Me
preocupan las noticias del asteroide 2032 YR4. Si su trayectoria no varía,
se prevé que vaya a caer en la Luna. ¿Prevén destruirlo con una bomba atómica?
¿Puede el
ser humano considerarse propietario de una joya tan extraordinaria como un
planeta? ¿Existe acaso alguien que merezca ese privilegio? La sola idea de poseer
cuerpos celestes revela una osadía inquietante: la de parcelar lo que no admite
límites, la de explotar lo que no fue creado por nosotros.
El
universo, sus planetas, satélites y asteroides no pueden ser propiedad de nadie.
Somos temporeros, habitantes transitorios de una superficie que compartimos con
múltiples formas de vida —humanas, no humanas, visibles e invisibles— que
también ocupan su tiempo y su espacio en este vecindario cósmico.
Bombardear el
cosmos: una idea descabellada.
La
propuesta de destruir un asteroide con una bomba atómica no solo es
técnicamente arriesgada, sino simbólicamente brutal. Los escombros podrían caer
sobre la Tierra, sí, pero el daño va más allá: romperíamos el silencio orbital,
esa unión invisible que mantiene estables los cuerpos celestes.
No
conocemos cómo afectaría una explosión de tal magnitud al equilibrio de los
planetas cercanos, ni como responderían a la gran perturbación la vida que
pudiera estar habitando en ellos. Creer que el espacio carece de sentidos es un
error. Todo está conectado, y aunque aún no sepamos cómo percibirlo, el
universo tiene vida propia.
La Tierra como
ejemplo.
Sabemos
que los impactos internos —terremotos, erupciones volcánicas— afectan a toda la
masa terrestre, a sus profundidades, océanos y atmósfera. ¿Por qué ignorar que
una bomba atómica en el espacio podría provocar movimientos inesperados en
nuestro planeta y en los del entorno?
Romper el
equilibrio cósmico con una explosión violenta es una forma de traición orbital.
Es actuar como trogloditas, retrocediendo a una animalidad inconsciente y
prepotente que confunde poder con sabiduría.
Proteger en vez de destruir.
Existen
alternativas sobrias, como los tractores gravitacionales: naves que ejercen una
atracción constante para desviar la trayectoria del asteroide sin fragmentarlo.
Conclusión.
El cosmos
no es un campo de batalla. Es un organismo sensible, un archivo de memorias, un
espacio compartido por presencias que aún no conocemos ni hemos aprendido a
escuchar. No podemos romper su silencio sin consecuencias.
En la defensa
orbital debemos ser guardianes conscientes y velar por la protección y cuidado universal.
Porque lo que está en juego no es solo la Tierra, sino el respeto e integridad
del universo que habitamos sin poseer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario