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lunes, 1 de julio de 2013

CUENTO: Nina (VIII) Simbiosis.



Niebla fresca, húmeda y silenciosa, cautiva albores e incita efluvios arropando auroras de ceñido rocío. Son micro-gotas de riego, hielo, escarcha, velo y atavío que en sublime cortejo, expanden su hálito matinal a verdes selvas y bosques cobrizos de veladuras rojas, ocres, verdes, amarillos, exhalando vaho cristalino, vidrieras de vapor emanando oxígeno.

La intensa y rígida frescura, tensa porosa estructura. Más tarde, el calor las incita a volar, y, aturdidas, en estallido, canjean chiquitos botones verdes por rubios apéndices o bracitos. Son bordados de la tierra, lienzos verdes, blancos, amarillos, rojos, violetas que miman de incienso los  húmedos prados en primavera.

Nina pasa la mayor parte de recreos asediando pequeñas plantas salvajes cargadas de guisantillos verdes, y en vez de jugar, acosa su rápido crecimiento sin ayuda del jardinero. Son enanas si no se dejan crecer, pero si se abandonan y escampan a su aire, son gigantes para las niñas.

Nina curiosa, abre uno a uno para ver que pócima guarda su interior que, a los pocos días, diminutas margaritas lucen terrazas y expanden llanuras. Una florecilla que embellece campos, no puede ser malo comer su pequeño vértice de algodón bien apretado, así que los mete a la boca uno tras otro, hasta acostumbrarse a comer en recreos, verdes liliputienses de diminuto corazón blanco.

Los agudos sentidos de Nina la hacen permanecer despierta de noche, hasta caer agotada de madrugada. El trasiego de tráfico de la carretera, el canto de un búho, el ladrido de un perro, maullido de un gato, el movimiento de ramas y árboles del patio… y especialmente, el nocturno cuchicheo de grandes plantas de interior que decoran pilares y entrada a dormitorios.

Las noches de verano, ventanas y puertas abiertas mitigan calor. Nina presta mucha atención y descubre pequeñitos sonidos salir de las macetas “como si hablaran entre ellas”. Para oírlas, espera horas despierta, pues empiezan a dialogar, cuando el resto de seres reposan.

Una mañana, sobre las siete, antes de levantarse, Nina despierta al sentir brotar de la gran maceta un sonido diferente y acto seguido como lenguaje encadenado, el resto de plantas del pasillo responden a la vez.

Nina desde que percibiera que las plantas hablaran entre sí, no había sentido nunca respuesta unánime…y ocurrió algo insólito. Casi al instante de oír responder al resto de plantas, hubo un ligero seísmo que despertó y alteró a las niñas y a todo el convento. 

Nina piensa, que si las oye dentro, podrá oír mejor a árboles y plantas de fuera al ser de mayor tamaño, pero por más que intenta, sus emisiones y mensajes quedan ocultos, clandestinos en su propio medio, medio devorado por ajetreo y ruidosa actividad del  hombre.

Nina no puede hablar de lo que ha descubierto, no puede decir a las monjitas que siente hablar a las plantas.  Además del retraso en la escuela y tener aumentadas sus percepciones, le falta contar que las plantas hablan, así que ante el temor de ser objeto de burla de compañeras y religiosas, calla.

Tres días después que ocurriera el ligero seísmo, Nina oye  cuchicheos como tantas noches, y de madrugada despierta de golpe al sentir el mismo sonido que días atrás oyera brotar, pero con mayor fuerza, de la misma planta cercana al dormitorio. Tras el sonido extraño, de nuevo, el resto de plantas, responden unísonas, a la vez, “como confirmando el desastre que estaba a punto de ocurrir”. Cuando Nina siente responder al resto de plantas, salta de la cama y corre buscando refugio fuera del dormitorio. Al no saber a dónde ir se oculta entre columnas, encajada en el rincón, al amparo de la planta.

En la oscuridad de la noche surgen gritos y llantos. Caen trozos de techo y paredes, se mueven las camas, hay rotura de cristales, armarios destruidos  reinando el caos y la confusión.  Al ocurrir en plena noche, desprotegidas, sin luz, ni saber qué hacer ni dónde ir, la mayoría terminan sufriendo magulladuras y heridas.

Terminado el seísmo retorna la luz. Las niñas agrupadas y abrazadas por temor, esperan ser salvadas del desastre. Cuando las religiosas terminan de revisar y curar una a una a las niñas, caen en la cuenta que falta Nina. Nadie recuerda haberla visto, creen que pueda estar bajo escombros y cuando acuden en su busca la hayan de pié junto a la planta, intacta, sin  rasguños, cortes ni heridas, solo que no habla, aunque antes de que ocurriera el suceso hablara muy poco.

Nina acude a la escuela, pero desliza miradas y atención al crecimiento de árboles y plantas, y, como no duerme las horas que su cuerpecito necesita, cruza pequeños bracitos para almohadillar su cabecita, durmiendo en clase, soñando en horas diurnas. 

Nina mueve su boquita de forma permanente, como si llevara chicle o caramelos. Algo nace al interior de su boquita y como no sabe si es o no es normal, al no sentir dolor ni molestias, juega con ello durante días y así pasa un mes, hasta que una tarde, dormidita en clase de inglés, la monjita paseando por pupitres descubre que asoma entre babitas algo raro, algo totalmente anormal.

El médico es llamado y al revisarla descubre que dentro de su pequeña boquita se ha integrado un organismo vegetal dejando cascadas raíces libres de dos centímetros de longitud. Esa misma semana es llevada de nuevo al hospital para quemarle el cuerpo extraño alojado en su boquita. Nina se recupera sin problemas y vuelve a la normalidad…de siempre.

Cierta tarde como si sus sentidos anduvieran en selva libre, pese al bullicio de la clase, siente que algo inminente va a ocurrir. Ha percibido algo que no sabe explicar y como una flecha, escapa de clase y sale al patio de recreo.

Tras cristales profesora y compañeras ríen de su actitud y asustadizo rostro que va cambiando de expresión al verse ser objeto de risas. Nina cree que sus sentidos se han equivocado y, de regreso a clase, siente tiritar fuertemente la tierra que mantiene erguidos sus  pequeños pies, comenzando un nuevo seísmo. Desde fuera Nina ve y siente los zarandeos y temblores que sufre de nuevo el colegio, pero como ocurriera la anterior vez, queda intacta, sin golpes, cortes ni rasguños.

Desde que todas presenciaran su comportamiento ese día, Nina sufre un cambio inesperado. De ser una niña rara, pasa a ser respetada y venerada en el grupo de amigas.

Ante la rareza del caso, Nina debe aclarar que es lo que la hizo salir, librándose de dos seísmos y confiesa su pequeño secreto.

Dice que las plantas aunque no puedan moverse, sienten, oyen y hablan entre ellas. Su respeto al medio les hace comunicarse a través de siseos bajitos, casi inaudibles para el oído humano, pero se les oye ante quietud de sombras, emitiendo tenues crujidos, muy suaves.