Manual de supervivencia emocional
para barrios olvidados
El Retumbo
Los vecinos escuchan ruidos subterráneos. El gobierno calla.
El barrio sospecha.
¿Qué está pasando bajo tierra?
En los últimos años, se han reportado sonidos
extraños en la estratosfera y bajo tierra en distintas zonas de
Estados Unidos. Investigadores como Daniel Bowman, del Sandia National
Laboratories, han captado infrasonidos misteriosos —frecuencias
inaudibles para el oído humano— que se repiten varias veces por hora y cuya
fuente aún no se ha identificado.
Al mismo tiempo, hay testimonios de pobladores que afirman
escuchar retumbos subterráneos inexplicables, lo que ha
alimentado teorías sobre:
- Construcción
de infraestructuras secretas (búnkeres, túneles, bases
militares)
- Actividad
sísmica no registrada oficialmente
- Experimentos
tecnológicos de gran escala
- O
incluso hipótesis más especulativas sobre fenómenos geológicos o
extraterrestres
Prólogo: El rumor bajo tierra
Todo comenzó con un ruido. No uno cualquiera, sino un retumbo
sordo que venía del subsuelo, como si la Tierra estuviera masticando
secretos. En los noticieros apenas se mencionaba. En los foros, se hablaba
de búnkeres secretos, túneles militares, bases bajo tierra. En el
barrio, simplemente se decía: “Algo se está moviendo ahí abajo… pero no es para
nosotros”.
Mientras en Estados Unidos los científicos captaban infrasonidos
inexplicables y la NASA pedía al mundo que se preparara para lo que
“podría llegar a corto plazo”, en el centro de orientación laboral del barrio,
los parados recibían una convocatoria urgente:
Fuente: La NASA pide que se prepare todo el mundo para lo
que podría llegar a corto plazo.
“Encuestados para la Eternidad”
Encuesta de preparación ante catástrofes globales. Su
opinión es importante para el futuro de la humanidad.”
La limpiadora y el conjuro del desamor
La limpiadora pidió cambio de jornada. No por cansancio, ni
por conciliación. Lo pidió para poder realizar la encuesta. —Es que quiero
responder con la cabeza despejada, ¿sabe? —dijo, mientras sacaba brillo a una
baldosa que ya brillaba.
Tenía encanto. De ese que no se aprende, se arrastra desde
la cuna. —Señora... si tiene pretendientes y no desea hacerles daño, sé que hay
que hacer para que ellos desaparezcan.
La señora, entre divertida y escéptica, dejó de remover el
café. —¿Y cuál es esa fórmula mágica?
La limpiadora se acercó como quien comparte un secreto de
familia: —Cuando les escriba... les pone “te hamo” con h. Y ya no
volverán a intentarlo.
Silencio. Luego risa. Luego anotación mental. Y así, entre
productos de limpieza y consejos sentimentales, se tejía la resistencia
emocional del Búnker del Pueblo.
Una mañana me sorprendió con cambios necesarios, no podía
faltar. Señora, solicito un cambio de horario de trabajo para poder realizar un
cursillo de las oficinas de parados...se trataba de reflexionar y discutir cómo
seleccionarías a un grupo de personas para la supervivencia del planeta si el
bunker tenía capacidad de 100 personas.
No era un curso de cocina. Ni de fontanería. Ni de costura.
Era una encuesta. De varios días de duración.
Los encuestados, que habían gastado sus últimos euros en el
autobús, se sentaron bajo luces frías, con bolígrafos prestados y la sospecha
de que el búnker ya estaba construido... pero no para ellos.
Relato irónico sobre la preparación para el fin del mundo
En un barrio olvidado por el progreso, donde el café se
sirve con resignación y los relojes marcan la hora del desempleo, un grupo de
personas sin empleos fue convocado por el Instituto de Preparación para lo
Inesperado (IPPI). No para aprender a cocinar, coser, reparar tuberías o cortar
el pelo. No. Fueron llamados para reflexionar sobre quién merecería
entrar en un búnker en caso de catástrofe global.
—¿Y qué hay del curso de fontanería que nos prometieron?
—preguntó Mari, que llevaba tres meses sin agua caliente. —Eso se ha pospuesto.
Ahora toca pensar en el Apocalipsis —respondió el técnico, sin levantar la
vista de su tablet.
Cada uno recibió un cuestionario de 12 páginas con preguntas
como:
- ¿Salvaría
usted a un poeta ciego o a un influencer vegano?
- ¿Qué
porcentaje de la humanidad merece sobrevivir según su criterio ético?
- ¿Considera
que los peluqueros son esenciales para la reconstrucción postnuclear?
Los encuestados, que habían gastado sus últimos euros en el
autobús para llegar al centro, se sentaron en mesas de plástico bajo luces
fluorescentes. Discutieron durante horas, como si sus respuestas fueran a
cambiar el destino del planeta. Al final del día, nadie sabía si había
aprobado, si sería elegido, o si al menos recibiría un bocadillo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Paco, que había dejado una
entrevista de trabajo para asistir. —Ahora archivamos sus respuestas. Son muy
valiosas para el desarrollo de futuras simulaciones —dijo el técnico, mientras
cerraba la carpeta y se marchaba en su coche eléctrico.
Los participantes volvieron a casa con la misma
incertidumbre, pero ahora sabían que, en caso de desastre, alguien
podría considerar sus opiniones antes de dejarlos fuera del búnker.
La Rebelión de los Encuestados
La mañana comenzó como todas: con café aguado, noticias
confusas y un retumbo lejano que parecía venir del subsuelo. Mari lo escuchó
mientras colgaba la ropa. Paco lo notó al sacar al perro. Loli pensó que era su
nevera, pero el señor Julián, que había trabajado en obras toda su vida, lo
dijo claro:
—Eso no es una cañería. Están cavando. Y no es para
nosotros.
En el centro de orientación laboral, los rumores crecían.
Algunos hablaban de búnkeres secretos, otros de bases
militares, y los más poéticos decían que la Tierra estaba pariendo
algo que no quería mostrar.
Ese día, en lugar de cursos de cocina o fontanería, les
entregaron una nueva encuesta:
“¿Qué perfil humano considera usted esencial para la
supervivencia post-catástrofe?”
—¿Otra vez con esto? —protestó Mari—. ¿Y el curso de
peluquería? —Lo han cancelado. Pero su opinión sobre el fin del mundo es muy
valiosa —respondió el técnico, sin levantar la vista.
Fue entonces cuando Paco, que llevaba años filosofando entre
cañas, se levantó y dijo:
—Se acabó tanta pregunta, montaremos nuestro propio búnker.
Uno con cocina, costura, peluquería y hasta clases de filosofía de bar. —Y sin
encuestas —añadió Loli—. Aquí no se salva el más útil, se salva el que sabe
vivir.
El señor Julián sonrió. Había escuchado el retumbo otra vez.
Esta vez más cerca.
—Pues que caven lo que quieran. Nosotros vamos a construir
algo que no se entierra: comunidad.
El Búnker Popular
Tras años de encuestas absurdas, simulacros sin sentido y
promesas de cursos que nunca llegaron, los parados del barrio deciden tomar
cartas en el asunto. Mari, Paco, Loli, Benito, Campillo, Serafín y el señor
Julián —que sabe arreglar lavadoras con un destornillador y fe— se reúnen en el
antiguo centro cívico abandonado.
—montaremos nuestro propio búnker—propone Mari, mientras
pela patatas. —Pero con peluquería, cocina, costura y hasta clases de filosofía
de bar —añade Paco, que lleva años filosofando entre cañas.
Mari, Paco, Loli y Julián deciden construir su propio
refugio. Sin permisos. Con croquetas.
Se levantan espacios de cocina, costura, peluquería y
filosofía de bar. El alma del barrio toma forma.
El levantamiento
Mari trajo telas, Paco consiguió herramientas prestadas del
taller de su primo, y Loli convenció al señor Julián de que su experiencia con
cemento era más valiosa que cualquier máster en gestión de emergencias.
—¿Y si nos multan? —preguntó Loli. —Que nos multen. Pero que
lo hagan después de probar nuestras croquetas —respondió Mari, mientras freía
esperanza en aceite reciclado.
La Construcción del Refugio
El búnker no tiene puertas blindadas ni sensores
biométricos. Tiene:
- Una sala
de costura donde se arreglan pantalones y se remiendan corazones.
- Una cocina
comunitaria donde se aprende a hacer croquetas y a compartir.
- Un taller
de fontanería donde se arreglan tuberías y también las fugas
emocionales.
- Una peluquería
popular donde se cortan melenas y se peinan esperanzas.
- Y
una biblioteca de saberes invisibles, con libros, relatos
orales y recetas de la abuela.
Las secciones del búnker
- La
peluquería popular: donde los cortes de pelo se hacen con tijeras y
chismes.
- La
cocina comunitaria: donde se aprende a cocinar con lo que hay... y con
lo que no hay también.
