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lunes, 5 de agosto de 2013

CUENTO: La granja de Pedrolo. (II)

Capítulo II

Una tenebrosa noche, la sierra se siente dormitar sin auxilio de guardianes. Hay callado desvelo, árboles estáticos muy muy quietos, solitarios y redimidos, sin constantes ni aliento.  

Como si cumbres, suelo y hasta la propia agua presintieran ser devoradas en voraz silencio, comienzan a ser coladas por embudo, deslizadas hacia la zona más profunda del terreno, donde guarda su pequeño mundo Pedrolo.

Cuando parecía que el suelo había dejado de tragar…la Nada, emitió una extraña quietud, un silencio mordaz, como si la tierra y todos sus seres fueran a yacer juntos al instante y, después… ¡BUM! la granja se derrumbó. Pedrolo se dio cuenta que algo grave había ocurrido pues no oía a Yana ni  a Kity, pero al estar completamente a oscuras y ante el peligro, se aferró como la hiedra a rocas y raíces.

De madrugada, sale del agujero y observa que Yana y Kity han desaparecido y se encuentra solo. Siempre creyó estar protegido al verse rodeado de colosales lomas, pero no, el seísmo arrastró su minúsculo habitáculo, dejando en su lugar una maraña de barro, árboles y rocas.

Indaga dónde está el hoyo que tragara a Yana y Kity, y visualiza un profundo socavón de tres metros de diámetro. Con niebla y raíces no visualiza el fondo, así que espera salga la luz del sol para poder saber de ellas.

Pedrolo dando vueltas y vueltas por el agujero descubre que a escasos dos metros de profundidad sujeta a varias raíces se haya Kity. La llama: Kity, Kity, querida mía, chiquitina, pulida mía, Kity queridita mía, chiquitina, tesoro mío, lucero, dime algo, háblale a tu Pedrolo.
  
Kity, embadurnada de barro, sin poder emitir sonido alguno, acongojada, llenita de miedo, no responde. A medida que se pasa el tiempo Pedrolo observa que Kity está en verdadero peligro. Bajo ella hay desolada oscuridad, y, sus espolonadas patitas sientan sobre libres raíces. Kity, teme ser presa de gigante telaraña o servir de alimento a seres que habitan las profundidades de la tierra.

Pedrolo, no habituado a trabajar, pasa horas y horas adulando a  Kity esperando respuesta, pero Kity no responde a florituras que Pedrolo con afecto le procesa. Pedrolo no tiene a dónde acudir. No puede pedir ayuda porque está aislado en el monte. No tiene amigos y nunca ayudó a ningún vecino. Además de vago es cobarde y, en vez de pensar cómo sacarla  de allí, sentado junto al oscuro pozo la llena de ternuras, hasta que se hace de noche.

Pedrolo pasa la segunda noche durmiendo a cielo abierto, sin tomar su ración de leche ni su apreciado huevo. En la oscuridad, desmayado, sin reflejos ni capacidad de atención oye ruiditos que le parecen salir del agujero…no cree posible que sea Kity pues no movió ni una sola de sus plumas ni respondió a sus arrumacos.

Kity, entre negruras percibe pequeños destellos y creyéndolo maíz, picotea y  picotea evitando caer desmayada al vacío.

A la mañana siguiente Pedrolo descubre que Kity ha cambiado la posición de sus patitas hacia una raíz más gruesa y estable. Como loco clama, la llama, una y otra vez, pero Kity teme perder el equilibrio, así que paralizada espera “la inefable ayuda de Pedrolo”.

Así que llega la tercera noche y Pedrolo sigue durmiendo al raso abierto sin probar bocado…gruyendo su estómago, clamando en sueños  la fresca leche de Yana el huevo de Kity.

De madrugada vuelve a oír los ruiditos de la noche anterior y afina su oído. Confirma que vienen del mismo agujero, pero su cobardía le hace no mirar. Teme que Kity le reclame por hallarse en mayor peligro. Pedrolo permanece quieto, afinando su oído y oyendo toda la noche tictic, tic, tictic, tic salir del  agujero.

Es la tercera mañana desde que sucediera el fatal desenlace. Pedrolo, siente un fuerte dolor de estómago  que le hace decidir sacar a Kity que aún vive en el oscuro agujero. Kity, pelusilla mía ¿me oyes? Kity permanece callada, sujeta a las raíces.

Kity aguanta tres días sin caer y sin dormir por picotear finas raíces y granos de maíz que brotan brillantes en lodo oscuro.

Dolorosos reclamos estomacales impulsan a Pedrolo a instruir su ingenio para concluir con el suplicio…no el que padeciera Kity, sino el que padece su ahuecado intestino, así que decide sacar a Kity asegurando no poner su vida en peligro.

Con unas ramas de caña diseña una escalera de 3 metros de larga. En el extremo que deja caer al agujero lleva entramado de finas cañas, muy juntitas similar el asiento de sillín acordonado en sus laterales. La deja bajar plegada en un mismo plano y una vez bajada, libera largas raíces, desplegándola para evitar que caiga y poder alzar a Kity.

El práctico invento es seguro, pero Kity tarda tres horas en moverse. No creía posible que dicho artilugio sirviera para ayudarla y hasta que no estuvo segura de que podía apoyar sus patitas no se aferró a ella y, sin hacer caso del pequeño montacargas, jadeando y respirando con dificultad, dando héroes impulsos fue trepando cañita a cañita la rubia escalinata de juncos.

Pedrolo tuvo extrema confusión. Por una parte se alegraba tenerla de nuevo en sus brazos…pero el fuerte dolor de estómago dictaba callar al corazón y saciar su tripa, y pese a la imagen dañada de su querida Kity, tuvo que contenerse, hacer soberanos esfuerzos, frenar el impulso de girarle el pescuezo para zamparla.

Dos cosas llamaron enseguida su atención. Su peso era superior pese a estar tres días sin comer…pesaba más de lo habitual y era evidente que Kity además estaba  alicaída. 

Al principio lo justificó por estar llena de barro, sola y temerosa en el agujero, así que la lavó en el riachuelo. Pero cuando lavada y aireada la volvió a coger y vio que realmente pesaba más que cuando cayera al pozo no entendió cómo era posible. Kity seguro que habría puesto huevos que cayeron al vacío. No obstante la lleva a comer al campo para ver si aireándose se despeja un poco…está atontá y apardalá, no es la misma, parece que en mis brazos tenga otra gallina.

Kity ni come ni pica nada de cuanto ve y esa misma tarde su cabecita ladea y cae enferma. Sobre plásticos, telas y cartones la abriga Pedrolo, esperando a ver si recupera y pone el huevo que espera, pero Kity siente que algo no funciona bien dentro de ella y que pocos días le quedan.

Kity a última hora de la tarde pone un huevo enorme y parece que al expulsarlo reviva un poco, que un poquito mejora. Cuando Pedrolo todo alegre se dispone a tomárselo crudo, le extraña que el huevo pese bastante más que los anteriores y antes de tragarlo, lo rompe en un viejo cazo y encuentra que dentro de la yema hay una pequeña piedrecita de oro.

Kity come maíz húmedo triturado de las manos de Pedrolo, pues sus pocas fuerzas y su estado no le permiten ir a picotear campos. Conforme pasan los días su amo la mima como nunca antes la ha mimado. La da de beber en su mano, la da maíz molidito en roca y Kity va expulsando cada día un gigante huevo, y en cada puesta, su salud mejora. 

El tamaño de los huevos es colosal para su limitado cuerpecito por llevar cada uno un pequeño tesorito.

Así pasan dos semanas hasta que una mañana al despertar Pedrolo, descubre que Kity no permanece a su lado y muy asustado sale rápido en su busca.

Kity picotea maíz que guarda su amo fuera del cobertizo, se la ve feliz y al ver a su amo desesperado acude dando saltitos a sus brazos y rodeada de abrazos permanecen tiempo juntos.

Kity ha recuperado su salud por los cuidados recibidos de Pedrolo pero ahora sus huevos han vuelto al tamaño normal y dentro de ellos solo habita clara y yema…sin pepita de oro.


domingo, 4 de agosto de 2013

CUENTO: La granja de Pedrolo. (I)

En una reducida aldea de un poblado montañoso, algunos días se dejaba  ver un gallardo ermitaño, no muy mayor llamado Pedrolo. Parecía no tener familia pues las veces que se dejara ver, deambulaba solo. Los residentes de la aldea comentaban; Hace como que pasea pero busca alimento…y las tenderas del mercado  decían bajito; Los andrajos que le cuelgan no ocultan vigorosa figura.

Pedrolo suele bajar al mercado los jueves. Queda anclado en muros grises, antaño fueron, contrafuertes nacarados defensoras del convento. Anda apoyado, distraído por vaivenes de tenderos y amitas de casa, y, antes que el mercado cierre entra a limpiar el suelo de verdura y fruta que nadie quiere. Baja la visera para ocultar sudores en su agotada frente “evasivas para evitar miradas de la gente”.

Los habitantes le ayudarían, se volcarían si recibieran ayuda cuando cargan y cargan cajas de panes, carnes, quesos, verduras y frutas. Sus fuertes brazos reducirían esfuerzos y a la vez, establecería lazos con sus vecinos. Un acto de voluntad, de ayuda para aliviar trabajo no precisa contrato, hablaría  con sus moradores y aliviaría la soledad que padece. 

Dicen que vive en un pequeño recinto de tierra plana, al abrigo de tupidas colinas y cumbres altas. Allí, el impetuoso aire peina y desprende la tierra de su lecho. Más tarde, cuando culmina bravura y fuerza vierte el reloj arenoso de seda arenilla alzando colosos rombos piramidales. Son sepulcros confinados, montículos lejanos, izados airosos con arrojo y tempestades.

Al centro, magnas rocas amparan su pequeño corral o cabaña. Cerca de su choza cae oprimida cascada que arrastra cantos helados de lluvia brava, y ronroneando, ronroneando, como gatito mimado; roo, roo, roo, roo, la deja correr sumisa, exquisita, fresca y blanda tras dejarla retozar y virar veloz, viéndola resbalar, alzarse una y otra vez por piedras aceitosas de gravilla refinada.

Allí  tiene su hogar Pedrolo que vive en compañía de  Yana, una joven cabrita que encontró perdida al alejarse de sus hermanas al frenar su pasito, al llegarle en mala hora el momento del parto. Murió la criatura esperada y quedó balando Bee, Bee, Bee, desorientada y enfermita al tener sus cantimploras llenas. 

Vagando y clamando clemencia la encontró Pedrolo dando tumbos por el campo.

La pobre Yana sintió revivir cuando Pedrolo la encontrara, ¡qué alivio para Yana! y ¡consuelo para Pedrolo!, que sin trabajar obtuviera una cabrita sin costarle plata. Come hierbas, hierbas que nadie reclama, deja limpios los campos y encima hace milagros la Yana,  transforma el verde pasto en rica leche por las mañanas.

Más tarde se unió a la familia Kity, una pequeña gallina que al quedarse sola sin vender le fue regalada por una gitana, a última hora, antes de cerrar el mercadito del jueves.

Su hogar es su granja “si se puede decir granja a sólo dos animales”. Por el día pasean y pastan praderas, campos y montes. A la noche, Yana con su blanca barriguita calienta los fríos pies de su amo, mientras que Kity duerme en los brazos de Pedrolo.  Ambas dóciles, más tiernas y tranquilas que un coala viven en la única habitación de la granja, cubierta de ramas, maderas, cartones y chapas.

Kity creció cacareando feliz al recibir los abrazos y mimos de Pedrolo, que sentada en su hombro, paseaba alto sin ensuciarse plumas ni patas.  La cabrita feliz una vez ordeñada, salía con su amo a pastar cada mañana. Pedrolo nunca pensó que tuviera que trabajar para vivir, se había acostumbrado a la pobreza con riesgo de una corta vida, a no ser por la suerte de encontrar a Yana y le regalaran a Kity.

Yana, generosa cada mañana contribuía con su leche y Kity pronto pondría huevos, contribuyendo ambas a su sustento.

Kity, una mañana sintióse estallar al salir de su pequeñito cuerpo  un huevecito (para ella gigantesco). Entonces  Pedrolo  no recordaba haberse sentido nunca antes tan feliz al ver cumplidos sus deseos. 

Iban pasando los días y Pedrolo paseaba orgulloso prados y bosques para que Yana rumiara pastos de fresca hierba. Después, se acercaban a campos de maíz y huertas para que Kity picoteara hortalizas, verduras y frutas maduras.

Pedrolo acude como siempre al  mercado los jueves, pero ahora no pasea solo, queda fuera, espera, observa, y cuando todo termina, se acerca a llenar bolsas de alimentos abandonados en cajas y suelos.

Cuando los vecinos lo ven llegar, Kity salta del hombro de Pedrolo al lomo de Yana y como pavo de corral extiende altanera cucos mechones de  plumas lamidas. Más que una gallina, parece  escultura de boj, bien encerada y pulida de las caricias que recibe.


lunes, 1 de julio de 2013

CUENTO: Nina (VIII) Simbiosis.



Niebla fresca, húmeda y silenciosa, cautiva albores e incita efluvios arropando auroras de ceñido rocío. Son micro-gotas de riego, hielo, escarcha, velo y atavío que en sublime cortejo, expanden su hálito matinal a verdes selvas y bosques cobrizos de veladuras rojas, ocres, verdes, amarillos, exhalando vaho cristalino, vidrieras de vapor emanando oxígeno.

La intensa y rígida frescura, tensa porosa estructura. Más tarde, el calor las incita a volar, y, aturdidas, en estallido, canjean chiquitos botones verdes por rubios apéndices o bracitos. Son bordados de la tierra, lienzos verdes, blancos, amarillos, rojos, violetas que miman de incienso los  húmedos prados en primavera.

Nina pasa la mayor parte de recreos asediando pequeñas plantas salvajes cargadas de guisantillos verdes, y en vez de jugar, acosa su rápido crecimiento sin ayuda del jardinero. Son enanas si no se dejan crecer, pero si se abandonan y escampan a su aire, son gigantes para las niñas.

Nina curiosa, abre uno a uno para ver que pócima guarda su interior que, a los pocos días, diminutas margaritas lucen terrazas y expanden llanuras. Una florecilla que embellece campos, no puede ser malo comer su pequeño vértice de algodón bien apretado, así que los mete a la boca uno tras otro, hasta acostumbrarse a comer en recreos, verdes liliputienses de diminuto corazón blanco.

Los agudos sentidos de Nina la hacen permanecer despierta de noche, hasta caer agotada de madrugada. El trasiego de tráfico de la carretera, el canto de un búho, el ladrido de un perro, maullido de un gato, el movimiento de ramas y árboles del patio… y especialmente, el nocturno cuchicheo de grandes plantas de interior que decoran pilares y entrada a dormitorios.

Las noches de verano, ventanas y puertas abiertas mitigan calor. Nina presta mucha atención y descubre pequeñitos sonidos salir de las macetas “como si hablaran entre ellas”. Para oírlas, espera horas despierta, pues empiezan a dialogar, cuando el resto de seres reposan.

Una mañana, sobre las siete, antes de levantarse, Nina despierta al sentir brotar de la gran maceta un sonido diferente y acto seguido como lenguaje encadenado, el resto de plantas del pasillo responden a la vez.

Nina desde que percibiera que las plantas hablaran entre sí, no había sentido nunca respuesta unánime…y ocurrió algo insólito. Casi al instante de oír responder al resto de plantas, hubo un ligero seísmo que despertó y alteró a las niñas y a todo el convento. 

Nina piensa, que si las oye dentro, podrá oír mejor a árboles y plantas de fuera al ser de mayor tamaño, pero por más que intenta, sus emisiones y mensajes quedan ocultos, clandestinos en su propio medio, medio devorado por ajetreo y ruidosa actividad del  hombre.

Nina no puede hablar de lo que ha descubierto, no puede decir a las monjitas que siente hablar a las plantas.  Además del retraso en la escuela y tener aumentadas sus percepciones, le falta contar que las plantas hablan, así que ante el temor de ser objeto de burla de compañeras y religiosas, calla.

Tres días después que ocurriera el ligero seísmo, Nina oye  cuchicheos como tantas noches, y de madrugada despierta de golpe al sentir el mismo sonido que días atrás oyera brotar, pero con mayor fuerza, de la misma planta cercana al dormitorio. Tras el sonido extraño, de nuevo, el resto de plantas, responden unísonas, a la vez, “como confirmando el desastre que estaba a punto de ocurrir”. Cuando Nina siente responder al resto de plantas, salta de la cama y corre buscando refugio fuera del dormitorio. Al no saber a dónde ir se oculta entre columnas, encajada en el rincón, al amparo de la planta.

En la oscuridad de la noche surgen gritos y llantos. Caen trozos de techo y paredes, se mueven las camas, hay rotura de cristales, armarios destruidos  reinando el caos y la confusión.  Al ocurrir en plena noche, desprotegidas, sin luz, ni saber qué hacer ni dónde ir, la mayoría terminan sufriendo magulladuras y heridas.

Terminado el seísmo retorna la luz. Las niñas agrupadas y abrazadas por temor, esperan ser salvadas del desastre. Cuando las religiosas terminan de revisar y curar una a una a las niñas, caen en la cuenta que falta Nina. Nadie recuerda haberla visto, creen que pueda estar bajo escombros y cuando acuden en su busca la hayan de pié junto a la planta, intacta, sin  rasguños, cortes ni heridas, solo que no habla, aunque antes de que ocurriera el suceso hablara muy poco.

Nina acude a la escuela, pero desliza miradas y atención al crecimiento de árboles y plantas, y, como no duerme las horas que su cuerpecito necesita, cruza pequeños bracitos para almohadillar su cabecita, durmiendo en clase, soñando en horas diurnas. 

Nina mueve su boquita de forma permanente, como si llevara chicle o caramelos. Algo nace al interior de su boquita y como no sabe si es o no es normal, al no sentir dolor ni molestias, juega con ello durante días y así pasa un mes, hasta que una tarde, dormidita en clase de inglés, la monjita paseando por pupitres descubre que asoma entre babitas algo raro, algo totalmente anormal.

El médico es llamado y al revisarla descubre que dentro de su pequeña boquita se ha integrado un organismo vegetal dejando cascadas raíces libres de dos centímetros de longitud. Esa misma semana es llevada de nuevo al hospital para quemarle el cuerpo extraño alojado en su boquita. Nina se recupera sin problemas y vuelve a la normalidad…de siempre.

Cierta tarde como si sus sentidos anduvieran en selva libre, pese al bullicio de la clase, siente que algo inminente va a ocurrir. Ha percibido algo que no sabe explicar y como una flecha, escapa de clase y sale al patio de recreo.

Tras cristales profesora y compañeras ríen de su actitud y asustadizo rostro que va cambiando de expresión al verse ser objeto de risas. Nina cree que sus sentidos se han equivocado y, de regreso a clase, siente tiritar fuertemente la tierra que mantiene erguidos sus  pequeños pies, comenzando un nuevo seísmo. Desde fuera Nina ve y siente los zarandeos y temblores que sufre de nuevo el colegio, pero como ocurriera la anterior vez, queda intacta, sin golpes, cortes ni rasguños.

Desde que todas presenciaran su comportamiento ese día, Nina sufre un cambio inesperado. De ser una niña rara, pasa a ser respetada y venerada en el grupo de amigas.

Ante la rareza del caso, Nina debe aclarar que es lo que la hizo salir, librándose de dos seísmos y confiesa su pequeño secreto.

Dice que las plantas aunque no puedan moverse, sienten, oyen y hablan entre ellas. Su respeto al medio les hace comunicarse a través de siseos bajitos, casi inaudibles para el oído humano, pero se les oye ante quietud de sombras, emitiendo tenues crujidos, muy suaves.

miércoles, 19 de junio de 2013

La partida.


Despierto en una extraña sala, radiante, armada de acero e intensa luz. La estancia emite tantos destellos que parece haberse colado al interior un pedacito de sol.


En el centro una camilla con sábana blanca, cubre, lo que semeja  ser, el cadáver de un ser humano.

Por el largo pasillo veo acercarse un par de batas blancas que dialogan. Cuando pasan junto a mí, siento que no han percibido mi presencia. Me pregunto cómo es posible que sus ojos no hayan girado miradas al cruzarse con mis ojos e ignorado por completo mi existencia.

Entonces, percibo salir suavemente, de forma volátil, brotar del cuerpo inerte cubierto de sudario. Es el alma que abre barrotes, libera elementos y abandona esencias para volver ser ente etéreo, impalpable y escurridiza nada.

Me veo bajar, caminar y unirme a ellos y entrar suavemente al interior de sus cuerpos. El  alto con delgadez extrema, moreno con entradas y cabello rizado. El compañero más bajo, de cabello castaño oscuro, tiene el peso ligeramente elevado. Siento que no son médicos y que sus batas blancas se deben a que trabajan en el tanatorio.

Me pregunto cómo puedo entrar en sus cuerpos…algo no va bien, esto no es normal, es inusual. Entonces percibo que  es mi cuerpo el que descansa, que no me hallo entre los vivos. Es en ese preciso instante cuando veo y recuerdo claramente el motivo y momento de mi partida.

Tras darme cuenta de la situación en la que me hallo, oigo llorar. Reconozco e identifico los llantos y acudo para decirles que no sufran, que siento inmensa paz.  Formo parte de un mundo no visible pero consciente de cuanto sucede.

Entonces lucho para que el alma etérea no migre hacia el mundo inmaterial tantas veces soñado. Sigo formando parte de sus vidas; agua volátil, viento respirado, soplos de aire inspirado.
 
 

lunes, 20 de mayo de 2013

CUENTO: Nina (VII) El jardinero.


En la comunidad de religiosas habitan dos varones de diferente edad. El capellán confiesa monjitas, jovencitas y niñas que preparan su primera comunión, además de dar la Sagrada Eucaristía todos los días. El jardinero se encarga de todo lo demás. Pese a realizar infinitas tareas, nunca cae enfermo, hace cualquier cosa que le pidan las novicias.  Los domingos por la mañana acude a Misa, entra discretamente sin hacer ruido, llega justito… a puntito de terminar la Sagrada Eucaristía.

Al principio el cultivador  se limitaba a  cumplir las funciones propias para las que había sido contratado, pero poco a poco las monjitas fueron ampliando sus labores; Por favor haga usted esto, por favor haga usted aquello, repare la máquina de coser, plántenos estas verduritas, limpie la piscina, recoja el pedido de la farmacia, avise al médico, recoja el correo, envíe este telegrama. Así hasta tenerlo bien ocupado desde las seis de la mañana hasta la noche.

Lo hace todo: Planta, poda y riega los árboles, cuida el césped del colegio y los jardines privados de las monjitas. Arregla la valla y los sistemas de riego.  Trabaja la huerta ubicada detrás de la piscina. Planta pimientos, tomates, berenjenas, calabazas, patatas para uso personal y de las monjitas. En la pequeña granja hay gallinitas ocas y patos, además de seis vacas que debe ordeñar todos los días, también su rica leche es para uso personal y de las monjitas.

Junto al patio de recreo tiene su taller de carpintería. Hace cualquier trabajo de ebanistería que le pidan; muletas para las niñas si las necesitan, reparar cerraduras y puertas, también arregla tuberías cuando se rompen grifos o estallan cañerías. No se enfada al ver jugar a las menudas en su taller de ebanistería, ni al ver en cajones acomodados pajaritos, gatos y perros que Nina protege del frío y la lluvia.

Dentro del parque se encuentra su caseta, alojada discretamente en un ladito de la valla, cerquita de la piscina; ¡cómo la mima! toda rodeada, bien tupida de hierba buena. En primavera perfuma al aire de esencias frescas y en verano el aroma que emana la hierba aplastada por diminutos pies, hacen del baño el placer de pequeñas sirenas. Sirven de freno, evitan que resbalen al salir del agua y además son alfombras tullidas donde descansan y toman el sol las pequeñas.

Qué listas son las monjitas, seleccionan  un hombre abnegado, solo, sin familia. De carácter entrañable, paciente, hace bien cualquier cosa que le pidan. ¡Mira sin son listas!, además de atractivo es alto y fuerte, de rizos rubios y ojos claros.

Los ojos del jardinero emiten destellos. Ni todos los santos juntos del convento, tendrían la luz ni el habla de sus ojos. Siempre alegres, brillan  como espejos rotos, y, si les da el sol, parecen cuencos con lágrimas preciosas pulidas. Unos ojos que hablan tanto, no precisan voz ni palabra.

Joko y jake son los borricos que le ayudan en la huerta, además de llevar  la diligencia. El jardinero cuando sale a recados, luce decana tartana y diestras mulas. Los lava y cepilla con tanto afán, que parecen untados de gomina y, para liberar el arranque de toscas patas, grita: ¡HALE! JOOOOOOO! hacia caminos de arcilla arenosa y ruta de nobles losas enmudecidas.

A pasito lento, cabalga su hidalga hechura el soberano jardinero, luciendo mulos radiantes como luceros, izados por titánicas ruedas y polifonía de sonajeros. Su gentil talante provoca sonrisas miradas de envidia sana en bellas jovencitas de explícita sed lozana, mientras que maduras y sazonadas, silencian pasiones furtivas tras suaves visillos de vainica blanca.


sábado, 11 de mayo de 2013

CUENTO: Nina (VI) El destino de Sor Bibila.



Maratón fin de curso.

Yuna y Meroé fueron pillados en el  gimnasio en el mismo momento en que Yuna le prometía su ayuda. Entre ellos distaba un gran muro que los separaba, física y emocionalmente. Habían faltado a las estrictas normas de la institución cruzando el umbral que separaba ambos grupos de alumnos, y fueran pillados hablando escondidos en una de las aulas del salón de deportes.

Yuna había cumplido los doce años y Mero “así lo llamaban” tenía nueve. La primera vez que Yuna tropezó con sus ojos, fue una tarde de domingo en la sala de visitas, estancia donde alumnos de ambos sexos coincidían en las visitas familiares. Lo vio llorar al comprobar que no eran sus padres quienes venían a verlo, sino el párroco del pueblo que en un acto de generosidad, ante la pobreza y enfermedad de ambos, aprovechando asuntos que atender, se acercó a ver al niño además de llevar un pequeño paquete de dulces bizcochos hechos por mamá que tanto añoraba. La visita duró escasos minutos porque el cura aprovechando su corta estancia preguntó a la monjita de guardia el parte de notas del trimestre, su actitud religiosa y comportamiento de Mero en el seminario.

Sintiéndose reina por un día, Yuna era feliz al pasar la tarde del día festivo con sus padres. Además de recibir dinero, llegaba "el esperado paquete" cargado de muchas cosas, de esas que a todos los niños les gustan. En un movimiento de Yuna, su mirada  chocó con la tristeza de Mero y algo mágico impregnó el  aire para el resto de sus días. Sus padres vieron el breve encuentro y el silencio que ambos hilaban mientras se miraban, así como el radical cambio provocado en el carácter alegre y feliz de Yuna.
Desde aquél día, en cada breve encuentro, en misa, celebraciones o salidas, harían lo posible para estar cerca, mirarse, hablar o permanecer juntos callados.

Sor Bibila los vio entrar aquella tarde al gimnasio y se acercó sigilosamente para ver que tramaban. Escondida, oyó como Yuna prometía ayudar a Mero si conseguía ganar el maratón que se celebraba todos los años y al que acudían alumnos y profesores de todos los colegios de la provincia. Yuna acariciaba el corazón de Mero, prometiéndole que si ganaba el premio se lo daría para ayudar a sus padres.

Al escuchar dos niños de corta edad dándose afecto y consuelo no tuvo valor para imponer la normativa y castigo del colegio, y al girar para salir con el mismo sigilo con el que había entrado, tropezó con el blanco uniforme y rígida mirada de Sor Ceferina que había presenciado la misma escena. Hubo cruce de miradas acusatorias y en silencio Sor Bibila salió sin dejarse ver ni oír por los niños.

Sor Ceferina pese a conocer la promesa de ayuda que Yuna había prometido a Mero, hizo gala de honestidad cumpliendo las estrictas normas castigándolos. Ninguno participaría en el maratón, quedando encerrados esa mañana, además de quedarse sin tele ni salida al patio la tarde del domingo.

Tres años seguidos habían alcanzado las largas piernas de Yuna la meta, tres años llevándose el premio mayor con duro entrenamiento ayudada por el profesor de educación física, y por un acto de estricta normativa mal aplicada, quedaba el colegio descartado.

Todos, alumnos y alumnas podían participar, pero quien prometía alcanzar la meta por sus condiciones físicas, su constancia y largas piernas era Yuna. 

Sor Bibila se enteró del castigo la misma mañana del domingo. No podía perdonar ni evitar el castigo impuesto por otra religiosa. Dolorida por el rígido corazón de Sor Ceferina recordaba la promesa que hiciera Yuna a Mero.

A las once de la mañana debían estar en el inicio de la carrera alumnas, alumnos y profesores que participaran, por lo que debían salir de los colegios a las diez.

A las diez menos cinco se suma al grupo del colegio una alumna grandota. Viste camiseta amarilla de chuches y pantalones blancos por encima de las rodillas, altos calcetines de colores y sandalias de cuero. Lleva el cabello recogido con gorra de visera y va excesivamente maquillada.  Su brutal atuendo provoca chismorreos y burlas siendo el hazme reír del resto de concursantes, pero no la identifican ni reconocen quien pueda ser.

Consciente de sus actos no habla con nadie, se escabulle cuando le preguntan. Lleva el número 121, el último número de los participantes del colegio y está inscrita como Bibi.

Ya están todos los participantes al inicio…hay cientos, el 121 mezclada entre ellos es objeto de carcajadas…se oye el disparo y empiezan a correr.
Bibi comienza airosa, como si estuviera entrenada. Con tanto afán y falta de entreno al cabo de tres kilómetros está a punto de caerse, le falta un ápice para rendirse, no puede más. Teme caer desplomada por  agotamiento y falta de fuerzas, además del dolor de piernas y pies.

De tanto calor a los cuatro kilómetros el sudor chorrea el maquillaje ensuciándole el rostro. El cabello hace acto de presencia al perder ganchos y gorra. Las medias como acordeones le estorban y, mientras corre se libera de ambos dejando al aire blancas pantorrillas sin depilar; "mejor descalza que sentir rozaduras y sangren los pies"

Le falta un kilómetro por correr de los seis para alcanzar la meta. Grandota, de colorida vestimenta, sudorosa y toda emborronada, descalza, frena el impulso y fuerza de competidores que al no poder contener la risa van mermando fuerzas, reduciendo pasos y aflojando tendones.

El público del maratón al verla pasar la animan con piropos y risas "da igual, que se rían todos, cuantos más se rían mejor, que se queden atrás" No escucharé quejarse a mi cuerpo, desconectaré el dolor y aunque caiga mi cuerpo por agotamiento, seguiré.

En la meta, el público está al acecho y es rodeada. Termina de salir del calvario y, una vez hidratada la acosan.  Están interesados en saber que ha motivado esa fortaleza.

Sudorosa y embadurnada, sus pies sangrando y sin recordar nada, ni quien es, bebe agua como mujer labriega, empapa toalla para aliviar calores y sudores de rostro y después, piernas y malogrados pies los riega con chorros de agua fría…mientras que su natural descanso es gravado por cámaras que esperan diga unas palabras al público que la animó a alcanzar la cima.

En las cámaras de TV reconocen el rostro de Sor Bibila.  Toda la provincia, obispado y religiosos ven un lado de realidad que no esperan ni desean. Sor Bibila manifiesta que debía cumplir la promesa de una niña que no ha participado por estar castigada. Cuando habla a las cámaras manifiesta que el premio no es suyo ni pertenece a la Orden religiosa. Los cámaras preguntan ¿No acaba de decir que la promesa era por una niña? Y  agotada sin miras al decoro y reputación a su colegio confiesa que pudo haber evitado que los niños fueran castigados si ella hubiera sido precavida al verlos hablar faltando a las normas, pues en ese momento no creyó que hubiera alguien más que observara la declaración de afecto y ayuda de ambos niños.

Sor Bibila ha dejado en evidencia a la orden religiosa, además de dejar en entredicho sus estrictas normas y castigos y sintiéndose responsable, ha intentado cubrir no solo una promesa, sino  ayudar a Mero que realmente lo necesitaba.


Sor Bibila da el cheque a Yuna y una fuerte emoción cubre a Mero cuando lo recibe. Está seguro que si ella hubiera participado también hubiera alcanzado la meta y habría cumplido lo prometido.

sábado, 23 de marzo de 2013

CUENTO: Nina (V) Inteligencia Vegetal.






El colegio de religiosas está repleto de antiguas reliquias. La Sagrada Eucaristía y el Santo Rosario  suceden todos los días. Además de estudiar, hay forzosas lecturas: La Santa Biblia y el Catecismo… con rapapolvos, para él “por si acaso” cayeran en pecado pequeñas almas nítidas.

Cristo se antepone aunque nunca esté visible. Tiene la facultad de conocer y saberlo todo, es ejemplo de abnegación, bondad, entrega y sacrificio.  Bueno…es  visible en retablos y esculturas, la más bonita, el Cristo crucificado colgado en la capilla. Los rostros de Cristo son moldes de dolor, súplica y perdón, sin una sonrisa que abrigue los tiernos corazones de las niñas.

Nina ha suspendido todas las áreas por falta de interés y atención. El curso sigue…sin ella, bueno, Nina está presente pero como si no estuviera, duerme, sueña o colorea. En vez de atender en clase, ve más atractivo el bostezo matinal de ramas y árboles y contemplar cómo escampan los primeros brotes.

Una mañana desde la ventana de clase Nina mira con mucha atención cómo planta pequeños árboles el jardinero. Piensa en la magia de compartir ambos reinos, animal y vegetal los mismos elementos para la vida; agua, aire, tierra y fuego. Ambos se nutren de los mismos ingredientes, solo que la estructura del reino vegetal requiere proporciones de esos elementos en cantidad diferente.

Millones de años antes de que aparecieran especies animales que progresaran y evolucionaran más tarde hacia la raza humana, surgió el reino de los vegetales. Su larga evolución como especie inteligente avanzó por aspectos no comunes al entendimiento y desarrollo humano. Su capacidad de contactar, de comunicar con otros seres nunca fue comprendida ni estudiada, más bien lo contrario, como si careciera de percepciones y sensaciones fue devaluada.

Es otra opción, otra forma inteligente de vivir. Para alargar su estancia en el planeta, supeditó estructuras y formas de vida, sumiso como esclavo a total dependencia de la tierra. Milenios contemplando los cambios que se producían en el agua, aire, tierra y fuego, dieron tiempo suficiente para pensar cómo sentir desde un mismo lugar orillas y costas de otras áreas del planeta. Jugó con bellos pigmentos, creó mágicas estructuras y sembró el suelo de abalorios, cautivadora geometría.

Es una fuente inagotable de sabiduría moldear un mundo de infinitos tonos verdes, aromatizar su aire, cubrirlo de multicolor y motear la espesura con bellas siluetas de frutas. La opción para perdurar es la simplicidad en las formas de vida, así logran ser ente principal, inteligencia vegetal, supervivientes que aman y cuidan la naturaleza.

Una simiente se aferra al suelo, se protege, profundiza, lo atraviesa como acero para anclar raíces. Cuando siente apresada la tierra empuja al exterior su cilindrado cuerpo y, con ansia de sentir luz y calor, la fragilidad del tallo cobra fuerza de puñal, capaz de atravesar estratos, mientras que sus estilizados cuellos se aferran estoicos a las hebras desnudas de sus nervios. El jardinero a los débiles y pequeños les une fuertes tacos de madera sujetos con anchas gomas negras, les auxilia a soportar los violentos vaivenes del viento.

Nina, cuando llega la primavera les ve alzarse y expandir sus brazos. Más tarde les ve aflorar sarpullido, un suave Cupido de tierno algodón seguidas de miles de hojas chicas, de aspecto lozano, de oscuros granates expuestos al sol… amontonadas unas sobre otras como en maratón. El aire se vuelve serpentín, forma pelotillas huecas de algodón y cubre de blanca nube tablados paseos, calzadas y bosques.  Es hilo de suave hebra, etérea espuma vegetal que cubrirá la parte más tierna de  los nidos.

Una mañana en plena clase Nina descubre un pequeño amasijo entre ramas. Ante la sorpresa se le escapa… ¡HAY! e interrumpe la clase de la profesora. La hace levantar para que explique qué le provoca sorpresa. Las compañeras observan tras cristales la arboleda pero no aprecian nada diferente. Nina dice que en el árbol de enfrente, tres ramas sujetan un pequeño nido.

Al terminar la clase las niñas salen corriendo  para verlo. Nina siente una punzada de dolor al sentirse responsable de exponerlo al peligro.

Una madrugada de marzo, el colegio entero dormía, menos Nina que desvelada, no podía por el frío intenso que rodeaba al nido.

Sin despertar a nadie en camisón y zapatillas sale al jardín. Rodeada de frío glacial Nina ve escampado hilos, hojas y ramitas del nido. Con gran desasosiego busca largo rato hasta encontrar cascarillas de huevo y el cuerpecito peladito de una cría de pajarito, a varios metros de su árbol cobijo.  Nina protegiéndolo, lo guarda en su mano derecha. Obsesionada con la búsqueda del resto de aves del nido, no atiende a los azotes de llanto del gélido frío.

Nina oye voces. Siente que la mueven y lavan, oye pisadas y mucho ajetreo, pero no es consciente de lo que pasa. Oye voces femeninas decir que al intentar abrirle la mano derecha para lavarla convulsiona. La mano cerrada, con puño firme guarda algo. En otra ocasión le pareció oír la voz del médico decir “si no remiten las fiebres este fin de semana, el lunes por la mañana a primera hora, deberá ser llevada al hospital”.


Nina despierta el domingo después de haber permanecido inconsciente tres días por alta fiebre a causa de una neumonía. Despierta con hambre y al ver en la mesita la bandeja con tazón de leche y magdalenas, abre el puño y deja en su lugar lo que guarda.  La Sor al recoger el desayuno, pega un grito y le cae la bandeja al suelo al ver en el papel de las magdalenas una cría de pajarito.

miércoles, 6 de marzo de 2013

CUENTO: Nina (IV) Clases, chuches y castigos.




La vitrina: chuches y otras cosas.

La vitrina de los chuches se halla situada en la salita de estar, única gran sala donde descansan y ven la televisión las niñas. La vitrina está dividida en cinco estancias horizontales de cinco metros de largo. Su base de madera mide un metro de alto, sus puertas correderas siempre estuvieron cerradas, nunca se abrieron para nada, así que ninguna sabe lo que guarda. Sobre ella se levantan cuatro alargadas estancias acristaladas. La custodia un gran candado que se abre cuando las pequeñas se ponen en fila en riguroso orden de llegada, siempre en horas de recreo.

Zonas altas de la vitrina
Se visualiza con nitidez material de diversa índole: estilizados lápices de punta carbonada muy fina, algunos llevan incorporados sombreros de coloreadas gomas de borrar. Cajas de lápices de colores Alpino en diferentes tamaños…para según presupuesto; la más pequeña contiene seis colores; la caja mediana tiene doce, hay más tonos; la más grande, tienen veinticuatro…es la más cara y agrupa gran variedad de tonalidades. Gomas de borrar de varios tamaños, de agradables olores y colores. Sacapuntas de metal y plástico. Bolígrafos Bic azul, rojo y negro. Libretas de varios tamaños y grosores, cuadriculadas, lisas y en rayas con rígidas tapas de cartón bañadas de intensos colores. Paquetitos de plastilina para que la creatividad de diminutas manos modelen sus sueños.

No faltan objetos religiosos: tarjetas postales de santos con su oración y plegaria santoral, escapularios, estampitas, rosarios, cadenitas, medallitas de la Virgen María y Crucifijos. Hay material de correos: cartas, sobres y sellos para escribir a casa, y tarjetas-postales de bellas ciudades españolas donde lucen soberbias arquitecturas monumentales.

También hay muñecas, sin pequeñas que las besen, manitas que laven y peinen que anhelan ser abrazadas y estrujadas mientras duermen. Sentadas tras cristales permanecen estáticas en el tiempo. Un cúmulo de luceros vivaces, guardan en infante corazón, deseos incumplidos. El candor de miradas inocentes desvelan “no la compres, desaparecerá la primera noche”.

Zonas bajas de la vitrina
Contiene infinitos sabores, seductores colores y atractivos olores guardados en grandes y transparentes botes de cristal, separados según tipo de golosina. Los caramelos visten transparencias provocativas y estimulantes sabores…que esperan ser confín de sonrisas en pequeñas siluetas labiales.

Caramelos sugus, chicles, suculentas nubes esponjosas, gigantes fresones, palitos de fresa, moras rojas y negras, piruetas, palitos pica-pica, chupa chus, gomas elásticas con fragancias fresa y limón, maxi-crujitos, caramelillos vestidos de brillantes cubiertas sabor a menta, miel y limón, puro-moro o largos palitos de regaliz negro, la-casitos, conguitos de chocolate y varios tipos de chocolatinas.


Hay grandes caramelos de chocolate cuadrados envueltos de doble faldón y guapa capa. Bajo el papel dorado hay otro blanco en contacto con el dulce. Tras el primer mordisco sella la boca. Apodado por las niñas como “el sacamuelas” impide abrir la boca al pegar las muelas. Deben esperar largo rato para que el efecto de la saliva consiga disolverlo. Están prohibidos en clase. A quien pillan con chicle o sacamuelas, la profe se lo lía en la cabeza.

Nina, en sus años de colegio tuvo sacamuelas y chicles en la melena obligándola en tres ocasiones a cortárselo como un chico, viendo malogrado su deseo de lucir melena, presumir larga trenza y sentir saltar al caminar sus onduladas coletas negras.

La espera
Nina recibe cuatro pequeños envíos de dinero al año. Lo necesita para cubrir un pedacito de esa empalagosa dulzura necesitada. Cada espera se le hace eterna y cuando llega tiene tal ansiedad acumulada que como imán atraído por hierro se pega a la vitrina. Cuando oye la sirena de salida al recreo, en vez ir al patio, como flecha va a la salita…debe aventajar en la cola, o ser de las primeras para poder elegir los chuches que le gustan. Dulcemente saciará y silenciará los bailes y truenos que brotan de su barriguita.

Nina goza al ver sus bolsillos cargados de esponjosas nubes de aromática fresa, polvoreados de azúcar glas muy fina. Debe comerlos antes de caer dormida, de lo contrario a la mañana siguiente se hallarán en otras tripitas.

El dulce reparto
Cuando en grupo de amigas, una de ellas se puede comprar, las demás esperan cerquita y una vez obtenidos forman círculo para saborear los caramelos una a una. Primero lo saborea quien los paga, después ensalivados, los van pasando una a una, así hasta que al final todo el grupo saborea las dulces golosinas.

Cuadernos, olores y sueños
Cuando Nina estrena cuaderno, la suave fragancia que emana embruja su olfato, esbozando la mente a la quietud.

La inspiración de un aroma, adula y despierta al resto de sentidos. Nina se siente arrastrada, incapaz de luchar, cae plácidamente dormida. Olvida por completo donde está, perdiendo el hilo de la clase.

A media mañana, en el pupitre reposa su cabecita, rodeada de sensaciones, el sol la cubre de caricias. Nina adormece a las doce del mediodía. Sueña oír lejano la sirena de salida, en ese momento para no quedarse sola, fragmenta su sueño matinal. Sale y entra a clase como si fuera refugio diurno de ilusión, ensueño y fantasía. Sin aprender nada, se sienta la última para no ser vista ni ser llamada a la pizarra.

Soy un burro
Un día, la profe con gran sentido de ridículo ajeno, la descubrió con la boquita abierta cayéndole la babita. Nina, plácidamente al calorcito del sol, dormía.

¡Nina! sal a la pizarra…Nina dormía. ¡Nina! que salgas a la pizarra, Nina durmiendo ¿es posible que no despierte? ¡Nina! Toda la clase mirándola y riéndose. La compañera de delante le da pataditas para que despierte, pero ni esas. Al cabo de un rato de ser objeto de atención despierta asustada al sentir el empujón de Carlota, amiga y vecinita.

La profesora, ordena que salga a la pizarra y repita la clase dada en la mañana. En silencio, rodeada de miradas y risas arrastra sus ojos hasta tropezar con el rostro amargo de la profesora, que con aspereza insiste que salga a la pizarra.
Si no lo hace bien, la pondrán la diadema de grandes orejas peludas y encima del uniforme le coserán el chalequito con letras mayúsculas ¡soy un burro!

Haber Nina, empieza multiplicando 485x1000 y divide 485/1000.
POR DIÓS, POR DIÓS, VIRGENCITA MÍA…

Nina rompe varias veces la blanca tiza hasta alcanzar a escribir con pequeños pedazos, primero números y signos, después para, no puede seguir, no sabe mover las comas de multiplicar ni dividir.
Teme lo que le espera, le entran rápidas ganas de orinar. Su pequeño cuerpo tiembla esforzándose a no caer al bailarle las piernas. Sabe que si no sale airosa llevará colgado cartel y no puede permitírselo. Después de ver con mucho cabreo a la profe y concentrarse en cómo lo hace, descubre que sólo es cuestión de correr la coma.

Multiplicar, correr la coma a la derecha. Dividir, correr la coma a la izquierda. Empieza a realizar bien divisiones y multiplicaciones por fortuna sólo realiza operaciones de 10, 100, 1000…por ahora se libra de llevar el trajecillo. La profesora al ver que al final no puede colgárselo, llama salir al pódium a Carlota.

Otra que anda en las nubes. Carlota por lo general no duerme en clase, atiende, pero le cuestan las matemáticas, no sabe correr la coma derecha e izquierda y le colocan el trajecillo.

Ninguna de las que anteriormente llevaran el trajecito habían llorado. Carlota no se mueve, permanece quieta mientras la profesora cose con rabia el chaleco de burrito. La clase inmóvil presencia su dolor, aunque no entienden su intenso llanto.
Mientras, Nina se siente rodeada de calor y tibia humedad. Al ver a su mejor amiga sufrir lo que escasos minutos antes, fuera destinado para ella, la impacta de tal manera que sentada en el pupitre, sin darse cuenta se orina encima.

Al salir al patio, el grupo de amigas la hacen compañía para evitar burlas de otras aulas, entonces Carlota les dice que le duele la espalda y siente pegada la ropa. Las niñas quedan aterradas al no poder levantarle las prendas al ver cosido el chaleco a la menuda espalda de Carlota. 

Imitando a ser mujercitas
Una mañana, en clases de matemáticas, la Sor entró con prisas a clase para avisar a la profesora que acudiera a una llamada urgente. La profe sale dejando sus pertenencias en el aula.

Entra al cabo de quince minutos, sube al pódium dispuesta a seguir con la clase. Realiza un parón, se queda observando al aula, las niñas no comprenden al ver su cara de asombro, como si estuviera viendo película de terror… y exclama ¡QUÉ HORROR! ¡QUÉ HORROR! Y sale corriendo sin decir una palabra.
Enseguida entra con la Hermana Directora y suben al pódium, calladas miran atónitas a las menudas. Las niñas contentas, se sienten guapas, femeninas y adultas. Perfumadas, llevan pintarrajeadas los labios, rayas y sombras en los ojos y un puñado de coloretes. Parece un aula de viejas marionetas.

¡QUÉ VERGÜENZA! ¿NÓ OS DA VERGÜENZA? ¡HALA! Castigo general. Del próximo dinero recibido, cada una pagará una cantidad que irá íntegro para comprar un perfume y neceser completo a la profesora.

Castigadas sin chuches
En horario del descanso, esquivos ojillos infantiles esperan liberar el sonajero de llaves que lleva la monjita. Su cintura luce ancha correa, parece un tonel presionado por la mitad a punto de estallar. Del cinturón cuelga enorme aro de hierro, donde caen las llaves del convento que cierra estancias prohibidas. Las niñas la llaman Sor serena en honor al sereno que hace muchos años patrullaba calles, custodiando en horas nocturnas a señoritas y caballeros viandantes.
Sor serena, encargada de la vitrina, pesa más de 130 kilos. En días festivos, las hermanitas hacen comida especial.

La orden religiosa aprovecha el festivo para tomar vinito del cura. Después de comer mientras las niñas juegan, Sor serena encargada de vigilar la tele y juegos de las niñas cae profundamente dormida. Al no estar habituada al vinito, su viejo organismo sucumbe al calor metabólico por exceso de comida y algún que otro pastelillo. Cae en sopor, roncando una hora en el sofá…muy cerquita de la ilustre vitrina.

Sus pequeñas miradas hablan, cientos de ojillos tienen el mismo pensamiento, el mismo idioma -las golosinas- pero han de poder abrir la vitrina.
No es fácil acceder a la correa de la Sor mientras duerme. El grupo de llaves que cuelgan del gran aro pueden despertarla. Se necesita pensar para hacerlo bien. La Sor siente debilidad por la dulce cara angelical de la mimadita, siendo frecuente cogerla en sus brazos mientras duerme una siestecita. Se establece un rápido plan.

Cuando vaya a caer dormida, te arrimas a sus brazos, al reconocerte confiará, así que iniciarás el camino para que nosotras podamos actuar. Pondremos crema al cierre del cinturón para liberar el aro…pero las llaves sonarán, entonces Nina dice yo sé cómo quitar el sonido de las llaves para no despertarla. Se miran entre ellas y se ríen al ser la última de clase, menosprecian su opinión, pero al discutir un rato las nulas probabilidades de silenciarlas, terminan pidiendo a Nina que hable. Nina dice que moldeando bastante la plastilina y dejando las llaves pegadas a ellas silenciarán el ruido, pero ¿de dónde sacan la plastilina? Nina responde rápida; de la clase de los peques.

El plan
Sor serena cae dormida, rodean sus brazos a la enchufadita dejando caer del lado izquierdo en el sofá para dejar libre al aro y situar el cierre a favor del resto que al acecho esperan realizar su trabajo. Untan de Nivea el cierre y enseguida ponen gran cantidad de plastilina de varios colores, frenando los movimientos del gran manojo de llaves.

Ya está…la vitrina abierta. Deben darse prisa pues puede acercarse alguien y descubrirlas. La enchufadita se planta, pide sea ella la primera en coger, pero no puede soltar de golpe la masa cordera de la sor. Sabiendo el riesgo que corren, elije tranquilamente cuanto cabe en sus bolsillos, así que es la primera en salir de la salita. Las demás cogerían chuches con ansiedad y miedo de ser pilladas con las llaves y manos en la vitrina.

Al cabo de treinta y cinco minutos, Sor Serena despierta, se ve sola, no hay ruidos, ni una niña en la salita, alegres las ve jugar en el patio. Empieza a movilizar su pesada carga y al levantarse cae su pesado cinturón al suelo, cuando se agacha a cogerlo está resbaladizo. No comprende, las llaves están untadas de plastilina mientras que la vitrina y botes abiertos están vacíos de golosinas.