Microescena en un estanco existencial
Personajes:
- P. (protagonista lúcida, con
tarjeta de tranvía en mano y paciencia en reserva)
- Vendedora de tabaco
(voz dulce, mirada etérea, promotora de fantasías aromáticas)
- Cliente 1, Cliente 2…
(víctimas del encantamiento)
[Escena:
Estanco con cola hasta la calle. P. espera. La vendedora atiende a cada cliente
como si estuviera vendiendo sueños en lugar de tabaco.]
Vendedora (con voz
de anuncio de perfume): —¿Ha probado el nuevo papel de mango silvestre con
toque de vainilla? Es como besar el Caribe en cada calada…
Cliente 1
(hipnotizado): —¿Y ese que huele a mojito? Vendedora: —Ese es como una
fiesta en el paladar. Sin resaca.
Cliente
2:
—¿Tiene uno que sepa a bosque? Vendedora: —Claro. “Bruma de pino”. Ideal
para fumadores con alma de druida.
[P.
avanza lentamente en la cola, conteniéndose. Mira su tarjeta del tranvía. Mira
la vendedora. Mira el universo.]
P. (cuando
por fin llega al mostrador, con tono sereno pero afilado): —Buenos días. Vengo
a recargar la tarjeta. Y a decirle algo que me he estado tragando durante
veinte minutos.
Vendedora
(sonriente): —Claro, dígame.
P. —Usted
tiene una voz que podría vender paz mundial. Pero la está usando para vender
humo. Literalmente. —¿No cree que, si queremos que la gente deje de fumar,
deberíamos dejar de envolver el tabaco en fantasías tropicales?
Vendedora
(titubea): —Bueno… es que hay que ofrecer variedad…
P.
—Variedad sí. Pero no carnaval. No spa aromático. No “besos de mango”. —Esto no
es una tienda de chicles. Es un estanco. Y cada papel que usted vende con voz
de sirena, es una invitación a seguir en la adicción con sabor a cuento.
[Silencio
incómodo. Cliente 3 se replantea su compra de “papaya mentolada”.]
P.
(mientras paga): —Gracias por atenderme. Y por escuchar. —Ah, y si algún día
venden papeles con sabor a realidad… avíseme.
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