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lunes, 15 de septiembre de 2025

El Hotel “mi Casa” Crónicas del huésped eterno

 

La casa es nuestra, pero ellos la viven como si fuera un hotel. No uno cualquiera: uno de cinco estrellas, con servicio de habitaciones, lavandería exprés y cocina gourmet sin horarios. Él no cocina, no friega, claro… tampoco busca. Pero pide con ojillos. Y cuando algo falta, la culpa es del universo… o seguro que es por ti.

La nevera está repleta de cervezas, agua con gas y varias botellas de vino, Fanta o Coca-Cola. ¿Dónde pongo carne, frutas y verduras? -Abajo tienes un cajón grande-. Si le preguntas por el queso, te dirá que no lo vio. Claro, estaba detrás de la muralla de latas que él mismo construyó.

Las toallas llevan veinte años en el mismo armario del pasillo. Pero cada vez que entra en la ducha o no ve dónde están colgadas o se olvida de cogerla y como un pollo en tormenta a cielo abierto, en pelotillas y temblando pregunta ¿Dónde están las toallas? Como si fueran nómadas textiles que cambian de ubicación por capricho.

Y no se te ocurra poner la lavadora sin antes hacer un máster en diplomacia doméstica: - ¿Otra vez has mezclado los paños de cocina con los calzoncillos? - ¿Que has puesto las toallas con los trapos sucios de la limpieza? —¡Ay… por favor, otra vez no, ¡por Dios trágame!

Al final, lo haces tú. Todo. O casi. Porque si no lo haces, no se hace. Y si lo explicas, no se entiende. Y si lo repites -te repites como un mantra- ellos siempre olvidan.

Las compras: el arte de olvidar lo esencial

Si lo dejas ir solo, vuelve con lo que le gusta. Lo demás, lo olvida. - ¿Te acordaste del gel? -Sí, claro… me acordé. Te escribí “gel de baño” y has traído crema para el pelo. - ¿Y mi Bezoya? -Que sí, que sí, qué pesada estás con el agua Bezoya. traje esta porque vi que estaba de oferta.

Las ofertas son irresistibles… excepto cuando se trata de su cerveza favorita. Ahí no hay rebaja que lo desvíe.

El baño: templo, spa y zona neutral

1. Refugio mental: Según estudios británicos (y mi paciencia), muchos hombres consideran el baño su santuario personal. Es el único lugar donde pueden estar solos sin interrupciones, sin tareas, sin preguntas. La ducha se convierte en una cápsula de escape, donde el tiempo se diluye como el champú.

2. Compañero de ducha: Algunos confiesan que llevan el móvil al baño y se quedan viendo vídeos, leyendo noticias o simplemente evadiendo responsabilidades. No es que se estén duchando todo el tiempo… es que están en la atmósfera de la ducha.

3. Evitación estratégica: Otros admiten que prolongan su estancia para esquivar tareas domésticas. -Si me quedo 20 minutos más, quizás ya hayan puesto la mesa, doblado la ropa o terminado la discusión-.

4. Ritual del agua caliente: Se quedan pensando, soñando, resolviendo el mundo… mientras el calentador sufre en silencio.

El champú invisible: crónica de un cuero cabelludo con autoestima

El cráneo se lo rapa años, pero jamás abandonó el champú. No hay pelo, pero hay memoria. No hay melena, pero hay dignidad. Y cada mañana, mientras el agua cae, se masajea la cabeza como si aún tuviera rizos que domar. Porque el pelo se fue, pero el hábito quedó. Y en su mundo, el champú no lava… reconforta.

El dentífrico y la crema corporal: gala invisible

Él entra al baño como quien se prepara para una gala invisible. No hay público, pero hay un enorme espejo… y eso basta. La crema corporal se aplica con devoción, como si cada centímetro de piel fuera una obra de arte que necesita restauración diaria. Tú, mientras tanto, usas la misma crema desde hace tres estaciones. Él, en cambio, ya va por el tercer bote del mes.

Y la pasta de dientes… ¡ay, la pasta! Tú te pones dosis con precisión quirúrgica, una puntita tres veces al día. Ellos, en cambio, siguen las instrucciones del anuncio de televisión: línea de pasta entera, cubriendo todo el cepillo, como si fueran a protagonizar un comercial en cualquier momento. En una semana, el tubo se despide. Tú, apenas lo has abierto.

- ¿Por qué gastas tanta pasta? -Porque así se hace. Lo vi en la tele. - ¿Y tanta crema? -Es que me gusta sentirme hidratado. - ¿Y el champú? ¡si estás calvo! -Es psicológico. Me reconforta.

Consulta a la psicóloga: ¿agua bendita o resignación?

-Mira, tengo un problema -le dije a la psicóloga-. No consigo que mi marido evite tirar el agua al final de la ducha. - ¿Tirar el agua? -Sí. La deja correr. Agua fría. Dice que es para proteger las tuberías. - ¿Y tú qué le dices? -Que se la eche en los pies, al menos, que el agua es un bien escaso. Que es un crimen tirar medio litro o más al día. -Pat, eso “todos lo hacen”. Hay otros problemas de convivencia mayores.

Y ahí me quedé. Con la sensación de ver al planeta desangrarse por el grifo mientras la psicóloga me recetaba resignación. Porque sí, puede que todos lo hagan. Pero también todos tiran envoltorios, compran más de lo que necesitan, y se duchan como si el agua viniera del cielo… sin factura.

El cubo y el agua bendita: madrugar por convicción

Al final, compré un cubo. No uno cualquiera, uno chulo. Uno que debía recoger el agua que mi marido dejaba correr al final de cada ducha. Agua fría, agua limpia, agua que él decía que servía para “proteger las tuberías”. Como si las tuberías fueran seres vivos que necesitaban rituales diarios.

Lo puse en una esquina de la ducha. Discreto, útil, silencioso. Y cada mañana, la misma pregunta: - ¿Eso qué hace aquí? -Recoge el agua-.Es un trasto-. Molesta.

Molesta más el derroche, pensé. Pero no lo dije. Porque en esta casa, el agua no se tira… se bendice. Y si quiero que se recoja, tengo que madrugar. Levantarme a las seis de la mañana, antes de que él entre al baño y empiece su ceremonia líquida. Yo, en bata, con sueño, colocando el cubo como quien prepara un altar.

Porque esa agua no es solo agua. Es símbolo. Es recurso. Es respeto. Y mientras él se ducha, yo recojo. Y mientras él se seca, yo reutilizo. Y mientras él se pregunta por qué hay un cubo en la ducha, yo me pregunto por qué hay tanta ceguera en lo cotidiano.

Porque en esta casa, el agua no se tira. Se recoge. Se honra. Se convierte en gesto. El cubo no es solo un recipiente: es mi forma de decir que el mundo importa. Aunque sea desde la ducha. Y si eso no es amor, entonces ¿qué lo es?