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sábado, 31 de diciembre de 2011

El color del agua.


En algún sueño me ha pasado lo que sucedió anoche. Soy atraída por un túnel del que no puede uno escapar, solo puedes dejarte, ir a donde te lleve. El túnel aspira a una velocidad muy alta y parece estar hecho justo para las medidas del cuerpo. La atracción sometida es muy fuerte, tanto que sería imposible salir, he de dejarme pues que ocurra y esperar que sea breve.

La primera  vez me pasó esta experiencia apenas estaba durmiendo.  Fui llevada de la misma manera que esta anoche pero con mucho miedo, desconocía lo que pasaba. Anoche me alegré de verme de nuevo envuelta en estas cosas raras que ocurren mientras duermes y no resultó como anteriores veces donde el pánico bloquea el presente.

Hoy deseé llegar al final del viaje, no tuve miedo a esta aventura tan extraña. Llegué al centro de una especie de enorme burbuja o platillo blando y elástico situado en el aire. Allí a oscuras sentí ser observada detenidamente por seres que no dejaron mostrarme su rostro o, si estaban mis ojos no vieron más que esferas del tamaño de un balón cuya envoltura de color suave era maleable e hidratada. Las esferas diagnosticaban dolencias a través osmosis con mi parte aguada recorriendo cada trocito de mi cuerpo en la que ambas aguas comunicaban.
  
Empezaron su estudio por el cuerpo y cuando llegaron a la mente podían leer mis pensamientos y sentir mis sentimientos.   Entonces, en ese momento  recordé la imagen de mi marido y su imagen quedó fuera, analizándolo virtualmente. Volvieron de nuevo a insistir y a leer otra vez mi cerebro y la imagen de él volvió a surgir de mis pensamientos. Sentí hablar  que debían dejarme y me veo otra vez  en el túnel veloz, de vuelta al mundo de los sueños. 

Al desayuno le hablo de mi sueño. Le digo, si no hubieras estado dentro de mis pensamientos ¿qué habría pasado? ¿Me hubieran llevado con ellos? 

lunes, 19 de diciembre de 2011

Las golondrinas también hablan.




Consigo no caer en sueño profundo, deseo verte temprano, de madrugada.

Quiero sentir el reposo soluto y firme de la montaña, 
sentir los frágiles movimientos de aquellos seres que vigilan su morada.
Quiero sentir el frío hielo del que está rodeada, sentir sus sensaciones, 
fijar sólo en ella mi mirada.

Todo está en silencio...
le acompaña algún murmullo de aves que vigilan su posada.
Abro la ventana ¡qué bosque tan helado!
 Así están de firmes los robles, pinos y álamos.
Se respira aire limpio y un fuerte frescor perfumado.
Observo el firmamento, que azul tan intenso,
lo cruzan estrellas fugaces dejando lazos blancos en su techo.
Siento cerca el jaleo de un nido. Oigo conversar igual que oyera despertar  voces de niños que vieron roto su silencio.
Preguntan ¿Qué pasa mama?  Y su madre responde… No pasa nada, tranquilos.
Alguien abrió la ventana para observar el paraíso y ver la nada, todo está bien,
volver a dormir, soñar en calma.

viernes, 16 de diciembre de 2011

El salón iluminado.



Sola,  me hallo en la cima de un nítido coloso de cristal. Desde su altiva azotea se divisan con claridad rápidos paseos de infinitos puntitos negros. Son miles de hormigas  corriendo en asfalto oscuro, azul y húmedo. Iluminadas por el color nocturno de las grandes urbes,  su volátil cuerpo toma luz en sus breves tropiezos y rápidos andares.

Una segunda mirada, observo con detenimiento… y quedo absorta al ver que no son hormigas, que son humanos. Desde  la cima del coloso, rodeada de tinieblas en la noche, veo claramente el abrazo simultáneo de miles de seres que en avenidas, paseos y cruces de calles paran brevemente para abrazarse.

En la oscuridad, mi luz, es la luna reflejada en el diamante helado. Vestida de seda azul claro,  jugué a destellos con lazos de cristal y estrellas color índigo.  Esperando, mi ser vitrificado fue capaz de percibir tímidos ensayos de un violín sepultado. Me dije: ¡no estoy sola!

La azotea descubre poco a poco su cristalino manto y emerge un salón iluminado cubierto de albores. En su interior hay una orquesta que espera la llegada de un desconocido ser.

Intento pasar al salón pero mi deseo es bloqueado. He de permanecer fuera, esperar y recibir su presencia.

Empiezo a oír hélices de un helicóptero, me acerco a recibir al único viajante. Baja un caballero, se despide del piloto y se acerca a mí con intención de abrazarme pero no puede. En un brazo lleva un pequeño maletín, en el otro un gran abrigo que debe dejar dentro del salón iluminado para sentirse libre y poder darme abrazos, pero una vez entra, su imagen se desvanece y quedo de nuevo sola esperando.

Mas tarde oigo que se acerca otro helicóptero y de él, baja un apuesto caballero.  Trae consigo un  maletín y también un paño de abrigo. Al verlo acercarse a mi, pasa lo mismo, dice: solo un momento, voy a dejar lo que llevo en mis brazos, y al entrar al edificio para dejar lo que llevaba entre manos su imagen también se disipa.

En noche de invierno, en la cumbre de un coloso de cristal, el hielo da forma a cualquier figura. Al igual que en alta montaña las cubre de fisuras, de escarcha cubre la piel y  la voz es vapor de niebla quebrada.  

Pensaba que  pasaría otra vez, sentí miedo por anteriores experiencias, volví a refugiarme y quise una vez más esperar hacia el calor del salón iluminado. La orquesta no atendió súplicas, fueron palabras heladas. Rodeada de inmenso manto de estrellas me senté de nuevo a la espera de su llegada.

Me pregunté ¿cómo sabe la orquesta que ha de llegar alguien? y ¿quín es ese alguien? ¿Qué esperan si aquí no hay nadie?

Más tarde, de nuevo volví a oír las astas del helicóptero.

Quedé sorprendida al ver quien bajaba. El caballero vestía elegante traje, sus manos vacías, no llevaban nada. En su primer paso me miró y puso sus brazos en alza. Enseguida se abrieron las  puertas del salón iluminado y la orquesta inició su melodía pausada. 

Recuerdo sentir el calor de sus abrazos, rodeados de luces de cristal que brotaban del salón iluminado.