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lunes, 8 de septiembre de 2025

Manual de supervivencia emocional para barrios olvidados Parte II.

 

Manual de supervivencia emocional para barrios olvidados 

El Retumbo

Los vecinos escuchan ruidos subterráneos. El gobierno calla. El barrio sospecha.

 

¿Qué está pasando bajo tierra?

En los últimos años, se han reportado sonidos extraños en la estratosfera y bajo tierra en distintas zonas de Estados Unidos. Investigadores como Daniel Bowman, del Sandia National Laboratories, han captado infrasonidos misteriosos —frecuencias inaudibles para el oído humano— que se repiten varias veces por hora y cuya fuente aún no se ha identificado.

Al mismo tiempo, hay testimonios de pobladores que afirman escuchar retumbos subterráneos inexplicables, lo que ha alimentado teorías sobre:

  • Construcción de infraestructuras secretas (búnkeres, túneles, bases militares)
  • Actividad sísmica no registrada oficialmente
  • Experimentos tecnológicos de gran escala
  • O incluso hipótesis más especulativas sobre fenómenos geológicos o extraterrestres

 

Prólogo: El rumor bajo tierra

Todo comenzó con un ruido. No uno cualquiera, sino un retumbo sordo que venía del subsuelo, como si la Tierra estuviera masticando secretos. En los noticieros apenas se mencionaba. En los foros, se hablaba de búnkeres secretos, túneles militares, bases bajo tierra. En el barrio, simplemente se decía: “Algo se está moviendo ahí abajo… pero no es para nosotros”.

Mientras en Estados Unidos los científicos captaban infrasonidos inexplicables y la NASA pedía al mundo que se preparara para lo que “podría llegar a corto plazo”, en el centro de orientación laboral del barrio, los parados recibían una convocatoria urgente:

Fuente: La NASA pide que se prepare todo el mundo para lo que podría llegar a corto plazo.

 

“Encuestados para la Eternidad”

Encuesta de preparación ante catástrofes globales. Su opinión es importante para el futuro de la humanidad.”

La limpiadora y el conjuro del  desamor

La limpiadora pidió cambio de jornada. No por cansancio, ni por conciliación. Lo pidió para poder realizar la encuesta. —Es que quiero responder con la cabeza despejada, ¿sabe? —dijo, mientras sacaba brillo a una baldosa que ya brillaba.

Tenía encanto. De ese que no se aprende, se arrastra desde la cuna. —Señora... si tiene pretendientes y no desea hacerles daño, sé que hay que hacer para que ellos desaparezcan.

La señora, entre divertida y escéptica, dejó de remover el café. —¿Y cuál es esa fórmula mágica?

La limpiadora se acercó como quien comparte un secreto de familia: —Cuando les escriba... les pone “te hamo” con h. Y ya no volverán a intentarlo.

Silencio. Luego risa. Luego anotación mental. Y así, entre productos de limpieza y consejos sentimentales, se tejía la resistencia emocional del Búnker del Pueblo.

Una mañana me sorprendió con cambios necesarios, no podía faltar. Señora, solicito un cambio de horario de trabajo para poder realizar un cursillo de las oficinas de parados...se trataba de reflexionar y discutir cómo seleccionarías a un grupo de personas para la supervivencia del planeta si el bunker tenía capacidad de 100 personas.

No era un curso de cocina. Ni de fontanería. Ni de costura. Era una encuesta. De varios días de duración.

Los encuestados, que habían gastado sus últimos euros en el autobús, se sentaron bajo luces frías, con bolígrafos prestados y la sospecha de que el búnker ya estaba construido... pero no para ellos.

 

Relato irónico sobre la preparación para el fin del mundo

En un barrio olvidado por el progreso, donde el café se sirve con resignación y los relojes marcan la hora del desempleo, un grupo de personas sin empleos fue convocado por el Instituto de Preparación para lo Inesperado (IPPI). No para aprender a cocinar, coser, reparar tuberías o cortar el pelo. No. Fueron llamados para reflexionar sobre quién merecería entrar en un búnker en caso de catástrofe global.

—¿Y qué hay del curso de fontanería que nos prometieron? —preguntó Mari, que llevaba tres meses sin agua caliente. —Eso se ha pospuesto. Ahora toca pensar en el Apocalipsis —respondió el técnico, sin levantar la vista de su tablet.

Cada uno recibió un cuestionario de 12 páginas con preguntas como:

  • ¿Salvaría usted a un poeta ciego o a un influencer vegano?
  • ¿Qué porcentaje de la humanidad merece sobrevivir según su criterio ético?
  • ¿Considera que los peluqueros son esenciales para la reconstrucción postnuclear?

Los encuestados, que habían gastado sus últimos euros en el autobús para llegar al centro, se sentaron en mesas de plástico bajo luces fluorescentes. Discutieron durante horas, como si sus respuestas fueran a cambiar el destino del planeta. Al final del día, nadie sabía si había aprobado, si sería elegido, o si al menos recibiría un bocadillo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Paco, que había dejado una entrevista de trabajo para asistir. —Ahora archivamos sus respuestas. Son muy valiosas para el desarrollo de futuras simulaciones —dijo el técnico, mientras cerraba la carpeta y se marchaba en su coche eléctrico.

Los participantes volvieron a casa con la misma incertidumbre, pero ahora sabían que, en caso de desastre, alguien podría considerar sus opiniones antes de dejarlos fuera del búnker.

 

La Rebelión de los Encuestados

La mañana comenzó como todas: con café aguado, noticias confusas y un retumbo lejano que parecía venir del subsuelo. Mari lo escuchó mientras colgaba la ropa. Paco lo notó al sacar al perro. Loli pensó que era su nevera, pero el señor Julián, que había trabajado en obras toda su vida, lo dijo claro:

—Eso no es una cañería. Están cavando. Y no es para nosotros.

En el centro de orientación laboral, los rumores crecían. Algunos hablaban de búnkeres secretos, otros de bases militares, y los más poéticos decían que la Tierra estaba pariendo algo que no quería mostrar.

Ese día, en lugar de cursos de cocina o fontanería, les entregaron una nueva encuesta:

“¿Qué perfil humano considera usted esencial para la supervivencia post-catástrofe?”

—¿Otra vez con esto? —protestó Mari—. ¿Y el curso de peluquería? —Lo han cancelado. Pero su opinión sobre el fin del mundo es muy valiosa —respondió el técnico, sin levantar la vista.

Fue entonces cuando Paco, que llevaba años filosofando entre cañas, se levantó y dijo:

—Se acabó tanta pregunta, montaremos nuestro propio búnker. Uno con cocina, costura, peluquería y hasta clases de filosofía de bar. —Y sin encuestas —añadió Loli—. Aquí no se salva el más útil, se salva el que sabe vivir.

El señor Julián sonrió. Había escuchado el retumbo otra vez. Esta vez más cerca.

—Pues que caven lo que quieran. Nosotros vamos a construir algo que no se entierra: comunidad.

 

El Búnker Popular

Tras años de encuestas absurdas, simulacros sin sentido y promesas de cursos que nunca llegaron, los parados del barrio deciden tomar cartas en el asunto. Mari, Paco, Loli, Benito, Campillo, Serafín y el señor Julián —que sabe arreglar lavadoras con un destornillador y fe— se reúnen en el antiguo centro cívico abandonado.

—montaremos nuestro propio búnker—propone Mari, mientras pela patatas. —Pero con peluquería, cocina, costura y hasta clases de filosofía de bar —añade Paco, que lleva años filosofando entre cañas.

Mari, Paco, Loli y Julián deciden construir su propio refugio. Sin permisos. Con croquetas.

Se levantan espacios de cocina, costura, peluquería y filosofía de bar. El alma del barrio toma forma.

 

El levantamiento

Mari trajo telas, Paco consiguió herramientas prestadas del taller de su primo, y Loli convenció al señor Julián de que su experiencia con cemento era más valiosa que cualquier máster en gestión de emergencias.

—¿Y si nos multan? —preguntó Loli. —Que nos multen. Pero que lo hagan después de probar nuestras croquetas —respondió Mari, mientras freía esperanza en aceite reciclado.

 

La Construcción del Refugio

El búnker no tiene puertas blindadas ni sensores biométricos. Tiene:

  • Una sala de costura donde se arreglan pantalones y se remiendan corazones.
  • Una cocina comunitaria donde se aprende a hacer croquetas y a compartir.
  • Un taller de fontanería donde se arreglan tuberías y también las fugas emocionales.
  • Una peluquería popular donde se cortan melenas y se peinan esperanzas.
  • Y una biblioteca de saberes invisibles, con libros, relatos orales y recetas de la abuela.

 

Las secciones del búnker

  • La peluquería popular: donde los cortes de pelo se hacen con tijeras y chismes.
  • La cocina comunitaria: donde se aprende a cocinar con lo que hay... y con lo que no hay también.
  • El aula de costura: donde se remiendan pantalones y también heridas invisibles.
  • El taller de fontanería emocional: donde se arreglan fugas... de agua y de ánimo.
  • La biblioteca de saberes inútiles (según el ministerio): donde se guardan recetas, refranes, y manuales de resistencia cotidiana.

 

La visita oficial Refugio (sin permiso ministerial)

Un día, llegaron dos funcionarios del Ministerio de Preparación para lo Inesperado (MPI). Traían carpetas, chalecos reflectantes y cara de no haber entendido nada desde 1997.

—¿Este búnker tiene certificación de supervivencia? —preguntó uno. —Tiene croquetas, ¿le sirve? —respondió Mari. —¿Y el protocolo de selección? —Aquí no seleccionamos. Aquí se entra por saber vivir, no por saber mandar.

Funcionarios desconcertados inspeccionan el búnker, tomaron notas, se confundieron, y se marcharon sin entender si habían inspeccionado un centro de formación, un refugio o una revolución. No entienden nada y se van sin probar las croquetas.

Mientras los gobiernos debatían si los influencers merecían un módulo especial en el búnker oficial, en el barrio se levantaba algo mucho más útil: el Búnker del Pueblo. Sin planos, sin licencias, sin subvenciones... pero con alma.

 

El anuncio oficial del Fin del Mundo (o algo parecido)

En la televisión, un presentador con corbata y cara de susto anuncia:

“Se ha detectado una anomalía subterránea de origen desconocido. El gobierno activa el protocolo de evacuación selectiva. Por favor, esperen instrucciones si están en la lista de ciudadanos estratégicos.”

En el barrio, nadie está en ninguna lista. Ni Paco, ni Mari, ni Loli, ni el señor Julián. Pero ellos ya tienen su refugio. Y no necesitan instrucciones.

—¿Y si el mundo se acaba? —pregunta Loli. —Pues que nos pille con la olla puesta y el pelo recién cortado —responde Mari, mientras sirve lentejas.

 

El Desastre del Fin del Mundo (o no)

El mundo tiembla. Los búnkeres oficiales se cierran. El del pueblo se abre.

Cuando llegue el supuesto desastre —una tormenta solar, una invasión de algoritmos o simplemente otro recorte presupuestario— el búnker del pueblo no se cerrará. Se abrirá. Porque allí no se selecciona a los más útiles, sino a los más humanos.

Y mientras los elegidos del sistema discuten en sus refugios sobre quién merece vivir, en el búnker del pueblo se canta, se cocina, se aprende y se resiste.

 

El búnker se abre

Mientras los búnkeres oficiales se cierran con códigos y guardias, el Búnker del Pueblo se abre. Entran vecinos, animales, incluso un funcionario despistado que se quedó sin transporte oficial.

—¿Este búnker tiene sistema de purificación de aire? —pregunta el funcionario. ¿Dónde está mi cuarto - en qué armario puedo guardar mis cosas?—Tiene plantas. Y ventanas. Y gente que respira con ganas —responde Paco.

Se canta, se cocina, se comparte. El desastre no se detiene, pero la vida tampoco.

 

El musical final

Todos cantan una canción improvisada, con cucharas como micrófonos y ollas como tambores:

“Que se acabe el mundo si quiere, nosotros aquí resistimos, con croquetas, tijeras y sueños, sin ministros, pero con vecinos.”

El retumbo se escucha una vez más. Pero esta vez, no da miedo. Porque el verdadero refugio no está bajo tierra, sino entre las personas que saben cuidarse unas a otras.

 

Que nos pille bailando, con la olla en el fuego, 

con la ropa tendida y el alma en juego. 

Que nos pille cantando, con la croqueta en mano, 

con el pelo cortado y el corazón humano.

 

Que se caiga el sistema, que tiemble el poder, 

nosotros tenemos lentejas y ganas de hacer. 

Que retumbe la tierra, que se apague el sol, 

aquí hay costura, cariño y rock’n’roll.

 

No hay códigos secretos ni listas de élite, 

hay cucharas que suenan y abrazos que resisten. 

Así que, si el mundo se acaba, que sea con estilo: 

con chismes, con risas… y con buen cocido.

 

Epílogo: Lo que no se puede enterrar

Reflexiones desde la superficie. Los personajes miran lo que han construido. No es un refugio contra el desastre, es un refugio contra el olvido. Mientras el mundo oficial sigue cavando, ellos siguen viviendo.

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