- El
aula de costura: donde se remiendan pantalones y también heridas
invisibles.
- El
taller de fontanería emocional: donde se arreglan fugas... de agua y
de ánimo.
- La
biblioteca de saberes inútiles (según el ministerio): donde se guardan
recetas, refranes, y manuales de resistencia cotidiana.
La visita oficial Refugio (sin permiso ministerial)
Un día, llegaron dos funcionarios del Ministerio de
Preparación para lo Inesperado (MPI). Traían carpetas, chalecos reflectantes y
cara de no haber entendido nada desde 1997.
—¿Este búnker tiene certificación de supervivencia?
—preguntó uno. —Tiene croquetas, ¿le sirve? —respondió Mari. —¿Y el protocolo
de selección? —Aquí no seleccionamos. Aquí se entra por saber vivir, no por
saber mandar.
Funcionarios desconcertados inspeccionan el búnker, tomaron notas, se confundieron, y se marcharon sin entender si habían inspeccionado un centro de formación, un refugio o una revolución. No entienden nada y se van sin probar las croquetas.
Mientras los gobiernos debatían si los influencers merecían
un módulo especial en el búnker oficial, en el barrio se levantaba algo mucho
más útil: el Búnker del Pueblo. Sin planos, sin licencias, sin
subvenciones... pero con alma.
El anuncio oficial del Fin del Mundo (o algo parecido)
En la televisión, un presentador con corbata y cara de susto
anuncia:
“Se ha detectado una anomalía subterránea de origen
desconocido. El gobierno activa el protocolo de evacuación selectiva. Por
favor, esperen instrucciones si están en la lista de ciudadanos estratégicos.”
En el barrio, nadie está en ninguna lista. Ni Paco, ni Mari,
ni Loli, ni el señor Julián. Pero ellos ya tienen su refugio. Y no necesitan
instrucciones.
—¿Y si el mundo se acaba? —pregunta Loli. —Pues que nos
pille con la olla puesta y el pelo recién cortado —responde Mari, mientras
sirve lentejas.
El Desastre del Fin del Mundo (o no)
El mundo tiembla. Los búnkeres oficiales se cierran. El del
pueblo se abre.
Cuando llegue el supuesto desastre —una tormenta solar, una
invasión de algoritmos o simplemente otro recorte presupuestario— el búnker del
pueblo no se cerrará. Se abrirá. Porque allí no se selecciona a los más útiles,
sino a los más humanos.
Y mientras los elegidos del sistema discuten en sus refugios
sobre quién merece vivir, en el búnker del pueblo se canta, se cocina, se
aprende y se resiste.
El búnker se abre
Mientras los búnkeres oficiales se cierran con códigos y
guardias, el Búnker del Pueblo se abre. Entran vecinos, animales,
incluso un funcionario despistado que se quedó sin transporte oficial.
—¿Este búnker tiene sistema de purificación de aire?
—pregunta el funcionario. ¿Dónde está mi cuarto - en qué armario puedo guardar
mis cosas?—Tiene plantas. Y ventanas. Y gente que respira con ganas —responde
Paco.
Se canta, se cocina, se comparte. El desastre no se detiene,
pero la vida tampoco.
El musical final
Todos cantan una canción improvisada, con cucharas como
micrófonos y ollas como tambores:
“Que se acabe el mundo si quiere, nosotros
aquí resistimos, con croquetas, tijeras y sueños, sin
ministros, pero con vecinos.”
El retumbo se escucha una vez más. Pero esta vez, no da
miedo. Porque el verdadero refugio no está bajo tierra, sino entre las
personas que saben cuidarse unas a otras.
Que nos pille bailando, con la olla en el fuego,
con la ropa tendida y el alma en juego.
Que nos pille cantando, con la croqueta en mano,
con el pelo cortado y el corazón humano.
Que se caiga el sistema, que tiemble el poder,
nosotros tenemos lentejas y ganas de hacer.
Que retumbe la tierra, que se apague el sol,
aquí hay costura, cariño y rock’n’roll.
No hay códigos secretos ni listas de élite,
hay cucharas que suenan y abrazos que resisten.
Así que, si el mundo se acaba, que sea con estilo:
con chismes, con risas… y con buen cocido.
Epílogo: Lo que no se puede enterrar
Reflexiones desde la superficie. Los personajes
miran lo que han construido. No es un refugio contra el desastre, es un refugio
contra el olvido. Mientras el mundo oficial sigue cavando, ellos siguen
viviendo.