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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Palomillas de muro.





Me vi paseando por la colina de una enorme montaña.

En la cumbre, el gélido aire de la mañana que cubre sus suelos de blancas alfombras, semeja  maná, claro y limpio. Su húmeda brisa alimenta diminutas plantas que heladas del frío de la noche, desnudan a la mañana su manto de hielo, aflorando su delicado ser.

Aferradas, protegidas de la afilada humedad de la noche, entre fisuras de roca, dejan caer sus brotes de pequeñitas hojas, mostrando cada  amanecer en cielo claro, abierto y álgido sus brotes de hermosa flor guarnecidos, de nombre palomillas de muro.

Supe que el mínimo roce pudiera ser quebranto de belleza, así que me limité a observar su delicada melena, sentada a sus pies de espaldas a  la roca.

Bajo gran mutismo, en compañía del canto de  aves y coro de insectos, el tiempo pasó callado, en silencio, bajo gran paz y ronroneo envueltos que hicieron perder el pasar del tiempo.


Creí que era el placer que da sentir el golpe de aire helado en lo más alto…, fue entonces cuando me di cuenta de estar envuelta de frágil tacto… mis brazos se hallaban vestidos de tules hojas dando fresco placer delicado. Quedé perpleja, no sentí miedo ni daño, sólo la fragilidad de su tacto. 
Entonces comprendí mi efímera esencia. Cuando vuelva a ser volátil y de nuevo sea tierra, agua, aire y viento, regresaré, me aferraré sedienta a una roca para sentir vidrioso y emotivo abrazo.

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