (pues debía conocer cómo y dónde las hallara) y aprovechando las deudas por ayudas y favores para la restauración de la capilla, utiliza al párroco para que éste intimide y haga hablar a Pedrolo mientras manda con gestos de urgencia hagan llegar rápido a su buen amigo y “prestamista para los necesitados del pueblo” - un ruin usurero que aprovecha las desgracias ajenas  para engordar su patrimonio-

Todos en el pueblo conocían a Pedrolo y sabían que cogía verdura y frutas del suelo, alimentos que otras personas rechazan al tener peladuras o picadas. Al llegar el financiero se le abrieron los ojillos como huevos, y precipitándose  sin conocer el precio ofertado por el alcalde escasos minutos antes, ofrece pagar por todas un precio tres veces superior.

El encuentro de sigilosas miradas es suficiente para saber que se encuentran con un vagabundo inteligente, sagaz y sabio. Bajo presión del párroco no ha soltado prenda. No ha dicho ni una palabra de su hallazgo y ha conseguido que personas que no conoce paguen por cuatro el precio inicial dispuesto por el alcalde, accediendo finalmente el prestamista a efectuar el mismo pago pero por sólo diez, la mitad de ellas.

Qué pronto se trasmiten fortunas y desgracias. Esa misma noche conocerá y saboreará lo que otros seres tienen. Con monedas en sus bolsillos se dirige rápido a la gran tienda. Primero elige suave manta, después compra vino tinto, buen pan, morcilla y butifarra. También compra material plástico para protegerse del frío y el agua.

Pedrolo es un indigente sin trabajo, en su niñez aprendió a leer y escribir y siempre se sintió acompañado y feliz al vivir entre naturaleza. Ella le enseñó a leer los mensajes del aire entre arboledas. Los cantares al alba y baladas del atardecer. A escuchar los mitigados ruidos bajo el silencio y la calma. A oír y sentir el trajín de seres que viven y pernoctan bajo tierra. A escuchar las mudas voces de las plantas. Al aire cerrando vientos para discernir el delicado jaleo de múltiples lenguas; vocablos verdes junto al habla de seres de diferente hábitat capaces de dialogar y entenderse.

De regreso a casa se da cuenta que es perseguido a cierta distancia y, para extraviarlos, merodea las colinas por zonas alejadas. 


La naturaleza ha enriquecido su sabiduría, le enseñó a ser prudente, a leer la mente y el corazón de animales que le sirvieron a su vez para conocer bien a los hombres, pero Pedrolo no conoce emboscadas ni triquiñuelas del mundo de asfalto, en este aspecto es igual de inocente que Kity, desprovisto de armas para luchar y vetar la codicia humana.