Este
texto nace de una necesidad íntima: la de nombrar lo que no se dice, lo que se
siente en silencio.
A
veces, acompañar no significa estar de acuerdo, ni admirar, ni aplaudir. A
veces, acompañar es simplemente quedarse, sin ruido, sin espectáculo. Y eso
también tiene valor.
Poema: Hay
días en que el mundo me pesa como si cada incendio rozara mi piel, como si cada
criatura herida dejara en mi pecho su
dolor.
El
agua que otros olvidan la guardo en silencio, como si pudiera sanar con ella lo
que ya no se ve.
Y mientras tanto, vivo rodeada de seres que escuchan mis ecos pero no mi voz, que esperan que el mundo se acomode a sus contornos.
Hay quienes necesitan aplausos
para sentirse vivos, y no comprenden el valor de una presencia que no aplaude,
pero acompaña.
No es
falta de amor, ni de admiración, es otra forma de estar: más quieta, más
profunda, menos ruidosa.
He
aprendido a callar sin rendirme, a actuar sin ruido, a construir una isla
invisible donde nadie me vigila, donde puedo escribir sin tinta, pintar sin
papel, respirar sin presión.
En
esa isla, los animales no sufren, el fuego no arrasa, y el agua me acaricia y canta.
Y yo,
aunque sensible, aunque herida, me reconstruyo.
A
veces, el mayor gesto de amor es no aplaudir, sino quedarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario