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lunes, 14 de octubre de 2013

CUENTO: Nina (IX) El silencioso llanto del jardinero.

FIN DE CURSO

Entrega de notas. Fiesta grande con la familia y gente importante que trae coches caros, visten trajes brillantes con bolso y zapatos muy tiesos y tienen mucho poder y dinero.

Desayuno chocolate caliente y madalenas con música del Maestro Rodrigo. Después obras de teatro. Más tarde comida especial, y entrada la tarde, antes que se vayan todos, Misa doble al coincidir la despedida  de curso con la Misa de despedida de la monjita mayor que ha fallecido.

Picoteo…burla, soberbia, envidias, críticas y chismorreo por traje y notas finales de algunas alumnas.


El llanto

La enchufadita, acompañada de colega y camarada lucen melena y cuerpo de mujercitas e inician su adolescencia aturdiendo al jardinero en su loción de parcelita.

Además de pequeña granja y pedacito de huerta, cuida su invernadero como buen sereno. Lleno de flores perfuma altos vientos mientras que hierbas aromáticas esencian suelos añejos que guardan recuerdos de infantas pisadas, risas y juegos. Es su Jardín de  Edén. El lugar donde habla a narcisos, margaritas, violetas que sintiendo piropos de dulce voz, danzan alborotadas entre lavanda y hierbabuena.

Allí fue sorprendido el jardinero  por dos jovencitas, que -como si fueran protagonistas de una película- actuaron como vulgares mujeres adultas.

El, que las ha visto crecer, siente por ellas calor fraternal. No entiende cómo pueden a tan corta edad intentar seducir a un hombre que puede ser su padre por edad. Le conocen muchos años, años de ver estirar cada mañana, centímetro a centímetro sus cuerpecitos, limpiando moquitos, calmando lloros de altura en enérgicos brazos, reparando juguetes para de nuevo, oír alegres grititos rodando y desfilando en bicicleta, pedal y patinetes.

Él que lleva una vida virtuosa, desconcertado, no espera pase nada semejante, lidia con entereza por primera vez en sus veinte años de trabajo un caprichoso juego de jovencitas.

Dirigiéndose como siempre lo hizo, como si fueran sus niñas, sugiere salgan de su parcela privada y ante risitas y caso omiso, el buen hombre se lo toma a guasa para no llevar el tema a situación más crítica. Recoge la ropa del suelo y se las da para que se vistan con educación y cariño como si no hubiera ocurrido nada, conduciéndolas fuera del recinto.

Las mujercitas, al no ser objeto de valoración ni ser miradas se sienten humilladas y conociendo la gravedad de sus actos, temerosas y con miedo que pueda dar parte de lo ocurrido, deciden adelantarse a posibles acontecimientos dándole una lección inolvidable, denunciando “su versión de lo ocurrido” a  las monjitas.

Antes de acudir a la  denuncia, fuerzan la caja fuerte y sacan el dinero obtenido de las ventas de chuches y artículos de la vitrina.

Mientras el jardinero, ajeno a estas maniobras, trabaja, ambas meten el dinero sustraído en una bolsa y lo esconden en un rincón del armario de su pequeña casita. Acto seguido  acuden a la Madre Superiora para dar falso testimonio, hechos no ocurridos.

Jamás en los años que el jardinero trabajara dentro de santos muros había mirado con otros ojos a las menudas que no fueran de entrañable afecto. Siempre sonriente, ayudando en todo, haciendo más allá de sus funciones sin ninguna queja, soportando con buen talante en su carpintería la jauría de animales que Nina  guarda protegiéndolos del frío y miseria. Nunca miro a ninguna de las niñas con otros ojos que no manaran especial ternura.

Se comenta que quedó solo por fallecer su familia y que para poder subsistir, vendía flores y  plantas medicinales. El párroco que conoció antaño a sus difuntos padres se apiadó de ver al chico andar solo y como el curita siempre almorzaba en exquisitos comedores de diferentes órdenes religiosas, se enteraba de los pormenores de las hermanas, supo que hacía falta alguien que reuniera cualidades para el puesto de jardinero, así que le ofreció el puesto. Trabajo que no pudo rechazar pues además de gastos de alojamiento, comida, vestido y atención sanitaria tendría salario. El avispado párroco con su ayuda cubrió  más allá de sus necesidades, introduciéndolo  a perpetuidad en el seno de una gran familia, para que jamás volviera a estar solo.

Desde que entrara a trabajar como jardinero a la edad de  quince años, para él, todo ser que residiera dentro del recinto religioso formaba parte de su vida, eran su familia y siempre se sintió responsable de la protección y cuidados de niños rodeados de privaciones y fraternales ausencias.

El jardinero es llamado urgentemente por  la Directora del colegio. Cuando acude es rodeado de monjitas, abrazando a ambas delatoras, ayudándolas a soportar semejante bajeza. El, falto de palabras, herido como  inocente ciervo atravesado por envenenadas flechas, calla, no le sale la voz, es incapaz de defenderse ante tanta crueldad y mentira. Permanece en pié sin poder respirar por el dolor que siente, mientras las ve llorar y como víctimas de acoso son mimadas y apaciguadas; avisan con urgencia al Doctor para que inspeccione el daño  que pudieron sufrir en manos del jardinero.

El nudo que brota en su garganta se aferra por todo su cuerpo y apenas puede  mantenerse en pié. Es  una pesadilla cruel. Herido por pequeñas que vio jugar y crecer, incrédulo de estar viviendo algo semejante, le faltan palabras, con lágrimas enmudece, siente rasgada su alma al ser atacada por pequeñas serpientes.

El convento al completo toma como única verdad las palabras de las jovencitas y ante el silencio que el hombre guarda, dan por cierta la versión de las niñas.

Desorientado, soporta la calumnia y anda ajusticiado como espíritu brotado de su cripta. Miradas acusatorias de quien quiere, los que creyó durante años ser su familia, ahora escupen insultos; sinvergüenza, malnacido, desagradecido, malvado, criminal… Abatido calla, su imagen coagulada vaga sin aliento.  

Lo culpan y entregan al sacrificio sin misericordia, defensa ni juicio. Culpable por omitir palabras, verdades silenciadas, voces mudas, incapaces de hablar y comprender el malvado acto realizado por jóvenes mocitas.

Nina percibe con seguridad que el jardinero es víctima de un acto de venganza y no tiene la menor duda de su inocencia.

Cada vez que se cruza con el par de rapiñas, Nina siente un doblón de tripas. Las acorrala y ve en sus ojos culpabilidad y malicia. Al cruzarse arrastra de sus órbitas lo que guardan y ocultan, y, cara a cara, sin que puedan negarse al enfrentamiento de miradas, deja hablar a sus ojos acusándolas del grave delito. Ambas intuyen que sabe la verdad de lo ocurrido, pues durante los años de colegio  jamás se comportó igual con nadie ni tuvo enfrentamientos. Ahora se enfrenta, las espeta sin miedo a represalias.

Tras el suceso, nadie habla abiertamente del tema, pero hay continuos siseos, miradas acusatorias hacia la imagen de su persona.  El jardinero pálido, como si padeciera grave enfermad,  anda con un dolor tan intenso que parece Cristo izando la lápida de su tumba hacia el sepulcro del cementerio.


sábado, 21 de septiembre de 2013

Senso, un gato especial. A special cat.



Faltaba días para que entrara diciembre. Recuerdo buscar vivienda de forma precipitada y ante la necesidad imperiosa de sentirme en plena naturaleza, “despertar al amanecer sintiendo vientos corales de diminutas gargantas, mañaneras flautitas arropadas de pluma-espuma trinando entumecidos gozos y rimadas. 
Todo ello fue suplido por la holgura de una terraza de 40 metros cuadrados en ruidosa ciudad, donde el canto de aves es audible cercano a parques, o bien, puedes oír el canto enjaulado “reos cuyo delito son belleza y canto” gorjeando baladas, clamando libertad en cripta sepultada por el oído humano.

Allí, poco tiempo después vino a querernos Senso.

Aprovechando las escasas lluvias salí una tarde torrencial y lluviosa a realizar gestiones, entre ellas, llamadas de teléfono. Cuando colgué el auricular, la niña no se encontraba dentro del vehículo, y, haciendo barrido ocular la vi bajo la lluvia acariciando un pequeño gatito que se hallaba  herido y abandonado bajo el viejo portal de una casa de campo.

Cerca de él, había pienso y agua que habían dejado los vecinos del lugar para que no pasara hambre. El gatito muy sucio, tenía a su alrededor surcos al realizar sus necesidades varios días. Delgado, muy débil y cojeando intentó caminar arrastrando su patita izquierda trasera.

“Por favor mamá, te lo pido por favor, te lo suplico, déjame llevarme al gatito a casa. No deseo otro regalo de Navidad, parece bueno, tiene unos ojos bellos y con el frío y la lluvia morirá. Por favor, es lo único que te pido como regalo de Reyes Magos”. Y ante tal razonamiento y súplica no pude negarme, así que esa misma tarde Senso entró a formar parte de la familia.

Herido, cojeando y lleno de inmundicias se dejó envolver en su chaqueta vaquera. Mojado, desnutrido y sucio, sin conocer el alcance de los males que padecía, pasó su primera noche Senso con nosotros, y permanecería a nuestro lado por mucho tiempo.

Cuando llegó la primera vez a casa no teníamos neceser para realizar sus necesidades, así que en una palancana grande arrojamos trocitos de periódico y nos hizo gracia que esperase educadamente a que termináramos su zona privada porque al terminar de romper los papeles vino directamente cojeando a su plastificada letrina a realizar sus necesidades. Nos hizo reír, ¡oye, cojito listo y limpio!.

La primera vez que entró a la casa, se comportó como si conociera cada rincón, como si se hubiera perdido y volviera a su casa de nuevo.

Ser uno más en la familia implica llevarlo al veterinario, cuidarlo, alimentarlo, con dudas de si resistiría o moriría antes, pero por suerte, una vez en el veterinario, pudimos quedar tranquilas. No había fractura, sí contusión y hematoma, así que solo era cuestión de cuidados y esperar para verlo caminar.

El veterinario se sorprendió que se dejara hacer todo, pues no se quejó, no maulló ni sacó las uñas. ¡Parece que venga de la guerra! Fue su primer comentario. Un segundo comentario; que noble es y, sus ojos son especiales…creo que a esta raza la llaman ¡Muñeco de trapo! como los muñecos de trapo, nunca muestran agresividad.

Acto seguido se dejó hacer, vacunar, tratar la sarna de los oídos, revisar órganos, desparasitarlo  sin hacer la menor resistencia ni emitir maullido; desde luego, el veterinario tenía razón.
  
La niña se apiadó de Senso, gatito trapero porque sus ojos manaban bondad. Su mirada transmitía paz.

Senso era muy tranquilo y cariñoso, el primer día, su nobleza conquistó el corazón de todos los de casa. Pronto se recuperó y fue mostrando con el paso del tiempo que su infinita bondad rodeaba su cuerpo de gran ternura, añadiendo un halo místico a un minino precioso y galante.

Sus ojos eran diferentes a los de cualquier gato. Habíamos tenido varios en casa, pero Senso guardaba en sus ojos algo mágico.

Su tamaño corpulento frenaba, pero cuando su mirada tropezaba con la mirada del que lo viera, atraía de tal manera que el temor inicial se convertía rápidamente en querer coger y acariciar ocho kilos de ternura.

Senso se recuperó de su cojera y estuvo con nosotros alrededor de quince años. Cuando alguien llegaba a casa le llamaba la atención. Todos apreciaban su especial nobleza y tranquilidad, su ojos hacía pensar a quien lo viera. Recuerdo sentir un sentimiento especial que no tuve antes con ningún animal.

Ya mayor, cuando habían pasado años, Senso empezó a enfermar. Su actitud no cambió con el sufrimiento, se comportó igual de amoroso pese al dolor, no se le oía maullar, permanecía cercano a nuestras faldas, siempre al lado de su niña y ama.

Empezó con fracaso renal, apenas orinaba, no comía…así que una noche, cuando la niña llegó del trabajo lo llevamos al veterinario de urgencias. Al realizarle pruebas radiológicas visualizó que le quedaban días o quizás un mes de vida. Que Senso no se quejara no quería decir que no sufriera, aunque no mostrara dolor.

Recuerdo que el veterinario advirtió que si decidíamos llevárnoslo a casa debíamos firmar un documento de conocimiento de su gravedad. No tenía sentido mantenerlo con vida en un estado irreversible y terminal, así que optamos por el acto más noble que pueda expresar una sociedad avanzada,  evitar el sufrimiento ante una muerte irremediable y dejarle partir con el acto humano más generoso, evitando sufrimiento y dolor. Un acto de amor y compasión, por doloroso que resulte. El veterinario nos dejó estar junto a él mientras le ponía la inyectable. Mientras Senso se apagaba recibía nuestras caricias, pudimos estar a su lado durante un tiempo después que su corazón dejara de latir.

Esa misma noche, despierta, recién acostada y pensando en lo ocurrido, sucedió algo inusual.

Recordando que allí habíamos dejado su dulce esbozo felino, algo extraño ocurrió.  De pronto me sentí dentro del cuerpo de Senso, y pude constatar, sentir que su cerebro se hallaba tranquilo, en calma, sin vida. Después volví, como si mi espíritu hubiera salido a dar una vuelta para cerciorarse que no sufría, tuve la certeza de que realmente su cuerpecito descansaba.

Una experiencia parecida me ocurrió hace años con un ser humano desaparecido, alguien con la que no había habido previamente ningún lazo o nexo de unión. Recuerdo que fui atraída, llevada. En aquella ocasión sentí terror por lo que presencié. Me vi presente en un escenario desagradable, sin haberlo mediado ni deseado.

Estas cosas tan raras que suceden en la mente sin que hayas dado permiso ni hayas pretendido nada semejante las archivas, porque quien no las haya sufrido, además de no creerte, puede hacer juicios precipitados por confiar y exponer ese tipo de experiencias. Así que esta y otras cosas similares difíciles de explicar y mucho más comprender, las fui arrinconando en el viejo baúl de la mente. Simplemente ocurren, no puedes evitarlas, surgen sin más, sin buscarlas.

Un día hablándole a mi marido de estas raras experiencias, me sorprendió como tantas veces, “hombre de bien, culto, que no se asusta de nada y sabe de todo”. Esperaba ante tal relato recibir cualquier gesto que definiese el pensamiento…posible en estas circunstancias; pero él tranquilamente, comprensivo y pensativo sigue hablando conmigo como si fuera el  tema “más común entre mortales”.
  
Responde; tranquila, lo que experimentaste tiene nombre, tema estudiado hace miles de años, llamado  Metempsícosis. Me aconseja leer el significado y realizar búsquedas por Internet. La metempsícosis fue conocida y analizada hace miles de años por filósofos de diferentes culturas.

La Metempsicosis es una palabra derivada del griego metempsychosis y hace referencia a la transmigración del alma de un cuerpo a otro cuerpo “humano u animal”. La creencia en la metempsicosis se remonta a la antigua tradición religiosa de la India y es entendido como la recompensa que se alcanza por el comportamiento en la vida precedente (del humano que sufre la experiencia con la del fallecido). Hay vestigios en los libros de Upanishad.

Los griegos hablaban de estas experiencias hace 2500 años; nos dejaron libros como  Fedro de Platón. El libro tibetano de la vida y la muerte que tiene más de 2500 años. Lao Tse hace también referencia a la Metempsícosis y se remonta a más de 2000 años.

Así que parece ser que lo que he sufrido en alguna ocasión, se ha dado en otras personas, hasta el punto de llevarlo a análisis y estudio por Filósofos  ilustres como Platón, Lao Tse, etc.

La expresión en el lenguaje de filósofos de hace más de 2000 años es diferente a como se expresa hoy el hombre actual, aunque el vocabulario pueda ser entendible.

No obstante,  me inicio poco a poco para comprender el significado de  tales experiencias. Adquirí el libro de Raymond Moody, Doctor en Filosofía, Psiquiatra y forense que fue pionero alrededor de los años 1950 del primer estudio empírico de cientos de casos de experiencias cercanas a la muerte. (ECM). El estudio se inició en el hospital estatal de máxima seguridad de Georgia donde el Dr. Moody trabajaba. Trata de los fenómenos psíquicos que acontecen en los momentos próximos al desenlace, recogidos y publicados en su libro “Vida después de la vida”.

También me ha interesado el libro “Más allá de la vida” del autor David Santinella y “Magos y Místicos del Tíbet” de Alexandra David-Néel  entre otros.


domingo, 1 de septiembre de 2013

CUENTO: La Catedral animada. The lively cathedral.




En una abandonada aldea, tupida de majestuosos valles, se abre paso blanca torre, cóncava y apretada cúpula que asoma agitada campana entre variados esmaltes verde aceituna. Al alba, somnolienta despierta atada, acordonada en soga, serpenteando y golpeando su orondo cuello. Es timbre de hierro, zumba, rugido castigo, clausura condena invocando aplacar su destierro “que su portentosa voz se esparza más allá del sonoro eco”.
                              
Moradores que antaño la habitaron, recuerdan hileras en romería orando letanía, tocados de horquilla, nudo y velo negro, pies encadenados, manos portando negro misal y pulseras luciendo oscuros rosarios.

Su dilatado lamento y estilizado cuello anima la curiosidad de visitantes, y, aprovechando la entrada de nuevos vecinos, después de un largo camino y dado que no hay mejor descanso que pasear fresca, relajante y silenciosa cualquier capilla, ermita o basílica “cualquiera que se dé al paso”, el travieso monje aprovecha y juguetea entre cultos, oraciones y Santa Misa.

Los visitantes silentes, prefieren no molestar coincidiendo en colocarse juntito, a la entrada de la Catedral…o salida, más bien hacia al final. Delante, asientos guardados quedan libres para vecinos del lugar que, abriendo auroras y cerrando hogar salen en grupo familiar con pulcros trajes que llevar al altar, cruzando albores senderos y rutas sin señalar.

Los nuevos visitantes se sientan detrás y mientras fresquitos descansan, impregnan retina y lagrimal. Rodeados de serenos muros y bello cristal, en silencio, sin esperar, huelen naftalina de abuelos gentiles que regalan oratoria santoral. Aceptan el cumplido, no lo pueden rechazar y al girar la cabeza para seguir observando en sigila paz, reciben inesperado regalo, pequeñas cerámicas realizadas por diminutas manos, estallando risas y cuchicheos dentro del Altar, mientras que el afable Padre Abad sonríe galante, ajeno al quebranto provocado por tremendos abuelos y niños del lugar.

Cuando la oratoria va a terminar, el párroco con sigilo envía abrir puerta invirtiendo el grato incienso religioso por aromático chocolate cocinado por el Abad.

Al sentir la estimulante fragancia del cacao, los feligreses salen en manada directo a la cocina, dejando al padre solo terminando la Sagrada Eucaristía. Los pequeños, más sensibles a aromas del paladar escapan primero, siguen la inercia los visitantes y por último, ancianos del pueblo que no pueden correr se acercan y esperan que el Padre reparta el suculento chocolate caliente realizado con leche fresca con ricas pastas del lugar.


lunes, 5 de agosto de 2013

CUENTO: La granja de Pedrolo. (II)

Capítulo II

Una tenebrosa noche, la sierra se siente dormitar sin auxilio de guardianes. Hay callado desvelo, árboles estáticos muy muy quietos, solitarios y redimidos, sin constantes ni aliento.  

Como si cumbres, suelo y hasta la propia agua presintieran ser devoradas en voraz silencio, comienzan a ser coladas por embudo, deslizadas hacia la zona más profunda del terreno, donde guarda su pequeño mundo Pedrolo.

Cuando parecía que el suelo había dejado de tragar…la Nada, emitió una extraña quietud, un silencio mordaz, como si la tierra y todos sus seres fueran a yacer juntos al instante y, después… ¡BUM! la granja se derrumbó. Pedrolo se dio cuenta que algo grave había ocurrido pues no oía a Yana ni  a Kity, pero al estar completamente a oscuras y ante el peligro, se aferró como la hiedra a rocas y raíces.

De madrugada, sale del agujero y observa que Yana y Kity han desaparecido y se encuentra solo. Siempre creyó estar protegido al verse rodeado de colosales lomas, pero no, el seísmo arrastró su minúsculo habitáculo, dejando en su lugar una maraña de barro, árboles y rocas.

Indaga dónde está el hoyo que tragara a Yana y Kity, y visualiza un profundo socavón de tres metros de diámetro. Con niebla y raíces no visualiza el fondo, así que espera salga la luz del sol para poder saber de ellas.

Pedrolo dando vueltas y vueltas por el agujero descubre que a escasos dos metros de profundidad sujeta a varias raíces se haya Kity. La llama: Kity, Kity, querida mía, chiquitina, pulida mía, Kity queridita mía, chiquitina, tesoro mío, lucero, dime algo, háblale a tu Pedrolo.
  
Kity, embadurnada de barro, sin poder emitir sonido alguno, acongojada, llenita de miedo, no responde. A medida que se pasa el tiempo Pedrolo observa que Kity está en verdadero peligro. Bajo ella hay desolada oscuridad, y, sus espolonadas patitas sientan sobre libres raíces. Kity, teme ser presa de gigante telaraña o servir de alimento a seres que habitan las profundidades de la tierra.

Pedrolo, no habituado a trabajar, pasa horas y horas adulando a  Kity esperando respuesta, pero Kity no responde a florituras que Pedrolo con afecto le procesa. Pedrolo no tiene a dónde acudir. No puede pedir ayuda porque está aislado en el monte. No tiene amigos y nunca ayudó a ningún vecino. Además de vago es cobarde y, en vez de pensar cómo sacarla  de allí, sentado junto al oscuro pozo la llena de ternuras, hasta que se hace de noche.

Pedrolo pasa la segunda noche durmiendo a cielo abierto, sin tomar su ración de leche ni su apreciado huevo. En la oscuridad, desmayado, sin reflejos ni capacidad de atención oye ruiditos que le parecen salir del agujero…no cree posible que sea Kity pues no movió ni una sola de sus plumas ni respondió a sus arrumacos.

Kity, entre negruras percibe pequeños destellos y creyéndolo maíz, picotea y  picotea evitando caer desmayada al vacío.

A la mañana siguiente Pedrolo descubre que Kity ha cambiado la posición de sus patitas hacia una raíz más gruesa y estable. Como loco clama, la llama, una y otra vez, pero Kity teme perder el equilibrio, así que paralizada espera “la inefable ayuda de Pedrolo”.

Así que llega la tercera noche y Pedrolo sigue durmiendo al raso abierto sin probar bocado…gruyendo su estómago, clamando en sueños  la fresca leche de Yana el huevo de Kity.

De madrugada vuelve a oír los ruiditos de la noche anterior y afina su oído. Confirma que vienen del mismo agujero, pero su cobardía le hace no mirar. Teme que Kity le reclame por hallarse en mayor peligro. Pedrolo permanece quieto, afinando su oído y oyendo toda la noche tictic, tic, tictic, tic salir del  agujero.

Es la tercera mañana desde que sucediera el fatal desenlace. Pedrolo, siente un fuerte dolor de estómago  que le hace decidir sacar a Kity que aún vive en el oscuro agujero. Kity, pelusilla mía ¿me oyes? Kity permanece callada, sujeta a las raíces.

Kity aguanta tres días sin caer y sin dormir por picotear finas raíces y granos de maíz que brotan brillantes en lodo oscuro.

Dolorosos reclamos estomacales impulsan a Pedrolo a instruir su ingenio para concluir con el suplicio…no el que padeciera Kity, sino el que padece su ahuecado intestino, así que decide sacar a Kity asegurando no poner su vida en peligro.

Con unas ramas de caña diseña una escalera de 3 metros de larga. En el extremo que deja caer al agujero lleva entramado de finas cañas, muy juntitas similar el asiento de sillín acordonado en sus laterales. La deja bajar plegada en un mismo plano y una vez bajada, libera largas raíces, desplegándola para evitar que caiga y poder alzar a Kity.

El práctico invento es seguro, pero Kity tarda tres horas en moverse. No creía posible que dicho artilugio sirviera para ayudarla y hasta que no estuvo segura de que podía apoyar sus patitas no se aferró a ella y, sin hacer caso del pequeño montacargas, jadeando y respirando con dificultad, dando héroes impulsos fue trepando cañita a cañita la rubia escalinata de juncos.

Pedrolo tuvo extrema confusión. Por una parte se alegraba tenerla de nuevo en sus brazos…pero el fuerte dolor de estómago dictaba callar al corazón y saciar su tripa, y pese a la imagen dañada de su querida Kity, tuvo que contenerse, hacer soberanos esfuerzos, frenar el impulso de girarle el pescuezo para zamparla.

Dos cosas llamaron enseguida su atención. Su peso era superior pese a estar tres días sin comer…pesaba más de lo habitual y era evidente que Kity además estaba  alicaída. 

Al principio lo justificó por estar llena de barro, sola y temerosa en el agujero, así que la lavó en el riachuelo. Pero cuando lavada y aireada la volvió a coger y vio que realmente pesaba más que cuando cayera al pozo no entendió cómo era posible. Kity seguro que habría puesto huevos que cayeron al vacío. No obstante la lleva a comer al campo para ver si aireándose se despeja un poco…está atontá y apardalá, no es la misma, parece que en mis brazos tenga otra gallina.

Kity ni come ni pica nada de cuanto ve y esa misma tarde su cabecita ladea y cae enferma. Sobre plásticos, telas y cartones la abriga Pedrolo, esperando a ver si recupera y pone el huevo que espera, pero Kity siente que algo no funciona bien dentro de ella y que pocos días le quedan.

Kity a última hora de la tarde pone un huevo enorme y parece que al expulsarlo reviva un poco, que un poquito mejora. Cuando Pedrolo todo alegre se dispone a tomárselo crudo, le extraña que el huevo pese bastante más que los anteriores y antes de tragarlo, lo rompe en un viejo cazo y encuentra que dentro de la yema hay una pequeña piedrecita de oro.

Kity come maíz húmedo triturado de las manos de Pedrolo, pues sus pocas fuerzas y su estado no le permiten ir a picotear campos. Conforme pasan los días su amo la mima como nunca antes la ha mimado. La da de beber en su mano, la da maíz molidito en roca y Kity va expulsando cada día un gigante huevo, y en cada puesta, su salud mejora. 

El tamaño de los huevos es colosal para su limitado cuerpecito por llevar cada uno un pequeño tesorito.

Así pasan dos semanas hasta que una mañana al despertar Pedrolo, descubre que Kity no permanece a su lado y muy asustado sale rápido en su busca.

Kity picotea maíz que guarda su amo fuera del cobertizo, se la ve feliz y al ver a su amo desesperado acude dando saltitos a sus brazos y rodeada de abrazos permanecen tiempo juntos.

Kity ha recuperado su salud por los cuidados recibidos de Pedrolo pero ahora sus huevos han vuelto al tamaño normal y dentro de ellos solo habita clara y yema…sin pepita de oro.


domingo, 4 de agosto de 2013

CUENTO: La granja de Pedrolo. (I)

En una reducida aldea de un poblado montañoso, algunos días se dejaba  ver un gallardo ermitaño, no muy mayor llamado Pedrolo. Parecía no tener familia pues las veces que se dejara ver, deambulaba solo. Los residentes de la aldea comentaban; Hace como que pasea pero busca alimento…y las tenderas del mercado  decían bajito; Los andrajos que le cuelgan no ocultan vigorosa figura.

Pedrolo suele bajar al mercado los jueves. Queda anclado en muros grises, antaño fueron, contrafuertes nacarados defensoras del convento. Anda apoyado, distraído por vaivenes de tenderos y amitas de casa, y, antes que el mercado cierre entra a limpiar el suelo de verdura y fruta que nadie quiere. Baja la visera para ocultar sudores en su agotada frente “evasivas para evitar miradas de la gente”.

Los habitantes le ayudarían, se volcarían si recibieran ayuda cuando cargan y cargan cajas de panes, carnes, quesos, verduras y frutas. Sus fuertes brazos reducirían esfuerzos y a la vez, establecería lazos con sus vecinos. Un acto de voluntad, de ayuda para aliviar trabajo no precisa contrato, hablaría  con sus moradores y aliviaría la soledad que padece. 

Dicen que vive en un pequeño recinto de tierra plana, al abrigo de tupidas colinas y cumbres altas. Allí, el impetuoso aire peina y desprende la tierra de su lecho. Más tarde, cuando culmina bravura y fuerza vierte el reloj arenoso de seda arenilla alzando colosos rombos piramidales. Son sepulcros confinados, montículos lejanos, izados airosos con arrojo y tempestades.

Al centro, magnas rocas amparan su pequeño corral o cabaña. Cerca de su choza cae oprimida cascada que arrastra cantos helados de lluvia brava, y ronroneando, ronroneando, como gatito mimado; roo, roo, roo, roo, la deja correr sumisa, exquisita, fresca y blanda tras dejarla retozar y virar veloz, viéndola resbalar, alzarse una y otra vez por piedras aceitosas de gravilla refinada.

Allí  tiene su hogar Pedrolo que vive en compañía de  Yana, una joven cabrita que encontró perdida al alejarse de sus hermanas al frenar su pasito, al llegarle en mala hora el momento del parto. Murió la criatura esperada y quedó balando Bee, Bee, Bee, desorientada y enfermita al tener sus cantimploras llenas. 

Vagando y clamando clemencia la encontró Pedrolo dando tumbos por el campo.

La pobre Yana sintió revivir cuando Pedrolo la encontrara, ¡qué alivio para Yana! y ¡consuelo para Pedrolo!, que sin trabajar obtuviera una cabrita sin costarle plata. Come hierbas, hierbas que nadie reclama, deja limpios los campos y encima hace milagros la Yana,  transforma el verde pasto en rica leche por las mañanas.

Más tarde se unió a la familia Kity, una pequeña gallina que al quedarse sola sin vender le fue regalada por una gitana, a última hora, antes de cerrar el mercadito del jueves.

Su hogar es su granja “si se puede decir granja a sólo dos animales”. Por el día pasean y pastan praderas, campos y montes. A la noche, Yana con su blanca barriguita calienta los fríos pies de su amo, mientras que Kity duerme en los brazos de Pedrolo.  Ambas dóciles, más tiernas y tranquilas que un coala viven en la única habitación de la granja, cubierta de ramas, maderas, cartones y chapas.

Kity creció cacareando feliz al recibir los abrazos y mimos de Pedrolo, que sentada en su hombro, paseaba alto sin ensuciarse plumas ni patas.  La cabrita feliz una vez ordeñada, salía con su amo a pastar cada mañana. Pedrolo nunca pensó que tuviera que trabajar para vivir, se había acostumbrado a la pobreza con riesgo de una corta vida, a no ser por la suerte de encontrar a Yana y le regalaran a Kity.

Yana, generosa cada mañana contribuía con su leche y Kity pronto pondría huevos, contribuyendo ambas a su sustento.

Kity, una mañana sintióse estallar al salir de su pequeñito cuerpo  un huevecito (para ella gigantesco). Entonces  Pedrolo  no recordaba haberse sentido nunca antes tan feliz al ver cumplidos sus deseos. 

Iban pasando los días y Pedrolo paseaba orgulloso prados y bosques para que Yana rumiara pastos de fresca hierba. Después, se acercaban a campos de maíz y huertas para que Kity picoteara hortalizas, verduras y frutas maduras.

Pedrolo acude como siempre al  mercado los jueves, pero ahora no pasea solo, queda fuera, espera, observa, y cuando todo termina, se acerca a llenar bolsas de alimentos abandonados en cajas y suelos.

Cuando los vecinos lo ven llegar, Kity salta del hombro de Pedrolo al lomo de Yana y como pavo de corral extiende altanera cucos mechones de  plumas lamidas. Más que una gallina, parece  escultura de boj, bien encerada y pulida de las caricias que recibe.


lunes, 1 de julio de 2013

CUENTO: Nina (VIII) Simbiosis.



Niebla fresca, húmeda y silenciosa, cautiva albores e incita efluvios arropando auroras de ceñido rocío. Son micro-gotas de riego, hielo, escarcha, velo y atavío que en sublime cortejo, expanden su hálito matinal a verdes selvas y bosques cobrizos de veladuras rojas, ocres, verdes, amarillos, exhalando vaho cristalino, vidrieras de vapor emanando oxígeno.

La intensa y rígida frescura, tensa porosa estructura. Más tarde, el calor las incita a volar, y, aturdidas, en estallido, canjean chiquitos botones verdes por rubios apéndices o bracitos. Son bordados de la tierra, lienzos verdes, blancos, amarillos, rojos, violetas que miman de incienso los  húmedos prados en primavera.

Nina pasa la mayor parte de recreos asediando pequeñas plantas salvajes cargadas de guisantillos verdes, y en vez de jugar, acosa su rápido crecimiento sin ayuda del jardinero. Son enanas si no se dejan crecer, pero si se abandonan y escampan a su aire, son gigantes para las niñas.

Nina curiosa, abre uno a uno para ver que pócima guarda su interior que, a los pocos días, diminutas margaritas lucen terrazas y expanden llanuras. Una florecilla que embellece campos, no puede ser malo comer su pequeño vértice de algodón bien apretado, así que los mete a la boca uno tras otro, hasta acostumbrarse a comer en recreos, verdes liliputienses de diminuto corazón blanco.

Los agudos sentidos de Nina la hacen permanecer despierta de noche, hasta caer agotada de madrugada. El trasiego de tráfico de la carretera, el canto de un búho, el ladrido de un perro, maullido de un gato, el movimiento de ramas y árboles del patio… y especialmente, el nocturno cuchicheo de grandes plantas de interior que decoran pilares y entrada a dormitorios.

Las noches de verano, ventanas y puertas abiertas mitigan calor. Nina presta mucha atención y descubre pequeñitos sonidos salir de las macetas “como si hablaran entre ellas”. Para oírlas, espera horas despierta, pues empiezan a dialogar, cuando el resto de seres reposan.

Una mañana, sobre las siete, antes de levantarse, Nina despierta al sentir brotar de la gran maceta un sonido diferente y acto seguido como lenguaje encadenado, el resto de plantas del pasillo responden a la vez.

Nina desde que percibiera que las plantas hablaran entre sí, no había sentido nunca respuesta unánime…y ocurrió algo insólito. Casi al instante de oír responder al resto de plantas, hubo un ligero seísmo que despertó y alteró a las niñas y a todo el convento. 

Nina piensa, que si las oye dentro, podrá oír mejor a árboles y plantas de fuera al ser de mayor tamaño, pero por más que intenta, sus emisiones y mensajes quedan ocultos, clandestinos en su propio medio, medio devorado por ajetreo y ruidosa actividad del  hombre.

Nina no puede hablar de lo que ha descubierto, no puede decir a las monjitas que siente hablar a las plantas.  Además del retraso en la escuela y tener aumentadas sus percepciones, le falta contar que las plantas hablan, así que ante el temor de ser objeto de burla de compañeras y religiosas, calla.

Tres días después que ocurriera el ligero seísmo, Nina oye  cuchicheos como tantas noches, y de madrugada despierta de golpe al sentir el mismo sonido que días atrás oyera brotar, pero con mayor fuerza, de la misma planta cercana al dormitorio. Tras el sonido extraño, de nuevo, el resto de plantas, responden unísonas, a la vez, “como confirmando el desastre que estaba a punto de ocurrir”. Cuando Nina siente responder al resto de plantas, salta de la cama y corre buscando refugio fuera del dormitorio. Al no saber a dónde ir se oculta entre columnas, encajada en el rincón, al amparo de la planta.

En la oscuridad de la noche surgen gritos y llantos. Caen trozos de techo y paredes, se mueven las camas, hay rotura de cristales, armarios destruidos  reinando el caos y la confusión.  Al ocurrir en plena noche, desprotegidas, sin luz, ni saber qué hacer ni dónde ir, la mayoría terminan sufriendo magulladuras y heridas.

Terminado el seísmo retorna la luz. Las niñas agrupadas y abrazadas por temor, esperan ser salvadas del desastre. Cuando las religiosas terminan de revisar y curar una a una a las niñas, caen en la cuenta que falta Nina. Nadie recuerda haberla visto, creen que pueda estar bajo escombros y cuando acuden en su busca la hayan de pié junto a la planta, intacta, sin  rasguños, cortes ni heridas, solo que no habla, aunque antes de que ocurriera el suceso hablara muy poco.

Nina acude a la escuela, pero desliza miradas y atención al crecimiento de árboles y plantas, y, como no duerme las horas que su cuerpecito necesita, cruza pequeños bracitos para almohadillar su cabecita, durmiendo en clase, soñando en horas diurnas. 

Nina mueve su boquita de forma permanente, como si llevara chicle o caramelos. Algo nace al interior de su boquita y como no sabe si es o no es normal, al no sentir dolor ni molestias, juega con ello durante días y así pasa un mes, hasta que una tarde, dormidita en clase de inglés, la monjita paseando por pupitres descubre que asoma entre babitas algo raro, algo totalmente anormal.

El médico es llamado y al revisarla descubre que dentro de su pequeña boquita se ha integrado un organismo vegetal dejando cascadas raíces libres de dos centímetros de longitud. Esa misma semana es llevada de nuevo al hospital para quemarle el cuerpo extraño alojado en su boquita. Nina se recupera sin problemas y vuelve a la normalidad…de siempre.

Cierta tarde como si sus sentidos anduvieran en selva libre, pese al bullicio de la clase, siente que algo inminente va a ocurrir. Ha percibido algo que no sabe explicar y como una flecha, escapa de clase y sale al patio de recreo.

Tras cristales profesora y compañeras ríen de su actitud y asustadizo rostro que va cambiando de expresión al verse ser objeto de risas. Nina cree que sus sentidos se han equivocado y, de regreso a clase, siente tiritar fuertemente la tierra que mantiene erguidos sus  pequeños pies, comenzando un nuevo seísmo. Desde fuera Nina ve y siente los zarandeos y temblores que sufre de nuevo el colegio, pero como ocurriera la anterior vez, queda intacta, sin golpes, cortes ni rasguños.

Desde que todas presenciaran su comportamiento ese día, Nina sufre un cambio inesperado. De ser una niña rara, pasa a ser respetada y venerada en el grupo de amigas.

Ante la rareza del caso, Nina debe aclarar que es lo que la hizo salir, librándose de dos seísmos y confiesa su pequeño secreto.

Dice que las plantas aunque no puedan moverse, sienten, oyen y hablan entre ellas. Su respeto al medio les hace comunicarse a través de siseos bajitos, casi inaudibles para el oído humano, pero se les oye ante quietud de sombras, emitiendo tenues crujidos, muy suaves.

miércoles, 19 de junio de 2013

La partida.


Despierto en una extraña sala, radiante, armada de acero e intensa luz. La estancia emite tantos destellos que parece haberse colado al interior un pedacito de sol.


En el centro una camilla con sábana blanca, cubre, lo que semeja  ser, el cadáver de un ser humano.

Por el largo pasillo veo acercarse un par de batas blancas que dialogan. Cuando pasan junto a mí, siento que no han percibido mi presencia. Me pregunto cómo es posible que sus ojos no hayan girado miradas al cruzarse con mis ojos e ignorado por completo mi existencia.

Entonces, percibo salir suavemente, de forma volátil, brotar del cuerpo inerte cubierto de sudario. Es el alma que abre barrotes, libera elementos y abandona esencias para volver ser ente etéreo, impalpable y escurridiza nada.

Me veo bajar, caminar y unirme a ellos y entrar suavemente al interior de sus cuerpos. El  alto con delgadez extrema, moreno con entradas y cabello rizado. El compañero más bajo, de cabello castaño oscuro, tiene el peso ligeramente elevado. Siento que no son médicos y que sus batas blancas se deben a que trabajan en el tanatorio.

Me pregunto cómo puedo entrar en sus cuerpos…algo no va bien, esto no es normal, es inusual. Entonces percibo que  es mi cuerpo el que descansa, que no me hallo entre los vivos. Es en ese preciso instante cuando veo y recuerdo claramente el motivo y momento de mi partida.

Tras darme cuenta de la situación en la que me hallo, oigo llorar. Reconozco e identifico los llantos y acudo para decirles que no sufran, que siento inmensa paz.  Formo parte de un mundo no visible pero consciente de cuanto sucede.

Entonces lucho para que el alma etérea no migre hacia el mundo inmaterial tantas veces soñado. Sigo formando parte de sus vidas; agua volátil, viento respirado, soplos de aire inspirado.
 
 

lunes, 20 de mayo de 2013

CUENTO: Nina (VII) El jardinero.


En la comunidad de religiosas habitan dos varones de diferente edad. El capellán confiesa monjitas, jovencitas y niñas que preparan su primera comunión, además de dar la Sagrada Eucaristía todos los días. El jardinero se encarga de todo lo demás. Pese a realizar infinitas tareas, nunca cae enfermo, hace cualquier cosa que le pidan las novicias.  Los domingos por la mañana acude a Misa, entra discretamente sin hacer ruido, llega justito… a puntito de terminar la Sagrada Eucaristía.

Al principio el cultivador  se limitaba a  cumplir las funciones propias para las que había sido contratado, pero poco a poco las monjitas fueron ampliando sus labores; Por favor haga usted esto, por favor haga usted aquello, repare la máquina de coser, plántenos estas verduritas, limpie la piscina, recoja el pedido de la farmacia, avise al médico, recoja el correo, envíe este telegrama. Así hasta tenerlo bien ocupado desde las seis de la mañana hasta la noche.

Lo hace todo: Planta, poda y riega los árboles, cuida el césped del colegio y los jardines privados de las monjitas. Arregla la valla y los sistemas de riego.  Trabaja la huerta ubicada detrás de la piscina. Planta pimientos, tomates, berenjenas, calabazas, patatas para uso personal y de las monjitas. En la pequeña granja hay gallinitas ocas y patos, además de seis vacas que debe ordeñar todos los días, también su rica leche es para uso personal y de las monjitas.

Junto al patio de recreo tiene su taller de carpintería. Hace cualquier trabajo de ebanistería que le pidan; muletas para las niñas si las necesitan, reparar cerraduras y puertas, también arregla tuberías cuando se rompen grifos o estallan cañerías. No se enfada al ver jugar a las menudas en su taller de ebanistería, ni al ver en cajones acomodados pajaritos, gatos y perros que Nina protege del frío y la lluvia.

Dentro del parque se encuentra su caseta, alojada discretamente en un ladito de la valla, cerquita de la piscina; ¡cómo la mima! toda rodeada, bien tupida de hierba buena. En primavera perfuma al aire de esencias frescas y en verano el aroma que emana la hierba aplastada por diminutos pies, hacen del baño el placer de pequeñas sirenas. Sirven de freno, evitan que resbalen al salir del agua y además son alfombras tullidas donde descansan y toman el sol las pequeñas.

Qué listas son las monjitas, seleccionan  un hombre abnegado, solo, sin familia. De carácter entrañable, paciente, hace bien cualquier cosa que le pidan. ¡Mira sin son listas!, además de atractivo es alto y fuerte, de rizos rubios y ojos claros.

Los ojos del jardinero emiten destellos. Ni todos los santos juntos del convento, tendrían la luz ni el habla de sus ojos. Siempre alegres, brillan  como espejos rotos, y, si les da el sol, parecen cuencos con lágrimas preciosas pulidas. Unos ojos que hablan tanto, no precisan voz ni palabra.

Joko y jake son los borricos que le ayudan en la huerta, además de llevar  la diligencia. El jardinero cuando sale a recados, luce decana tartana y diestras mulas. Los lava y cepilla con tanto afán, que parecen untados de gomina y, para liberar el arranque de toscas patas, grita: ¡HALE! JOOOOOOO! hacia caminos de arcilla arenosa y ruta de nobles losas enmudecidas.

A pasito lento, cabalga su hidalga hechura el soberano jardinero, luciendo mulos radiantes como luceros, izados por titánicas ruedas y polifonía de sonajeros. Su gentil talante provoca sonrisas miradas de envidia sana en bellas jovencitas de explícita sed lozana, mientras que maduras y sazonadas, silencian pasiones furtivas tras suaves visillos de vainica blanca.


sábado, 11 de mayo de 2013

CUENTO: Nina (VI) El destino de Sor Bibila.



Maratón fin de curso.

Yuna y Meroé fueron pillados en el  gimnasio en el mismo momento en que Yuna le prometía su ayuda. Entre ellos distaba un gran muro que los separaba, física y emocionalmente. Habían faltado a las estrictas normas de la institución cruzando el umbral que separaba ambos grupos de alumnos, y fueran pillados hablando escondidos en una de las aulas del salón de deportes.

Yuna había cumplido los doce años y Mero “así lo llamaban” tenía nueve. La primera vez que Yuna tropezó con sus ojos, fue una tarde de domingo en la sala de visitas, estancia donde alumnos de ambos sexos coincidían en las visitas familiares. Lo vio llorar al comprobar que no eran sus padres quienes venían a verlo, sino el párroco del pueblo que en un acto de generosidad, ante la pobreza y enfermedad de ambos, aprovechando asuntos que atender, se acercó a ver al niño además de llevar un pequeño paquete de dulces bizcochos hechos por mamá que tanto añoraba. La visita duró escasos minutos porque el cura aprovechando su corta estancia preguntó a la monjita de guardia el parte de notas del trimestre, su actitud religiosa y comportamiento de Mero en el seminario.

Sintiéndose reina por un día, Yuna era feliz al pasar la tarde del día festivo con sus padres. Además de recibir dinero, llegaba "el esperado paquete" cargado de muchas cosas, de esas que a todos los niños les gustan. En un movimiento de Yuna, su mirada  chocó con la tristeza de Mero y algo mágico impregnó el  aire para el resto de sus días. Sus padres vieron el breve encuentro y el silencio que ambos hilaban mientras se miraban, así como el radical cambio provocado en el carácter alegre y feliz de Yuna.
Desde aquél día, en cada breve encuentro, en misa, celebraciones o salidas, harían lo posible para estar cerca, mirarse, hablar o permanecer juntos callados.

Sor Bibila los vio entrar aquella tarde al gimnasio y se acercó sigilosamente para ver que tramaban. Escondida, oyó como Yuna prometía ayudar a Mero si conseguía ganar el maratón que se celebraba todos los años y al que acudían alumnos y profesores de todos los colegios de la provincia. Yuna acariciaba el corazón de Mero, prometiéndole que si ganaba el premio se lo daría para ayudar a sus padres.

Al escuchar dos niños de corta edad dándose afecto y consuelo no tuvo valor para imponer la normativa y castigo del colegio, y al girar para salir con el mismo sigilo con el que había entrado, tropezó con el blanco uniforme y rígida mirada de Sor Ceferina que había presenciado la misma escena. Hubo cruce de miradas acusatorias y en silencio Sor Bibila salió sin dejarse ver ni oír por los niños.

Sor Ceferina pese a conocer la promesa de ayuda que Yuna había prometido a Mero, hizo gala de honestidad cumpliendo las estrictas normas castigándolos. Ninguno participaría en el maratón, quedando encerrados esa mañana, además de quedarse sin tele ni salida al patio la tarde del domingo.

Tres años seguidos habían alcanzado las largas piernas de Yuna la meta, tres años llevándose el premio mayor con duro entrenamiento ayudada por el profesor de educación física, y por un acto de estricta normativa mal aplicada, quedaba el colegio descartado.

Todos, alumnos y alumnas podían participar, pero quien prometía alcanzar la meta por sus condiciones físicas, su constancia y largas piernas era Yuna. 

Sor Bibila se enteró del castigo la misma mañana del domingo. No podía perdonar ni evitar el castigo impuesto por otra religiosa. Dolorida por el rígido corazón de Sor Ceferina recordaba la promesa que hiciera Yuna a Mero.

A las once de la mañana debían estar en el inicio de la carrera alumnas, alumnos y profesores que participaran, por lo que debían salir de los colegios a las diez.

A las diez menos cinco se suma al grupo del colegio una alumna grandota. Viste camiseta amarilla de chuches y pantalones blancos por encima de las rodillas, altos calcetines de colores y sandalias de cuero. Lleva el cabello recogido con gorra de visera y va excesivamente maquillada.  Su brutal atuendo provoca chismorreos y burlas siendo el hazme reír del resto de concursantes, pero no la identifican ni reconocen quien pueda ser.

Consciente de sus actos no habla con nadie, se escabulle cuando le preguntan. Lleva el número 121, el último número de los participantes del colegio y está inscrita como Bibi.

Ya están todos los participantes al inicio…hay cientos, el 121 mezclada entre ellos es objeto de carcajadas…se oye el disparo y empiezan a correr.
Bibi comienza airosa, como si estuviera entrenada. Con tanto afán y falta de entreno al cabo de tres kilómetros está a punto de caerse, le falta un ápice para rendirse, no puede más. Teme caer desplomada por  agotamiento y falta de fuerzas, además del dolor de piernas y pies.

De tanto calor a los cuatro kilómetros el sudor chorrea el maquillaje ensuciándole el rostro. El cabello hace acto de presencia al perder ganchos y gorra. Las medias como acordeones le estorban y, mientras corre se libera de ambos dejando al aire blancas pantorrillas sin depilar; "mejor descalza que sentir rozaduras y sangren los pies"

Le falta un kilómetro por correr de los seis para alcanzar la meta. Grandota, de colorida vestimenta, sudorosa y toda emborronada, descalza, frena el impulso y fuerza de competidores que al no poder contener la risa van mermando fuerzas, reduciendo pasos y aflojando tendones.

El público del maratón al verla pasar la animan con piropos y risas "da igual, que se rían todos, cuantos más se rían mejor, que se queden atrás" No escucharé quejarse a mi cuerpo, desconectaré el dolor y aunque caiga mi cuerpo por agotamiento, seguiré.

En la meta, el público está al acecho y es rodeada. Termina de salir del calvario y, una vez hidratada la acosan.  Están interesados en saber que ha motivado esa fortaleza.

Sudorosa y embadurnada, sus pies sangrando y sin recordar nada, ni quien es, bebe agua como mujer labriega, empapa toalla para aliviar calores y sudores de rostro y después, piernas y malogrados pies los riega con chorros de agua fría…mientras que su natural descanso es gravado por cámaras que esperan diga unas palabras al público que la animó a alcanzar la cima.

En las cámaras de TV reconocen el rostro de Sor Bibila.  Toda la provincia, obispado y religiosos ven un lado de realidad que no esperan ni desean. Sor Bibila manifiesta que debía cumplir la promesa de una niña que no ha participado por estar castigada. Cuando habla a las cámaras manifiesta que el premio no es suyo ni pertenece a la Orden religiosa. Los cámaras preguntan ¿No acaba de decir que la promesa era por una niña? Y  agotada sin miras al decoro y reputación a su colegio confiesa que pudo haber evitado que los niños fueran castigados si ella hubiera sido precavida al verlos hablar faltando a las normas, pues en ese momento no creyó que hubiera alguien más que observara la declaración de afecto y ayuda de ambos niños.

Sor Bibila ha dejado en evidencia a la orden religiosa, además de dejar en entredicho sus estrictas normas y castigos y sintiéndose responsable, ha intentado cubrir no solo una promesa, sino  ayudar a Mero que realmente lo necesitaba.


Sor Bibila da el cheque a Yuna y una fuerte emoción cubre a Mero cuando lo recibe. Está seguro que si ella hubiera participado también hubiera alcanzado la meta y habría cumplido lo prometido.